Volúmenes Temáticos |
Las paradojas de la identificación |
I. La Identificación: Topología y Tiempo |
Por Eric Laurent Retomaré el camino seguido en la última parte del curso del año pasado. Una publicación de la Asociación Causa Freudiana Val-de-Loire-Bretagne que se titula Cahier hizo un relevamiento de esta última parte que concluía con las preguntas sobre la identificación, la entificación del sujeto. Examinábamos allí cómo la identificación del sujeto se deriva de la lógica del juicio. El "yo soy eso" debe captarse en los textos freudianos y en la relectura que hace Lacan de ellos a partir de una lógica del juicio tal que incluye el tiempo y la función temporal -es el tiempo que hace falta para identificarse-. Leímos de este modo el apólogo de los prisioneros, "El tiempo lógico y la aserción de certidumbre anticipada", texto de fines de los años cuarenta. Lo leímos con esta perspectiva del tiempo que hace falta para identificarse. Por lo tanto, el sujeto mismo debe captarse como una función temporal. Escribir $, es escribir el sujeto dividido, pero también un sujeto tomado en la pulsación, según la expresión de Lacan; "la pulsación temporal del sujeto" que, a la vez, le permite hacer referencia a un término musical -la pulsación del tempo- y retomar también el estatuto "golpeado"* del sujeto tal como aparece en "Pegan a un niño". Esta pulsación temporal está también en este participio presente, en este aire de participio presente, la verdad del participio pasado que hace que en el fantasma el sujeto aparezca, ante todo, como golpeado. *Battement (pulsación), battu (pegado, golpeado) en francés hay homofonía (N. De la T.) Por lo tanto, este término pulsación permite introducirnos en la paradoja de la identificación, esto es que el sujeto se opone en sus características mayores -su división, su temporalidad- al estatuto del Otro, al lugar del Otro, el cual se presenta no en una pulsación temporal sino, por el contrario, en su sincronía, no dividido sino, por el contrario, en una sucesión de letras indivisibles. Habíamos visto en determinado momento del año pasado el peso que Lacan le da a su noción de letra, página 24 de los Écrits, donde la anuncia como materialidad del significante, y precisa: "(...) esta materialidad es singular en muchos puntos, el primero de los cuales es no soportar la partición. Rompamos una carta en pedacitos: sigue siendo la carta que es (...) ya se la tome en el sentido de elemento tipográfico, de epístola (en francés) o de lo que hace al letrado, se dirá que lo que dice debe entenderse a la letra (à la lettre)."1 Lacan pone de relieve que no existe en francés la expresión de la lettre, expresión que podría querer decir que se la puede cuantificar, dividir.* Es muy importante ver bien la oposición de ambos, alguien me trajo, esta misma tarde, su preocupación a propósito de un niño psicótico que podía trazar una letra y que la repetía sin principio posible de detención. Y señalaba el esfuerzo que había sido necesario realizar una y otra vez para detener a este niño, y también el esfuerzo cuando se le pedía que hiciera otra letra. El niño lo intentaba con otra forma, ¿pero era verdaderamente otra letra? ¿Había allí una división que separaba esas dos formas gráficas? No es seguro, se trataba de la misma letra. Con estas formas gráficas el niño intentaba nombrar a la madre. Gracias a una verdadera interpretación, el niño había comenzado a escribir, viendo en un taller una proyección de diapositivas, tal como se hace en las instituciones donde se recibe a los niños psicóticos. 1. Lacan, J.: "El seminario sobre La carta robada", en Escritos 1, 14ª edición, traducción de Tomás Segovia, Buenos Aires, Siglo XXI, 1988, pág. 18. En una de ellas se veía una mujer; si hubiera sido un niño neurótico habría podido decir "no es mi madre", pero como no lo es, dijo: "es mi mujer". La persona que estaba allí tuvo la buena idea de ir a escribir el nombre del niño, quien se apoyó en ello para repetir la letra, como una tentativa de nombrar, de inscribir algo sobre esta madre, marcarla con una letra. Vemos inmediatamente, en la proliferación de la cadena metafórica que se repite, se repite la dificultad que hay para que las letras se corten. Entonces, desde el punto de vista de la clínica psicoanalítica, la letra no es la grafía. No decimos: hay 26 letras posibles, hay en el alfabeto 26 grafías -no 258, como leí recientemente que hay en el idioma etíope; lo que complica singularmente el problema-, sino que decimos que hay letra cuando hay un cierto tipo de materialidad. Esta materialidad de la letra es lo que resta cuando el significante ha entregado todo su mensaje, todo el sentido que podía entregar. Resta la materialidad del significante una vez que terminó de nombrar todo el sentido, es decir que escupió todo su sentido sexual: resta la materialidad de la letra. Algunos lingüistas interesados en el psicoanálisis llevaron lejos su intuición y pensaron que se podía ir más lejos que la psicología asociacionista. Carl Jung defendió esta psicología en su juventud. Preparó un test por asociación de palabras: ¿en qué le hace pensar esta palabra? Hacia 1907, Jung utilizó tesis asociacionistas a la manera de Kraepelin para poner de relieve el interés del psicoanálisis. La gente tenía ciertas zonas de preocupación cuando se le decía: "en qué lo hace pensar esto", que eran zonas de preocupaciones sexuales. A partir de esto se desarrollan una serie de tests, los famosos tests proyectivos que aún atestan la reflexión en nuestros días. Pero existen lingüistas que se dijeron que era seguramente posible pasar por debajo de las unidades mínimas de sentido. Por ejemplo, un húngaro con un nombre predestinado, Fónagy -pronunciándose Fonaï, está evidentemente predestinado a ocuparse de los fonemas-, se interesó en el sentido sexual que adquirían los fonemas, como por ejemplo el fonema (k) o las labiales, (l), etc. En muchas lenguas, en un 70% encontramos que (k) da caca y constituye por lo tanto un fonema con connotación de rechazo, mientras que por el contrario (m), (p), (b), etc., sirven para nombrar mamá, papá, etc. No es universal, pero no está mal en cuanto a porcentajes. Por lo tanto, tenemos un fonema que no tiene ningún sentido y que, sin embargo, está recubierto de sentido sexual. Fónagy extraía consecuencias con un estilo desarrollista: el lenguaje llega al estadio oral, al estadio anal, y se carga de significaciones con una perspectiva histórico-desarrollista. De manera más estructural, Lacan señala que cuando, en efecto, exploramos en alguien el sentido sexual, resta una materialidad; una vez explorados todos los vehículos significantes a los que se adhiere. El significante sí es divisible: pasamos de la palabra "caca" al fonema (ka) -quedará finalmente una letra-; podemos dividir hasta el elemento más pequeño reconocido por la lingüística, y bien, tendremos un depósito, una huella que hará que, más allá del sentido, exista una materialidad significante. Pero para nosotros, decir que hay dos letras, es decir que hay dos goces nombrables. Esto deja abierta la cuestión, pues si bien tenemos significantes numerables, S1, S2, S3: no tenemos a1, a2, a3; no tenemos del lado del goce las mismas numeraciones posibles, los índices. Lacan sólo utilizó esos índices cifrables cuando se trataba especialmente de lo imaginario, i(a1). Fónagy u otros lingüistas que se cruzaron con el psicoanálisis tratan de mostrar lo bien fundado del sentido sexual en sus más pequeños elementos, lo que hay que subrayar especialmente es la demostración del resto, del resto material que define para nosotros el materialismo en psicoanálisis. Hay un cierto tipo de material que reconocemos y que no es reconocido en su lazo con el goce por nadie más, por ningún otro discurso. De este modo hay a la vez, contrariamente al sujeto y a su pulsación, una sincronía de la batería significante y una materialidad de la letra, la que no se divide. La gran pregunta será entonces: ¿cómo van a recubrirse, cómo van a poder reunirse, en una identificación posible, el sujeto y el lugar del Otro? ¿Cómo podrá cada uno encontrar su nombre si su relación al goce y a su marca por un lado, y por otra parte a su nombre, se oponen de ese modo? Hay en Lacan dos respuestas a esta pregunta, una es la que da en "El tiempo lógico...": para identificarse hace falta tiempo. La segunda la de en el texto llamado "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis": para identificarse hace falta una topología. Es esto lo que voy a examinar con ustedes hoy, haciéndoles notar que Lacan, antes de titular un seminario "La topología y el tiempo", había puesto de manifiesto que las paradojas de la identificación en psicoanálisis suponen primero la función temporal y en segundo lugar, una topología. Vamos a ver lo que quiere decir esto. |