Testimonio 3 | ||||||||||||||||||||||
Fabián A. Naparstek | ||||||||||||||||||||||
Girar alrededor, circular, dar vueltas en torno a lo mismo y desde diferentes lugares, guía el testimonio. Al menos hoy voy a hacer eso; continuar, aún, con la serie que empecé a numerar a partir del Testimonio uno. Numerar los testimonios me permite dejar rastros, aunque no me impide volver sobre lo mismo. A su vez, intento articular lo singular con el tema que nos convoca en esta jornada. Primer tiempo: El hospicio y la lectura En esa misma época el estudio minucioso del Seminario 3 de J. Lacan le permitía al sujeto encontrar las primeras respuestas teóricas sobre la locura. Una estructura en déficit, tal la interpretación dada por el sujeto a la noción de la psicosis. La forclusión del significante del nombre del padre permitía entender diferentes fenómenos propios de aquello que el falo no terminaba de atrapar. Así mismo, ya en la infancia se había dedicado minuciosamente, cual un investigador, a encontrar respuestas en la lectura. En ese caso se había tratado fundamentalmente del viejo testamento. Una vez finalizado el análisis se pudo verificar que el Otro materno con sus ausencias había sido la clara preocupación del sujeto. Dichas ausencias estaban enlazadas con otros momentos de depresión profunda y varios intentos de suicidio. Estos intentos mostraban – aunque el sujeto no podía entenderlo así en aquel momento – que su problemática no era la misma que la de aquel interno del Borda. Por otro lado, un pedido paterno hacia el sujeto en tanto este último era quien podía y sabía escuchar de manera especial esas cuestiones, lo llevaban a intentar tratar la locura. A su vez, ser el predilecto en hacer resonar la voz en el campo del Otro – entre otras formas con la escucha -, era la respuesta fantasmática que se articulaba al pedido paterno con la ilusión de poder restituir la palabra faltante. Se ve de esta forma cómo la creencia religiosa en una última palabra salvadora se entramaba con la teorización lacaniana de la forclusión del nombre del padre. Buscar dicha palabra como una suplencia al Otro materno se había convertido desde su infancia en tarea principal para el sujeto. Asimismo, puesto que se trataba de una tarea infructuosa, le permitía seguir al sujeto extrayendo el goce que el fantasma le otorgaba en la búsqueda misma. Encuentro allí el origen de lo que Miller llama el fundamento neurótico del deseo del analista. Pero también cierta pasión docente en querer decir bien las cosas para que finalmente el Otro entienda. Segundo tiempo: La docencia Tercer tiempo: El control Tercer tiempo: El partenaire - biblioteca De esta forma, la posición descripta como "querer decir la palabra exacta" implicaba una lectura determinada. Se leía para tener lo que decir en cada ocasión. Esto hacía que una vez encontrado lo que se suponía era la palabra justa, se detenía inmediatamente la lectura. El encuentro con su propia biblioteca - un verdadero partenaire al cual uno reconoce hasta en los pequeños detalles y con el cual el sujeto compartía varias horas al día - dejaba al sujeto - en ese momento- con una sensación muy fuerte de umheimlich. El golpe asestado por el análisis al fantasma lleva al sujeto a encontrar un detalle antes no reconocido. Empezaba a ver que los libros no estaban terminados de leer. La sorpresa ante este dato tan íntimo, pero extraño a la vez, hacía que tome un libro, luego otro, otro y otro, en un frenesí de extrañeza hasta llegar a verificar que ellos se encontraban subrayados hasta un punto - seguramente donde creía haber encontrado la palabra justa en cada lectura -. Había sido una lectura ordenada sistemáticamente y en donde se intentaba recordar todas las citas - lugar y fecha - para tener la palabra a mano. A partir de allí empieza a haber una nueva lectura contingente, despegada de los posibles decires. Se verifica en este sentido, que el brillo del partenaire-biblioteca estaba al servicio del horror al saber. Esos límites en la lectura eran las marcas del horror. Finalmente, pensar a la locura como una limitación era mas de lo mismo: el propio límite de la realidad – siempre paterna - ante el horror a la diferencia, ante lo imposible de completar, ante el "riesgo" – así lo nombra Miller - de la locura por la libertad de la des-identificación y pensar al loco como al hombre libre es lo que abre la posibilidad de "operar una reducción de sentido, preservando la función del síntoma" (como dice el argumento para la jornada de Córdoba 2003. - La Carta de la Escuela Nº 121, Pag. 42 -) Cuarto tiempo: Entiendo de esta forma lo que plantea en 1976 cuando habla del amor al prójimo de la tradición jedeo-cristiana y nos dice que "lo que se presenta al analista es otra cosa que el prójimo" [8]. Concluyo así, que cada vez que tratamos la diferencia en la singularidad de cada sujeto – la des identificación en un caso de neurosis, como de psicosis, o lo heteros de lo femenino -como si fuera de la misma parroquia, estamos en el campo de la comprensión. Cuestión que se presenta muy especialmente en el acto de diagnosticar. Si en su defecto al supuesto individuo de otra parroquia – o sea, lo diferente - lo segregamos, también estamos en el campo de la comprensión. Así la comprensión muestra su cara segregativa. En este sentido Lacan alertaba que no alcanza con servirse inteligentemente de "su vocabulario para que esto tenga el menor efecto sobre lo que es efectivamente la práctica analítica" [9]. Entiendo que es por esta razón que espera del psicoanalizado un aporte. Espera de aquel en donde la impostura paternal se revela con toda su crudeza. Se ve así, que el ir mas allá del padre tiene su consecuencia clínica para el sujeto en un psicoanálisis puro – en el camino hacia el fin de análisis -, empero también tiene consecuencias en la formación del practicante que pretenda abordar la diferencia en la aplicación de un psicoanálisis con consecuencias efectivas y con eficacia terapéutica. Para concluir, hago extensiva la espera no solo del psicoanalizado, sino del dispositivo del pase en lo que nos puede aportar con su elaboración. Una escuela que se ocupa del pase y que el mismo, como dispositivo institucional, muestre sus consecuencias respecto de los usos del psicoanálisis, hará – entre otras cosas - que se pueda evitar la "reabsorción del psicoanálisis puro en el mundo psi" [10] y establecer una clara diferencia del psicoanálisis aplicado con la psicoterapia. Esto es, el psicoanálisis aplicado orientado por el deseo del analista. Así mismo, si hay un "coraje" propio en el atravesar el límite de la identificación, que en la psicosis se muestra como invención sintomática y singular, Miller también propone el coraje del acto que supone la des-identificación en un paso creativo. Me pregunto: porqué no pensar en una escuela cada vez más corajuda – el coraje de la creación - para dar respuestas a los diferentes modos de presentación del síntoma en la actualidad. Es decir, una escuela que favorece a la soledad singular de sus miembros respecto de la identificación, para que desde allí y en un lazo de elaboración colectiva "cada uno y en cada día, tenga que re-inventar el psicoanálisis" [11]. |
||||||||||||||||||||||
Notas | ||||||||||||||||||||||
|