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Psicoanálisis y sociedad
 
Lacan, solo contra todos

Por Jacques-Alain Miller

En LB 44 anunciamos la aparición de un número extraordinario de la revista Le Point, titulado "Freud, Ferenczi, Klein, Lacan... Los textos fundamentales del psicoanálisis". En verdad, como comentaba Luis Solano, el número es excelente. Su adquisición se hace imprescindible para nuestras bibliotecas. Extraemos el aporte de Jacques-Alain Miller en su artículo "Lacan, solo contra todos".

Según Émile Jalley, que ha publicado recientemente un volumen sobre el psicoanálisis hoy en Francia (El psicoanálisis y la psicología hoy en Francia, Vuibert), éste está ilustrado por "una treintena de creadores de primer orden". Uf! ¿Cómo hacer justicia a todo ese gentío? Lo más simple es buscar justo el árbol que nos oculta el bosque. Existe, es Lacan. Desde hace medio siglo la pregunta "¿está Ud. a favor o en contra de Lacan?" resume todo el psicoanálisis francés. Incluso su muerte (el 9 de septiembre de 1981) no cambió nada.

En los años 1920 y 1930, muchos en Francia se impacientaban frente al espíritu germánico extendido en la obra de Freud, se esperaba que se levantara el sol del genio latino y que expulsara las nieblas del norte. El joven Lacan, nacido en 1901, era germanista, y sin duda el único en Francia que conocía a su Freud de memoria. Ya en ese momento se le reprochaba no escribir como se debía, sino en alemán. André Breton hizo el viaje a Viena en 1921; decepción: "casa de apariencia mediocre", "un pobre anciano sin presencia", "no le gusta mucho Francia", "pobre consulta de médico de barrio". Lacan se abstuvo de hacer lo mismo; se contentó con enviar su tesis de Psiquiatría sobre "La paranoia de autopunición" (1931) a Freud, que dió acuse de recibo.

¿Existe el "psicoanalista francés"? Se hace necesario considerarlo desde el extranjero para discernir sus rasgos. El analista inglés (pág. 64 de Le Point) es un empirista; sólo conoce los casos singulares; es llevado al excepticismo respecto a las ideas generales y, sobre todo, respecto a los hallazgos bizarros de Freud. El analista americano (pág 84, idem) es también un empirista, pero además cientista; sufre mil muertes porque los resultados de la cura no puedan atestiguarse con pruebas fehacientes, "evidence-based"; pone su esperanza en las neurociencias. En cuanto al analista francés, se le tiene por un letrado y por un lector sutíl de Freud; se le encuentra arrogante; es en suma un lacanoide, una imagen de Lacan pero más civilizado que el original.

Querella de la sesión
Sin embargo, la discordia de los psicoanallistas lacanianos y de los otros está aún ahí, removiéndo en sordina. Por poco que sepamos de psicoanálisis se sabe que pide encuentros frecuentes entre el analista y el analizante. Estos encuentros se llaman "sesiones". La querella apunta ante todo a la duración de la sesión (pág. 113, idem). ¿Debe ser fija o puede variar? ¿Debe ser más bien larga o más bien breve? Para el lacaniano, el momento terminal de la sesión decide, après-coup, sobre su sentido (o no sentido): terminar a la hora fija le quitaría su poder de despertar. En cuanto al no lacaniano, no quiere este poder discrecional, que le parece abusivo; se somete a una duración fija que, sin embargo, conoce en este momento una baja tendencial: de una hora a cincuenta y cinco minutos, luego a tres cuartos de hora y en los más audaces, una media hora. Cada una de las partes se atiene a su manera de hacer y a las ideas que la acompañan. Cada uno aporta sus pruebas que nunca son suficientes para convencer al otro. Los unos y los otros se miran como perros de cerámica.

Los pequeños perros sólo modifican su postura si aparece un enemigo común. En los últimos tiempos, no es eso lo que ha faltado. Todo vale para disminuir la influencia del psicoanálisis, que es muy importante, tanto para los psiquiatras, como para los psicólogos, para los psicoterapeutas y para todo el personal de la salud mental. Un analisis se sabe cuando comienza, se ignora cuándo finaliza; es difícil de rembolsar el acto. ¿El público quiere "lo psi"? Tanto la administración como las aseguradoras les suministran un sucedáneo, persuadiéndoles que es aún mejor. Este sucedáneo, son las terapias de protocolo (llamadas "TCC", Terapias* cognitivo-comportamentales), que se jactan de hacer desaparecer el miedo a las arañas en doce sesiones de sesenta minutos. El terapeuta aprende en tres días el truco de prestidigitación para hacer eso. La naturaleza beligerante de los psicoanalistas encuentra ahí su modo de empleo, se las arreglan entre ellos, salvo algunos locos que existen siempre en este tipo de asuntos.

Grandeza, poesía y rigor
Queda que, en este ultimo tiempo, el psicoanàlisis en Francia sufre cruelmente de "una falta general de grandeza y de poesía" (la expresión es de Renan). Era Lacan quien insuflaba esto: la grandeza, la poesia y también un rigor. El más exacto. La grandeza: Lacan no veía en el psicoanálisis una terapia, que lo es también, pero a condición de hablar por hablar, no por otra cosa; el psicoanálisis era para él un tipo de lazo social totalmente inédito, fundado sobre "decirlo todo (decir todo lo que se le pase por la cabeza)" y capaz por ello de hacer bacilar los semblantes y los tabúes en los que una sociedad se sostiene. La poesía: no es con la prosa de todos los días con la que el analista aporta su "interpretación", sino utilizando las mismas fuentes de la lengua que la poesía explota. Y para terminar, el rigor: el sostén de la práctica es demasiado estrecho (uno que habla, el otro que escucha y lo orienta con pocas palabras) para que su teoría sea abandonada al eclecticismo, pues se convertiría en informe y sin límites. Le es necesario un punto de partida y uno sólo, para luego engendrar lo que sigue con demostraciones. Este espíritu de método ha sido desconocido en Lacan durante largo tiempo . Si bien un lógico no es dogmático, es consecuente.

Pero la situación presente del psicoanálisis sobrepasa la anécdota. Antes fue el conducto a través del cual nuestra civilización encontró la manera de levantar numerosas prohibiciones sexuales. Ahora el sexo está por todos lados, en los muros, en los labios, y sin embargo no es más divertido, si lo juzgamos con la experiencia de la que testimonian las novelas de Michel Houellebecq y lo que de él espera su público. La diversión de un Sollers es más escasa, o incluso única. Sin embargo, para practicar esta virtud o esta sabiduría tiene decididamente que alejarse de la humanidad, vivir como un semidios (más bien como un superhombre). Su "Vida divina" está totalmente en oposición al funesto "Hombre sin cualidades" de Musil, que no es el hombre-máquina sino el hombre-estadística que se sabe como tal, es decir, nadie, puro cálculo de amos invisibles. Es porque el psicoanálisis trata a cada uno, uno por uno, como incomparable y no con el muestreo que por ello abriga la última nobleza quizás que pueda ser aún permitida en tiempos de epidemiólogos.

Lacan, también él, se imputaba el haber hecho un "jardín a la francesa" con las vías seguidas por Freud en el movimiento de su descubrimiento. Más generalmente, uno se pregunta cómo el psicoanálisis aguanta desde hace un siglo, si bien los secretos de su práctica han sido aireados desde hace ya tiempo. Y bien, es que el misterio no está ahí. Está en la relación de cada uno con lo que tiene, o con lo que es, de más íntimo y, a lo cual, curiosamente, no tiene acceso. Mientras que de este "éxtimo" (la palabra es de Lacan, antes que de Michel Tournier) no hayamos perdido el sentido con el sentimiento, el psicoanálisis no rendirá sus armas.

Concluyo. No hay país en el mundo en el que el psicoanálisis sea más vivaz que en Francia. La amplitud de medios desplegados desde hace tres años para ponerlo a raya al día lo dice suficientemente. Tengo la impresión de que la vieja nación católica y literaria no se dejará liar por los palurdos. Los delirios higienistas de nuestra administración se airearán. Se sabrá que nada es más azaroso que ese régimen de prevención en el cual se querría hacer vivir a nuestros retoños desde la cuna, tanto en la guardería como en la escuela. Pero las cosas se han emprendido de tal manera que se producirán daños antes de poder desprenderse de todo eso y de poder volver al sentido común.

 
Traducción: Carmen Cuñat en colaboración con Oscar Caneda. LA BRÚJULA nº 45 , de ELP-Debates