Jacques-Alain Miller on line |
Curso del miércoles 11 de febrero de 2009 |
Jacques-Alain Miller: Cosas de finura en psicoanálisis IX (... 5 líneas...) Me divierte que se tome como algo que va de suyo la distinción entre la enseñanza y la investigación, la enseñanza que sería silenciosa, muda, y la enseñanza que sería locuaz. Sin duda suponen que la enseñanza, al menos tal como la conciben, es una repetición, mientras que lo nuevo sería exclusivo de la investigación. Lo que puedo decir, es que al menos aquí, al menos para mí, al menos para la ilusión que tengo, si no es más que eso, esto no vale: tengo el sentimiento -no puedo decir más que esto- que es una investigación que comunico. Una investigación, lo veo como mi respuesta a lo que me esfuerzo en pensar, para retomar una expresión de Martin Heidegger. Estar en relación con lo que los fuerza a pensar, es a mi parecer, la única investigación que vale. No es libre, no es especulativo, no es una ensoñación, es más bien una obligación, del orden de aquella que Lacan designaba cuando imputaba su esfuerzo de enseñanza a su superyó. Si no hay nada que los fuerce a pensar no hay ninguna razón para hacer semblante más que de conveniencia social. Pero ocurre que, en el psicoanálisis, que yo practico, hay algo que me fuerza a pensar. Mi práctica no me produce una satisfacción tal que me permitiría dormir. Si, he dicho dormir. Al comienzo de mi práctica -voy a confesarlo en este día de huelga (risas), porque me viene así- al comienzo de la práctica, lo confieso, una o dos veces, quizá tres (risas), me ocurrió dormirme en sesión. Hay uno o dos pacientes a quienes les ocurrió, que lo han tomado muy bien (risas), uno a quien esto lo tranquilizó (risas) sobre lo ordinario de lo que podía contar, el tercero se fue (risas), no puedo censurarlo enteramente (risas de JAM y de la sala), creo saber por otra parte que eso fue para él una indicación de que no tenía que seguir el psicoanálisis. Supongo que me ocurrió, ciertamente, porque estaba cansado, pero en fin porque sin duda, los comienzos de la práctica me daban una profunda satisfacción. Si esto no me ocurrió jamás después es sin duda porque esta satisfacción se desvaneció y la práctica me forzó a pensar, al menos me fuerza a pensar en el psicoanálisis como tal. Y es, por esta inquietud, esta preocupación que prosigo, con el correr de los años, lo que devano ante ustedes. Si doy una mirada hacia atrás al Departamento de psicoanálisis, podría estar tentado de decir que no es un éxito. Fue fundado sobre la marcha de mayo del 68, hace ya cuarenta años, era un atractivo ofrecido a la revuelta estudiantil de la época, que creímos atemperar, taponar, satisfacer -entre otros- con esta creación, y después de entonces el Departamento de psicoanálisis no se disperso. Permaneció único en la universidad francesa. Es un lugar de memoria, si puedo decirlo. Y no he hecho nada para extenderlo, es necesario que yo lo reconozca. Es que yo mismo he hecho mi evaluación: era verosímil que no llegara a hacerlo; hice un cálculo según el cual los esfuerzos que tendría que desplegar para edificar, en la universidad francesa, un sector de psicoanálisis no valdrían la pena, y si, de manera extraordinaria, yo tenía éxito, no haría forzosamente bien al psicoanálisis. Y por lo tanto me acomodé a este espléndido aislamiento. En el curso de estos años, lo que he podido desarrollar se extendió ampliamente fuera de la universidad. Primeramente las Secciones Clínicas. Hay una en el departamento, he creado otras 24 a través del país y en la Bélgica francófona, hay más de 2000 estudiantes que se inscribieron allí, esto merece ser considerado como una pequeña universidad privada. Lo he extendido también fuera de la francofonía, esencialmente en el resto de Europa y en América latina. Y luego me consagré a crear Escuelas de psicoanálisis. Hay ahora 7 en el mundo, que se refieren a la orientación lacaniana. Es un balance honorable, incluso si no puede inscribirse en el registro de la universidad francesa, la cual, en el mismo tiempo, se vio estrangulada por ella misma, por una parte, y por la acción perseverante de su tutela estatal. Hoy tenemos la huelga general, o poco falta, de los universitarios, de lo que no quiere desolidarizarme como se dice -por lo tanto hago huelga-. Esto no me impide alimentar proyectos, de los que puedo hacerlos partícipes hoy, justamente porque no pongo esperanzas desmesurados en el resultado de esta huelga. Entiendo dar un lugar más importante a la enseñanza del psicoanálisis en Francia creando -pienso llegar a esto a partir del próxima comienzo de clases, al menos planteando las bases- un Instituto lacaniano en París, que querrá dar una base y un eco más importante a lo que hasta el presente se realizaba bajo la égida de las Secciones clínicas. Desde el momento que está en preparación un decreto que hará pasar a la efectividad la ley sobre el título de psicoterapeuta -esto se trama en estos días bajo el ojo y la vigilancia de las más altas autoridades del Estado-, hay, me parece, una apertura para instalar un establecimiento de enseñanza que podrá distribuir este título legal, el cual será verosímilmente en el porvenir una de las principales puertas de entrada en la profesión de psicoanalista si existe una. Y bien, mi intención es que la orientación lacaniana esté allí presente y que pueda recibir, al nivel prescrito, que será verosímilmente el llamado Master 2, a aquellos que quieran comprometerse en esta carrera. Les doy aquí este proyecto que aún hay que remodelar en función de los textos legales que van a salir. Será mi contribución -fuera de los muros, siempre, bien forzado- a la vitalidad de la universidad francesa. Lamento que sus reglas, sus hábitos, sus costumbres no hayan permitido que las 24 Secciones clínicas que he podido instalar encuentren lugar en su seno sino solamente bajo la égida del Departamento de psicoanálisis. No ha dependido de mí. La ambición de una enseñanza metódica de la clínica psicoanalítica encontró felizmente otros relevos que aquellos que le fueron rehusados por la organización del saber tal como se concibe en nuestro país. Por lo tanto, hago huelga, pero de todos modos, como estoy allí y ustedes también, voy a decir algunas palabras a continuación de lo que he traído la ultima vez -pero en fin hay huelga- (risas). Entonces, la última vez, volví a lanzar el término ficción. Este término fue llamado, fue convocado por esta expresión, que figura en el último de los Otros escritos de Lacan, la verdad mentirosa: la verdad mentirosa precisa, comenta el término de ficción. ¿Qué acento hay que poner sobre el adjetivo mentirosa? A mi entender, no se trata de oponer una verdad mentirosa a una verdad verídica, es tener como esencial, constitutiva, la alianza de la verdad y de la mentira. El poeta -y muchas otras cosas también, el novelista, el político-, en fin el poeta Aragón, que era de la generación de Lacan, quien le rinde homenaje en su Seminario 11, para decir el eco y la simpatía que le inspiraba su obra, Aragón, por lo tanto, había formulado, en los años 60, algo que él llamaba el mentir-verdadero, es una mentira que se une, que revela la verdad. La verdad mentirosa, tal como la entiendo, dice de todos modos otra cosa, que es más radical, esto: "La verdad misma es una mentira". Y no es poca cosa que lo diga, cuando lo dice, alguien, Lacan, que había hecho de la verdad el pivote, el resorte de la experiencia analítica. Pero a decir verdad -si me atrevo a decirlo- la noción que la verdad es intrínsecamente mentirosa, es lo que implica la noción de efecto de verdad. Es lo que implica el empujar a la verdad a la posición de efecto, un efecto cuya causa -si hay efecto hay que identificar la causa-, cuya causa es el significante, y precisamente la articulación de los significantes entre sí. Técnicamente, eso se escribe ubicando una articulación significante reducida al mínimo entre un significante y otro e indicando que el retorno del segundo significante sobre el primero tiene un efecto de verdad: Pero es también elocuente que deja de lado esta representación esquemática para contentarse con decir que el efecto de verdad se desprende de la palabra: sin palabra, no hay efecto de verdad. E incluso: sin palabra, no hay verdad. Es necesario que haya un decir para que exista algo como la verdad. Incluso la escritura no alcanza: la escritura puede ser solamente índice, si se la descifra. La idea de verdad supone que hay una superposición de lo simbólico con lo real, que el dicho puede recubrir. Lo simbólico, lo real, que yo cito, de lo que me sirvo para pensar, que me obligan también a pensar, son dos dimensiones, y por ello, en tanto que dimensiones, son homogéneas, sin embargo, por naturaleza son heterogéneas. Lo simbólico es un orden. A fuerza de repetición Lacan había hecho pasar al discurso común -al menos de sus alumnos y luego esto se irradió- la expresión orden simbólico. Pero nunca se trató de un orden real: podremos decir que es porque lo real no es un orden; es más bien un caos que un orden; lo real está hecho de elementos dispersos, desparejos. De allí, por contraste, irradia el esplendor de lo simbólico. Es llegado el caso el milagro que se realiza al comienzo de un análisis, donde llega un sujeto, que dice la manera en que es llevado por las circunstancias, que no puede con ellas, y por las virtudes de la narración, hete aquí que eso se ordena, que adquiere figura, que deviene su historia que produce sentido, que surgen repeticiones. • Podemos decirlo utilizando la referencia a las modalidades, que Lacan tematizó en la parte mediana de su enseñanza, pero a las cuales recurrió de entrada cuando oponía, desde su Informe de Roma, en 1953, necesidad y contingencia. • La necesidad no es concebible más que en el marco del orden simbólico, algo como una necesidad, es decir un no cesa, de lo que estamos asegurados porque está condicionada, ¿por qué cosa?, por un programa, por un axioma, por una fórmula, por una escritura, sin efecto de verdad variable: es así como Lacan podía traducir la necesidad, es un no cesa de escribirse. De allí la definición de lo real, visto a partir del orden simbólico, como el reverso de la necesidad, es decir un imposible de escribir, un no cesa de no escribirse, del que dio su punto culminante con la noción de la relación sexual como imposible de escribir. Y esto, lo real como imposible, es lo real visto desde el punto de vista del orden simbólico: está en blanco, es lo que no tiene ninguna fórmula escrita como garante, es lo que no se inscribe más que en negativo. En tanto que Lacan fue atrapado, capturado, transportado por la noción del orden simbólico, por la noción de la omnipotencia del orden simbólico ¡y bien! simplemente arrojó lo real fuera de la experiencia analítica. Pudo decir que, en la experiencia analítica, es cuestión de imaginario, que lo simbólico que está allí debe adueñarse de ella, pero que lo real queda en la puerta. Lo dice aún, si mi recuerdo es correcto, con todas las letras, al menos con todas las palabras, en su Seminario 4 sobre La relación de objeto. • Sin embargo, si nos abstraemos del orden simbólico -por hipótesis-, entonces se descubre la dimensión de la contingencia. Lo real no es más lo imposible, "lo real es lo contingente",es decir, precisamente, lo que cesa de ser imposible, lo que cesa de no escribirse, y no sabemos cuando, eso no se calcula. En definitiva, si hacemos surgir la fórmula -que no está en Lacan, me apresuro a decirlo, es de mi cosecha, lo pruebo-, si hacemos surgir la fórmula que lo real es contingente más bien que imposible, entonces, en efecto podemos percibir la relación de lo real y del inconciente, del modo de sorpresa con el cual el inconciente se manifiesta. No sabemos cuando va a interferir el lapsus. No sabemos cuando el sueño va a traerles un efecto de emoción que traducen en términos de verdad. No sabemos cuando van a hacer el acto donde tropiecen y del que darán cuenta en su relato diciendo "Es por esto", implicando allí una intención. • Es claro nos vemos conducidos a regresar de los fastos de la necesidad narrativa a la humilde contingencia. Estamos obligados a la escucha, que es nuestra posición en el análisis cuando somos analistas. • Estas reflexiones me hacen releer de otro modo una formula de Lacan, que he descifrado hace tiempo -¿cuántas veces?- en su texto inaugural, "Función y campo de la palabra y del lenguaje", pagina 256 de los Escritos, cuando hablando de la anamnesia analítica, de la vuelta de los recuerdos y especialmente de los recuerdos de infancia en el análisis, decía: "no se trata allí de realidad sino de verdad…", e implicaba con esto que la palabra plena -según su expresión de ese tiempo- que definía por su efecto de…, lo cito: "reordenar las contingencias pasadas dándoles el sentido de las necesidades por venir". • Hay que darle todo su sentido a este verbo reordenar. El prefijo re, está de más. Precisamente, si son contingencias, no están ordenadas. No adquieren un ordenamiento más que por el orden simbólico: el orden simbólico no debe concebirse como una estructura inmóvil, el orden simbólico se apropia de lo que no esta ordenado y le impone un ordenamiento. Y singularmente, este ordenamiento, es una continuidad, es un sentido, es una intención, es lo que aparece como finalidad, es una intención que produce sentido, es un esto quiere decir. • Es allí donde se insinúa la verdad mentirosa: en la transmutación de la contingencia en necesidad. Es en el fondo lo que siempre se llamó psicoanálisis -no Lacan- la racionalización: lo que llamaban racionalizar, es sobre imponer a lo descabellado una mentira racional, una mentira que produce sentido. • De entrada en Lacan, desde esta fórmula inicial, vemos bien que la necesidad, no era más que una construcción, y que esta operación verdad, que se cumple en el análisis, que hace soldar la verdad de la contingencia del acontecimiento, esta operación verdad que da sentido y razón a lo que es, a lo que ocurre, a lo que cae en vuestra vida, a aquello con lo cual tropiezan, esta operación verdad, es una operación mentira. • Lacan podía decir, en la página siguiente 257: "la historia en cuanto constituye la emergencia de la verdad en lo real". Desde donde consideramos esta proposición, no podemos más que poner a distancia el singular de la verdad puesto que sabemos que esta verdad es eminentemente variable. Y la historia, ¿qué compacidad, qué fundamento tiene? Transformar, como nos invita Lacan al final de los Otros escritos, historia en hystoria, con la y griega de histeria (hystérie), es marcar, en la operación analítica, la dominación del deseo del otro, en el fondo su falta de objetividad. Entonces ¿cual es el deseo del otro, llegado el caso? ¿Cuál es la respuesta al "¿Qué quieres tú?" al "Che vuoi?", si se la dirige al analista? ¡Y bien! Es un Quiero sentido: ¡quiero que esto tenga sentido, quiero que se coordine, quiero que sea coherente, quiero que se sostenga, quiero que se cuente, quiero que se verifique, quiero que se cante! (risas) Esto es el Yo quiero del analista, tal como Lacan lo puso en el mundo, es su bautismo, es de este modo como lo bautizó en 1953. Y es precisamente este analista que quiere sentido al que crucifica en su muy última enseñanza. Con -en filigrana- no está explícito, no está desarrollado, no está cantado, pero en fin de todos modos está indicado -un analista que querría algo diferente de eso-. ¿Puede un analista no querer verdaderamente sentido? ¿Puede no querer de un sujeto que preste atención? Cuando llegado el caso reclama al analizante sueños: ¡Haga un esfuerzo para acordarse de sus sueños! Y que, por supuesto, la articulación misma del discurso analítico conduce al analizante a construir, a tejer una trama de verdad mentirosa, una trama de verdad variable, cambiante, de verdad que bascula incesantemente en la mentira, que no es más que transitoria, y a tejer esta trama a partir en efecto de las contingencias pasadas y de las contingencias cotidianas. Dirigir al paciente el ¿Qué quieres tú?, implícitamente, como lo implica el discurso analítico mismo, tiene grandes consecuencias. El ¿Qué quieres tú ? en tanto se dirige al paciente, es invitarlo a construir una voluntad, un deseo decidido, a construir a partir de su deseo, de lo invariable, en tanto que el deseo, es una circulación, es extravagante, errático, es inaprensible, se invierte, se deshilacha, se muestra de nuevo, no es una voluntad. Por lo tanto, el análisis empuja al sujeto a hacer, de su deseo, una voluntad, y allí, en este empuje a la voluntad, ya se insinúa la mentira. El análisis pide al sujeto nombrar su deseo, pero lo que se descubre -lleguemos hasta allí- es que no se llega a nombrar el deseo, que el deseo es rebelde a la nominación, que el deseo no se transforma en voluntad. Todo lo que llegamos a circunscribir y a nombrar del deseo, es un goce. En el lugar del ¿Qué quieres tú? como respuesta obtenemos esencialmente: Aquí, hay goce. Es decir que obtenemos una localización del goce, articulado en un dispositivo significante. Es lo que Lacan llama el discurso del amo, donde presenta la articulación significante (JAM escribe S1 y S2), el efecto de verdad (JAM escribe $ bajo S1) identificado al sujeto mismo, como barrado, como lugar vacío donde este efecto se inscribe, y a minúscula (JAM escribe a minúscula bajo S2) como el índice de este goce localizado que es todo lo que se obtiene como respuesta al ¿Qué quieres tu? Esto es lo que Lacan llama el discurso del amo (JAM escribe dM a la izquierda de un marco que encierra los cuatro términos separados por dos barras horizontales), bajo otra faz, puedo llamarlo sinthoma (JAM escribe sigma a la derecha del marco). Llamo sinthoma a este dispositivo, si digo que está allí ante todo para producir goce, que no está allí para producir sentido, o que no está allí para producir sentido más que como cubierta del goce, que su finalidad propia es el goce. Hay una condecoración eminente de la antigua Prusia, inventada por Federico II, creo -quizá esta condecoración está aun en vigencia no lo sé-, que se titulaba Para el Mérito, en francés. Y bien, a este dispositivo (JAM muestra el esquema del sinthoma) podemos dar la condecoración Para el Goce. Todo para el goce. Es decir, en términos freudianos, que es la dominación completa desde el punto de vista económico. En el fondo estos tres elementos S1, S2, S tachado, no se trata tanto que sean significantes o efectos de verdad, sino que son factores para gozar, son elementos de un aparato de goce. Entonces, el pase. El pase fue concebido por Lacan como un ejercicio de palabra, como un relato del análisis, como una reseña del resultado, que invita a hacer el recuento de los efectos de verdad, a los cuales se agregan la distancia tomada en relación con el goce localizado del objeto a minúscula, la ruptura del fantasma: cómo se acumularon los efectos de verdad en saber y cómo correlativamente el fantasma se fracturó. Por lo tanto, aquel que estaba llamado a testimoniar, era un sujeto fracturado, el sujeto en tanto que tomó distancia con el goce, y por lo tanto capaz, si puedo decirlo de un verdadero fuera-de-goce. Y es por lo cual Lacan podía decir: A este nivel eso puede ser científico. Porque ese sujeto es capaz de una palabra limpia de goce, en todo caso limpia del fantasma y, de este modo, del goce, y por lo tanto puede testimoniar del saber extraído de su fantasma. Por el contrario, si percibimos esta articulación como la misma del sinthoma (JAM muestra el esquema del sinthoma), entonces la partida jugada con el goce en el curso del análisis aparece bajo otra luz. La cuestión es menos saber lo que ha sido extraído del goce, lo que fue extraído del fantasma, en términos de efectos de verdad, en términos de saber, que decir la satisfacción que he logrado extraer de mi modo de gozar. Pues mi modo de gozar es lo que es, Si vengo a análisis, es porque, de mi gozar, extraigo una insatisfacción que me obliga a ello; y es por lo que el último de los Otros escritos de Lacan se desarrolla bajo la égida de los casos de urgencia, es decir aquellos donde la insatisfacción está en su punto máximo. Respecto de ello, el pase es lo que responde a la urgencia: es el antónimo de la urgencia. El pase, es cuando no hay más urgencia, cuando, de mi modo de gozar, como tal invariable, que no puedo atravesar -a diferencia del fantasma- ,cuando de mi modo de gozar, he llegado a extraer una satisfacción que apacigua mi urgencia, mi preocupación, mi lo-que-me-fuerza-a-analizarme. Allí donde Lacan se compromete en su muy última enseñanza, es en su Seminario 20 cuando se le aparece que la realidad es abordada con los aparatos del goce y que no hay otro aparato de goce más que el lenguaje. Se le aparece entonces que el lenguaje mismo es un aparato de goce, que el lenguaje no está hecho para el sentido y para la verdad -no está hecho para hacer emerger la verdad en lo real-, que el lenguaje es Para el Goce. Es una cuestión saber porqué Lacan, ¡habitualmente tan claro!, fue en su muy última enseñanza, más alusivo, incluso mudo sobre las consecuencias de este Para el goce. Sin duda era una nueva vuelta radical de su punto de partida y de lo que quiso decir ser lacaniano durante decenios. Desde donde estamos, no podemos no ver este punto de partida como el psicoanálisis pensado a partir de la ficción. Una ficción de psicoanálisis. Porque pone en escena, si puedo decirlo, un inconciente sin real, un inconciente todo simbólico, puro correlato de la interpretación en tanto que tiene éxito. He desarrollado esto yo mismo, hace años, que era lógico ir de lo conocido a lo desconocido, que el inconciente era lo desconocido, que lo que conocíamos era la interpretación, y que el hecho que ella tuviera éxito demostraba, si puedo decirlo, que la sustancia del inconciente era la misma que la de la interpretación. Es decir que el inconciente tenía estructura de lenguaje. Y empujé las cosas hasta el final, anunciando hace tiempo: El inconciente intérprete. Lo real, en efecto, se quedaba en la puerta, y todo el interés estaba en los mecanismos de la cadena significante, la represión, la negación, la forclusión, la denegación. En efecto, si dejamos lo real afuera, si su función no aparece más que bajo las especies de la inercia de los factores imaginarios, entonces es legítimo concebir el paciente como sujeto del significante. Pero es otra cosa si percibimos que la finalidad del aparato significante, es el goce. Y es eso lo que condujo a Lacan a escribir, una vez, en la "Presentación" que había dado, a pedido mío, de la primera traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber, es eso lo que lo había conducido a decir, una vez, el sujeto del goce. Si no lo repitió es porque no se sostenía. Le hicieron falta diez años más para hacer surgir el término parlêtre. El parlêtre, es sin duda el ser, que no es ser sino por hablar -cuando no se habla uno no es un ser-, pero el parlêtre, es esencialmente el ser, que habla de su goce, digamos incluso esto en complemento de objeto directo, el ser, que habla su goce, cuyo goce es la razón última de sus dichos. Entonces, el sujeto del pase era supuesto, cuando Lacan lo inventó, ser el sujeto separado de su goce, que pudo -entre comillas- adjetivarlo, distanciarse de él. El pase del parlêtre, no es testimoniar de una travesía del fantasma, es la elucidación de la relación con el goce, de cómo el sujeto cambió en relación con lo que no cambia, su modo de gozar, y cómo se elaboraron para él las variaciones de su verdad, su camino de mentira. Y por lo tanto, es testimoniar de un fracaso más bien que de un éxito, si bien no en la obtención de una satisfacción, de la que hay que decir que es, pues no se demuestra. Me ocurrió este año citar y comentar la expresión que Lacan había empleado releyendo su texto inaugural del Informe de Roma, aquel del que ahora digo que nos presentaba de hecho un inconciente sin real, Lacan decía que encontraba allí la huella de una nada de entusiasmo. ¡Seamos claros! como podemos serlo ahora. Este texto, que celebraba la omnipotencia de lo simbólico, que terminaba con el Da da da del dios Prajapâti, citado por T.S. Elliot, digámoslo, el texto inaugural de Lacan en el psicoanálisis, está marcado con el sello de la manía, es decir aliviado del peso de lo real. Tenemos un psicoanálisis de ficción, que se pagó, en su muy última enseñanza, con el peso acrecentado de la inercia y de la marca de la depresión, que me parece brillante. Y bien, nos alivió de ello. En ese camino maníaco depresivo, si puedo decirlo, de la enseñanza de Lacan –me lo permito-, en ese camino maníaco depresivo, nos queda, a nosotros, trazar una vía que tenga en cuenta a la vez los poderes del significante y de la contingencia de lo real. El próximo encuentro es par principios de marzo, hasta entonces. (aplausos)
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