Psicoanálisis y sociedad |
El agujero negro de las vanidades |
Por Eric Laurent La moral de los franceses está baja, nos dicen. Son pesimistas y la confianza no se restablece. El afecto depresivo vuelve sensible la presencia de múltiples amenazas en registros de diverso alcance. Las catástrofes « naturales » de comienzos de septiembre nos confrontan a millares de muertes que hubieran podido ser evitadas. En materia de literatura, el reinicio de las actividades es ocupado por el fantasma del fin de la especie humana debido a la clonación infinita. Por ultimo, la tapa de una revista enuncia el anhelo de ver desaparecer una clase limitada de los humanos: los psicoanalistas. No confundamos la importancia relativa de estos tres registros que sin embargo van mucho mas allá de la contingencia. Primero, las catástrofes. Durante todo el verano, los tifones en China y Japón, el monzón en la India, produjeron daños considerables. Se habló poco de esto en Europa, que estaba muy ocupada con sus fuegos y sus inundaciones. Después vino la catástrofe de Nueva Orleáns, cuyo alcance escapó a muchos. El director de la Agencia encargada de la gestión de las catástrofes civiles en los Estados Unidos (FEMA) declaró que se enteró de la presencia de refugiados en el Palacio de los Congresos de Nueva Orleáns tres días después del paso del huracán. Sin embargo la televisión mostraba al resto del mundo imágenes de los refugiados en dicho Palacio. El Presidente declaró que nadie podía prever que los diques cedieran, cuando los informes que lo anunciaban con precisión se acumulaban. El descenso de las aguas negras del caldo de cultivo en el que se convirtió Nueva Orleáns revelará dentro de poco nuevos horrores. Los fantasmas de inmortalidad por clonación de quienes no carecen de nada se entrecruzan con las vidas quebradas de una población profundamente carenciada. Ya es posible representarse lo que pasará en la evacuación de una mega polis cualquiera en caso de catástrofe, natural o provocada. La pandemia de gripe aviaria, si estalla, podría ser esta clase de ocasión. Por el lado de los libros, Michel Houellebecq anuncia un mundo donde la clonación se habría convertido en una práctica común. Él anticipa lo que podría ser la vida si el hombre no estuviera seguro de morir. Houellebecq no es ni el primero ni el único en tratar este tema a la vuelta de las vacaciones. El blockbuster fallido de Michael Bay, «La Isla», también imagina un mundo de clones y pretende compararse con «Gattaca». La extraña sincronización a ambos lados del Atlántico de ficciones narrativas para todo público sobre la clonación es un efecto de la globalización de los fantasmas engendrados por las proezas de la biología. Los propios títulos parecen casi clonados. «La Isla» para la película, y «La posibilidad de una isla» para la novela cuyo autor quiere hacer una película. Michel Houellebecq toma la delantera de una modalidad lógica (lo posible). Entre lo negro que se encuentra al regreso de las vacaciones también está un librito, delgado por su contenido aunque abultado, ampuloso. De esa recopilación de artículos anti-psicoanalíticos, no hay mucho para decir. Es un libro clonado. Recoge artículos publicados hace tiempo por autores desparejos. Los argumentos que se presentan ya se adelantaron y ya fueron respondidos. El montaje editorial intenta hacerlo pasar por nuevo cuando se trata de un refrito. Elizabeth Roudinesco lo dice muy bien en L’Express. Jean Birnbaum, en el encabezado de un artículo de Le Monde del 9 de septiembre habla de «catálogo de la aversión anti-freudiana» y de «graves acusaciones, escasamente fundadas». Los otros periódicos se interesan en otras cosas. El fogonazo editorial no durará mucho, no hay ninguna catástrofe a la vista. Henos aquí confrontados a tres modalidades de la desaparición: la desaparición de lo que constituye la humanidad en la especie, el escándalo de las muertes anunciadas, el anhelo de muerte de la palabra de los sujetos. Ellas están anudadas por el silencio que cada una hace escuchar a su manera. La retórica de la compasión se confrontó con las realidades del abandono selectivo de las poblaciones. El poder que se muestra sordo a la adversidad pone de manifiesto una voluntad no sólo de ignorar sino de hacer callar a una humanidad sufriente, demasiado sufriente. El fantasma de clonación autoriza la esperanza de reemplazarla por otra cosa. Fuera de los momentos de catástrofe, la ignorancia de las quejas y las demandas se obtiene reduciéndolas a necesidades definidas «objetivamente». La retórica de la evaluación es convocada en este punto para obtener la transmutación de la demanda en silencio. Jacques-Alain Miller y Jean-Claude Milner lo establecieron de manera brillante. Una vez obtenido el silencio, las cosas hablan entre si. La gestión del mundo se reduce a la «política de las cosas», para retomar el título de la última obra de Jean-Claude Milner, único libro de política–realidad que se encuentra a la vuelta de las vacaciones. El montaje editorial que opone las terapias autoritarias de sugestión que «funcionan» al psicoanálisis, cuyos resultados no serían ni demostrados ni evaluables, no se contenta con comparar lo incomparable. Apunta de manera intimidatoria a desalentar que los sujetos se apoyen en sus palabras. Es precioso que entre los que se presentan como autores del libro esté uno de los expertos que contribuyó al peritaje colectivo del INSERM sobre las psicoterapias. El carácter partidario, excesivo, de una voluntad de perjudicar puesta al desnudo, dice más sobre esta evaluación que el mejor de los debates. Otro autor evoca las virtudes epistemológicas del odio. La máscara de objetividad científica cayó, y aparece el verdadero rostro de aquello con lo que nos las tenemos que ver. Es una revelación más eficaz que la que persigue la evaluación. La ideología de la evaluación consiste en la voluntad de que toda actividad social se le torne transparente. Es una auto-observación permanente, parásita, gran consumidora de tiempo. En el sistema más evaluado del mundo, los EEUU, los gastos administrativos de la evaluación llegan a absorber casi un tercio (31%) de los gastos de salud, según un estudio reciente de la Harvard Medical School. Esta actividad está justificada por el llamado utilitarismo pragmático de un nuevo panóptico. Pero es un pragmatismo desviado, tan mortal como el espejo de Narciso. El efecto paradojal del goce de la transparencia de una mirada omnipresente, es el de empujar al exceso de producción de imágenes del espacio público y de lo íntimo. Ëstas pueden privilegiar la seguridad o las estadísticas, revelar el funcionamiento del cerebro o de la sexualidad. De la neuro-imagen a la pornografía, de la realidad virtual al uso de video juegos para tratar los síndromes post-traumáticos, de los cuestionarios de evaluación de la moral de los franceses a las cámaras de vigilancia, hace falta más cada vez. El sujeto debe entregar todos sus secretos. El envés de esta extracción es la tentación cada vez mayor de los poderosos de sustraerse a las preguntas legítimas que se les plantean. La pregunta mas legítima es la de saber por qué no se toman las decisiones. Por qué a pesar de las múltiples evaluaciones, las decisiones no fueron tomadas en los EEUU. El acto quedó a la espera. Una catástrofe cuyas causas son enteramente humanas nos da una razón. El avión chipriota se estrelló cuando acababa de ser dotado de un nuevo sistema de registro de los datos de vuelo. La evaluación retroactiva nos permite saber con una gran riqueza de detalles el encadenamiento de errores humanos que condujeron a la catástrofe. Lo que sorprende justamente es de qué manera los mejores protocolos de evaluación no sirven de nada para tomar precauciones. ¿Cómo el mantenimiento pudo olvidar colocar una válvula que controla la presurización? ¿Cómo los pilotos pudieron confundir hasta ese punto las alarmas? El factor decisivo, nos dicen, es que los pilotos no hablaban ninguna lengua común mas allá del inglés técnico suficiente para la rutina de los procedimientos. En la situación de angustia vivida ante señales contradictorias e incomprensibles, no poder hablar les impidió actuar. El acto supone poder hablarse. Tal vez la decisiones gubernamentales no se toman cuando ya no hay lengua común entre gobernantes y gobernados. Ellos no comparten más que un silencio entrecortado por la lengua estereotipada que sirve para el intercambio en los medios. Los defensores de las terapias autoritarias usan como argumento las comprobaciones de la eficacia de sus tratamientos. Esta comprobación misma es inquietante. Nunca nada la hace fallar. Todo debe ser confirmado, si no los procedimientos se tornan más apremiantes. Se aumentará la frecuencia de la confrontación autoritaria con el objeto de la fobia o las sanciones si se continúa fumando. Todo esto, acompañado por alientos y amenazas de la lengua técnica de los protocolos. Las terapias de sugestión autoritaria, que utilizan el término «cognitivo» de manera puramente homonímica, carecen de contenido propiamente dicho. Ellas mismas sólo consisten en un movimiento de confirmación inductiva. El método consiste en confirmar que vigilándome sin cesar me animo a tratarme como el clon de mí mismo. Las confirmaciones repetidas de esos protocolos serán tan eficaces para prevenir las catástrofes subjetivas como lo son las medidas de vigilancia separadas del acto para prevenir las catástrofes que acabamos de conocer. No queremos un mundo productor de esas catástrofes que no tienen nada de natural. No queremos un mundo de celebrantes de la eficacia de la vigilancia generalizada. No queremos un mundo idiotizado de clones generalizados. El compositor californiano Randy Newman tuvo la intuición de componer una canción grabada en 1974 sobre las inundaciones de 1927, que habían estragado Luisiana. Los diques que cedieron recientemente por falta de mantenimiento fueron construidos luego de esas inundaciones. Quienes escucharon la versión conmovedora que realizó el imponente Aaron Neville con su soberbia voz de falsetto, recuerdan el mensaje de triunfo sobre el abandono que conlleva el refrán «They’re trying to wash us away», «Intentan limpiarnos». Aaron Neville se convirtió en una de las voces de la esperanza durante un concierto organizado recientemente en beneficio de los refugiados. Los psicoanalistas también resistirán a las desgraciadas tentativas de reducirlos por métodos indignos. El libro que debía convertirse en un escándalo ya fue tragado por las alcantarillas. Quedan las verdaderas cuestiones que se plantean a la vuelta de las vacaciones. 9 de septiembre de 2005 |
Traducción: G. Brodsky |