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Curso del miércoles 14 de enero de 2009

Jacques-Alain Miller: Cosas de finura en psicoanálisis VII

Continúo. Tengo mérito en continuar porque tengo la sensación de avanzar en una zona que aún no tengo perfectamente balizada. Pero es eso lo que me atrae. Y el hecho de que deba dar cuenta ante ustedes no me disuade de entregar una reflexión que no está concluida.

Me decía que un análisis que comienza y un análisis que dura no es para nada algo parecido.

Un análisis que comienza, un análisis que dura, y también un análisis que termina –digamos simplemente que se detiene, no entremos rápidamente en la cuestión de saber si se detiene bien o mal y a partir de qué criterios se juzgará lo que es correcto e incorrecto en la materia–, son tres análisis, tres modalidades del análisis, que no se presentan en absoluto de la misma manera, que exigen en todo caso del analista que no tenga ni la misma posición ni el misma modo de hacer.

Admitamos que la estructura sigue siendo la misma –por hipótesis–. El empleo mismo de la palabra estructura lo implica, y la evidencia empírica va en el mismo sentido: las dos mismas personas, el mismo lugar, la misma cita. No es como en la educación, donde se manifiesta el progreso de ustedes cambiando de lugar. ¡No estamos aquí en el jardín de infantes! Aunque… (risas). Pero en fin, ¡no trato de adormecerlos con canciones de cuna! Aunque… (risas). ¡En cualquier caso no hay pañales! (risas). En la educación funciona como referencia una tópica, el jardín de infantes, el colegio primario, el colegio secundario, la universidad cambian de lugar. No en el análisis. No se les dice: ahora vamos a dejar mi consultorio rojo y a pasar al cuarto piso donde lo recibiré en mi consultorio azul. Todo permanece igual. Pero en fin el ejemplo que tomo indica que podemos marcar los progresos del saber cambiando de lugar y de profesor. Por otra parte puede ocurrir, sí, que se cambie de analista, por ejemplo para terminar su análisis: Vengo a verlo para terminar mi análisis. Eso incluso puede ser por tradición, en una organización jerárquica de la comunidad analítica, que haya analistas especialmente habilitados para comenzar análisis, pero no para terminarlos. Y en la ocasión analistas que se plantean la cuestión de saber si están a la altura de hacer terminar su análisis a su paciente.

Borro todo esto. Admitamos, como hipótesis, que la estructura es la misma. Esta permanencia no impide que lo que ocurre no se presenta en absoluto de la misma manera según que se esté en el comienzo o que se esté instalado en la duración.

Digo lo que ocurre. ¿Cómo nombrarlo? ¿El o los fenómenos? Para que haya fenómenos, sería necesario que haya nóumeno, y no estructura. Ahora bien, la estructura-nóumeno, por hipótesis, no es nóumeno en el sentido en que Kant por ejemplo emplea este término. No lo desarrollo. Como digo estructura prefiero decir acontecimiento más bien que fenómeno.

Un análisis que comienza está pleno de acontecimientos. Eso muda. Es lo que llamamos la transferencia: es una palabra gloriosa para calificar esta mudanza. Se transporta, a otro lo que se tiene en la cabeza, lo que uno se decía a sí mismo. Es un hecho de transmisión, de comunicación. Se comparte. Se comparte lo que se piensa tener como lo más íntimo. Evidentemente, hay una parte de lo que se ha dicho a tal o cual, pero regularmente existe lo que no se ha dicho jamás a nadie. Y por lo tanto es un franqueamiento, en todos los casos es un franqueamiento, no es anodino.

No he empleado sino con reticencia la expresión lo-que-uno-no-se-dice-más-que-a-sí-mismo. A sí mismo, uno no se lo decía sino a medias, uno se lo decía, esto se percibe retroactivamente, de manera vaga. Este vago es lo que se adorna con el nombre de conciencia. Lo que uno se dice concientemente no aparece a menudo sino bajo una forma esbozada, en su conjunto permanece amorfo, en el sentido propio: no está puesto en forma.

Hacia fines del siglo XIX, a comienzos del XX, se tuvo un fuerte sentimiento de ello en los novelistas que comenzaron a tratar de escribir el flujo de conciencia – the stream of consciousness.. Se dice que es un francés llamado Dujardin el que inventó esto. Joyce se distinguió en la escritura del flujo de conciencia, Se considera que el Ulises nos da eso. Virginia Wolf se dedicó a su vez en su novela, amable –su esquizofrenia no estaba aún tan avanzada para que sea más interesante–, en su novela que se llama Mrs. Dalloway. Yo clasificaría todo esto en los efectos de la invención freudiana sobre la literatura, por qué no una puesta en forma literaria del amorfo mental.

Un análisis comienza con el modo de la formalización. Lo amorfo se encuentra dotado de una morfología. No es simplemente que lo implícito pasa a lo explícito, sino que una transformación tiene lugar, radical puesto que se pasa de la ausencia de forma a una forma. Lo amorfo se dibuja, en cada sesión toma ángulos, se presenta bajo una luz diferente. Lo que está más próximo de aquello de lo que se trata es la configuración de nudos, que tienen la misma estructura, pero según la manera en que ustedes tiren de las cuerdas que se representan, obtienen formas diferentes. Es muy realista, es verdaderamente eso lo que tiene lugar. La masa mental de lo amorfo, en el curso de las primeras sesiones, se reparte en elementos de discurso. El solo hecho que ustedes inviten a quien tienen enfrente a hablar, hace que su amorfo mental adopte la estructura de lenguaje. Cuando eso no se produce, es muy inquietante. Llegado el caso, se produce por el contrario bajo una forma apresurada, vacilante, como si esta masa no esperara sino esta ocasión de dividirse, de repartirse y de comunicarse.

El dibujo que surge entonces está condicionado, al menos por una parte, por la dirección, por el destinatario.

Tomé hace un momento el ejemplo de los escritores que buscaban en la época de Freud, transcribir su flujo de conciencia. Lo formalizaban en el tono, en el estilo de lo que pensaban era –y con justa razón para esos ejemplos– literatura: una preocupación por la cadencia, la armonía, la emoción. A su gusto.

Otro ejemplo. El verdadero católico, decía Lacan, es inanalizable. ¿Por qué? Porque su amorfo mental está plegado a la práctica de la confesión, y por lo tanto formalizado espontáneamente según las categorías de su destinatario. Podemos señalar que esas categorías conciernen esencialmente al goce, y el goce como culpable: lo que se trata de confesar es el goce en tanto que no es aquel que haría falta. Se ha relajado, evidentemente, bajo la influencia de Freud pero es la orientación de esta práctica. Apunta a ceñir el pecado. Felizmente no existe el pecado, se evalúa según una escala, existen los pecados, los más graves y luego aquellos que no cuentan verdaderamente, los veniales. Esto permite todas las astucias: confesar el venial, para diferir el capital. Esto abre a todo un juego destinado a obtener, al final, la absolución. Lacan pensaba –imagino– que aquellos que están verdaderamente tomados por esta práctica, que los ases de la confesión son en el fondo impermeables al análisis porque se han vuelto demasiado astutos con su decir sobre el goce.

No me molesta que Michel Foucault haya considerado que el psicoanálisis precedía de la confesión. Históricamente, es una tontería, pero lógicamente, ¿por qué no? Digamos entonces que la dirección, en el psicoanálisis, se distingue precisamente de la confesión porque el psicoanálisis es no prescriptivo.

La regla no es medir la culpabilidad, sino por el contrario invitar al otro a decir todo lo que le pasa por la cabeza, a entregar el Einfall, como decía Freud, lo que cae, lo que cae en la cabeza, el caso mental, el acontecimiento de pensamiento; es por otra parte una cuestión el saber cómo el acontecimiento de pensamiento se relaciona con el acontecimiento de cuerpo. Lo que ustedes obtienen del paciente ustedes lo obtienen bajo la forma de: Decir el acontecimiento de pensamiento, y la regla analítica comporta una garantía que ustedes proveen y que es: No serás juzgado.

No hay juicio. No hay juicio final, no hay juicio primero, no hay juicio en absoluto. Es más o menos verdadero (mímica dubitativa de JAM y risas en la sala). Pero es lo que comporta la lógica del asunto.

Están los que les imponen las leyes de la ciudad. Se puede desconocerlo, contar esto: alguien que recibe un paciente que a la tercera sesión le confiesa que asesinó a una o dos personas –digo una o dos porque de una no estaba muy seguro (risas)–, el analista tomo eso con filosofía; ningún juicio. ¿Por qué no por otra parte? No sé lo que yo hubiera hecho si no hubiera sentido que el muchacho estaba cerca de recomenzar. Por lo tanto evidentemente es difícil escapar, en ese caso por los intermediarios habituales, al señalamiento, como se dice.

Es más o menos verdadero también porque les creen más o menos y continúa planeando sobre un análisis la nube negra del juicio que llegado el caso difiere, retarda lo que el sujeto siente como la confesión de sus faltas. Evocaba precedentemente los tres años que fueron necesarios a tal para llegar la punto de abandonar su discurso caótico y largar que era homosexual –hacérmelo comprender– luego de lo cual sus nubes se aclararon inmediatamente y nos ocupamos de lo serio.

Hay todo un campo para explorar: lo que esta fantasía de juicio sustrae al análisis, a la palabra analizante, cómo lo entorpece, y qué técnica está a la altura de obtener que el No serás juzgado sea tomada en serio.

Pero en fin, dejo de lado, al menos por el momento, esta problemática. Y recuerdo que, lógicamente, hay una suspensión absoluta del juicio moral. No es lo más difícil. Lo más difícil es la suspensión absoluta del juicio pragmático, que el analista se abstenga de decir: no es así como hay que hacer para obtener este efecto, hágalo de otro modo. A veces lo hace, reconozcámoslo. Pero en fin cuando lo hace, es una infracción a la lógica que expongo.

Dicho de otro modo, la regla analítica, lo que llamamos la regla analítica, es una operación que consiste en una ablación del superyó, lo que llamamos comúnmente el superyo, en una ablación del superyó común, –se supone que el analista debe dar el ejemplo de ello, queda a cargo del analizante el imitarlo–, y en la implantación de otro superyó, propio a la experiencia analítica, que está hecho de la obligación, de la imposición de decir la verdad, toda la verdad, sin maquillaje. Mandato que se sostiene, que tiene todo su valor, cuando comienza el análisis, y que se revela paradójico e imposible de satisfacer en el análisis que dura.

La entrada en análisis tiene efectos naturales, inmediatos –efectos lógicos–. Regularmente –no siempre, a menudo– son efectos de alivio, efectos terapéuticos. Un análisis tiene efectos terapéuticos rápidos. Un análisis que comeinza tiene efectos terapéuticos rápidos. Un análisis que dura tiene efectos no terapéuticos lentos (risas), e incluso puede tener efectos de deterioro. Corrijo rápidamente el optimismo excesivo de hablar de efectos terapéuticos rápidos del análisis que comienza, puesto que es bien conocido que la formalización, en particular la del síntoma, puede traducirse por un agravamiento. Es decir el sujeto se da cuenta que está más enfermo, más afectado de lo que pensaba, es el efecto Knock (risas), el efecto Knock del psicoanálisis. Se está más enfermo cuando se va a ver a su médico, es la lección que fue puesta de relieve por Molière en su Enfermo imaginario. Pero, más profundamente se trata de un efecto de alivio por objetivación: por la transmutación de lo amorfo, ustedes se vuelven un objeto, ustedes se vuelven una referencia, aquello de lo que se habla. El milagro de la operación es que ustedes obtienen esta vez el efecto brechtiano, el efecto brechtiano de distancia. Lo intimo pasa a lo exterior, y pasa siempre al exterior acompañado del sentimiento que Yo ya lo sabía pero no lo sabía, el acento puede ser más fuerte de un lado o del otro.

La transmutación de lo amorfo lleva en sí la idea de inconciente. Si queremos cuestionar el término de inconciente –como lo hizo Lacan, hasta tomar distancia con este término, y en un sentido desde siempre, al comienzo simplemente porque la noción de conciente es incluso demasiado vaga, vago sobre vago, para dar consistencia a su negación, pero también porque estructurar lo inconciente en términos de lenguaje vuelve ineficiente la referencia a lo conciente–, y bien si queremos ir en ese sentido, diremos que esta noción de inconciente se sostiene en el efecto de extimidad que engendra la formalización de lo amorfo. Estaba en mí y esto me era sin embargo desconocido, sin embargo me era no sabido. En ese sentido, lo que llamamos inconciente, es lo éxtimo.

Un análisis que comienza se hace, se desarrolla bajo el singo de la revelación. Entonces, no comienza necesariamente en el momento en que se emprende un proceso de encuentros regulares. Sino a partir del momento en que, seriamente, comienza, es decir en que el sujeto hace el esfuerzo de hacer pasar el acontecimiento de pensamiento a la palabra, el análisis se desarrolla, regularmente, podemos decir como un fuego artificial de revelaciones.

Lo amorfo cede el lugar a la articulación de elementos individualizados que de este modo se revelan trazables, para emplear un término de nuestros días. Podemos señalar que esto viene de antes, en general de la infancia, pero, en fin, de antes y que esto vuelve.

Ya, se percibe que, en un análisis que dura la revelación se hace mas escasa, se detiene, incluso desaparece. Es un régimen completamente diferente. La revelación es reemplazada, en el lugar amo por la repetición. Y no es la repetición de los elementos trazables que produce revelación, es una repetición que confluye en el estancamiento. Por supuesto que un análisis que dura pide atravesar el estancamiento, soportarlo, es decir explorar los límites: la jaula del sinthoma. Es si lo queremos lo que yo llamaba hace tiempo la experiencia de lo real bajo el aspecto de la inercia. Y esperamos que ceda. En el análisis que dura, por supuesto, hay revelaciones, pero lo que se espera más verdaderamente, tanto el analizante como el analista, es algo que es del orden de la cesión de libido, la retirada de la libido, de un cierto número de los elementos trazables que han sido extraídos en la época de la revelación. La cuestión que ocupa, no es tanto la de un tiempo para comprender, es la de un tiempo para desinvestir, para que –tomo esto de Lacan– el interés libidinal venga a condensarse en lo que el llamaba el objeto pequeño a. Incluso si el modelo de este objeto es el objeto pregenital, es el objeto winicotiano, aquí se trata de la hipótesis que el goce se retira para venir, en un punto, a condensarse: para que este punto pueda absorberlo, se hace de él un objeto. Condensador. En el análisis que dura, ponemos el ojo en el retiro de la libido, es con eso que se juzga. Uno no se satisface más de las revelaciones que no conducen allí, como tales. Se espera este efecto.

Esto constituye una diferencia en la vida de un analista. Un analista que comienza, tiene la experiencia del análisis en tanto que comienza –el suyo supuestamente está puesto a parte– y el análisis en tanto que comienza, es el pan blanco del psicoanalista, es el placer del analista, es el placer del analizante, los americanos llaman a esto la luna de miel (risas), lo han señalado. ¡Ah! ¡Sería un sueño no hacer más que comenzar análisis! (risas). ¡Sería sensacional, un triunfo! Se podría decir por ejemplo: comenzamos, hacemos dieciséis sesiones y luego (JAM hace un signo con la mano, risas de la sala) adiós, buen viaje. ¡De este modo no tendríamos más que lo bueno! habría que hacer eso (risas), no sé porqué no he aun pensado en ello (risas)

Luchar con el análisis en tanto que dura, es otra cosa. Me decía en mis reflexiones: Yo me sostengo pero la cuestión es saber cómo.

Reflexiono sobre esto. Con Lacan como compañero. Lo interroga sobre esto. Como Dante toma la mano de Virgilio, como Lacan mismo toma la mano de Joyce para guiarlo en el síntoma, es esa mano la que encuentro para guiarme en esta selva oscura, el análisis que dura. Si, sin duda con el peso de los reproches que puede acarrear. Usted no hace nada para sacarme de allí. Y lo que esta mano me da, es esta proposición, que he subrayado, tantas veces comentada, y que me aparece allí como una indicación. La verdad tiene estructura de ficción.

Fue rápido a extraer de ella todas las consecuencias.

La verdad, es la sustancia de la experiencia analítica –yo decía– su pan. Es lo que engendra: verdad. Eso no se sostiene sino por que hay muchas revelaciones, iluminaciones, instantes de ver, por ejemplo lo que los ingleses llaman insight. Eso produce eso. Simplemente, las verdades psicoanalíticas no son eternas. A diferencia de las que Descartes soñaba, que soñaba, por las mejores razones del mundo, a partir de las matemáticas: allí, en efecto, al nivel del matema, podemos tener la certeza de que hay verdades eternas. Pero las verdades que son engendradas por la experiencia analítica, saben que son mortales. Están a nivel del patema, de lo que se siente –pathema es la misma raíz que patologico, patético, etcétera–, son verdades patéticas. Es a ese nivel que son variables, lo que había hecho crear a Lacan el neologismo de varité-verdad variable. Llegado el caso, es para eso que se quiere cambiar de analista: cuando se está fatigado de la verdad que se ha obtenido se dirigen a algún otro diciéndose que se va a cambiar de verdad.

Entonces, ¿qué quiere decir ficción? Que es una fabricación, que no es del orden de la naturaleza, de la phisis de los griegos, que es ya del orden de la poiesis, que es del orden de la producción, del hacer. Una ficción es una producción marcada en el rincón del semblante. No está desvalorizada sin embargo, ¿no es cierto? Como yo lo decía hace un momento, se tira de los nudos, se modifica su configuración, por lo tanto se puede multiplicar la manera en que aparecen, su semblante. La ficción, en análisis, es un hacer que descansa en un decir.

Pero lo ficticio se opone a lo real, y puesto que me ocurrió tomar hace tiempo como slogan la orientación hacía lo real, eso trae aparejado el extraer todas las consecuencias de la estructura de ficción de la verdad.

Lacan se sumergió en la pelea oponiéndose a una orientación hacia lo imaginario, a una orientación de la práctica del psicoanálisis hacia lo imaginario, para sustituirle una orientación hacia lo simbólico. La orientación hacia lo simbólico, consiste en reconocer al inconciente una estructura de lenguaje, consiste en plantear que el inconciente tiene estructura de lenguaje; estructura de lenguaje es decir que el significante es distinto del significado, que el significante tiene supremacía sobre el significado, que las combinaciones y las sustituciones del significantes determinan el significado, que lo simbólico, el significante, tiene supremacía sobre el significado, lo imaginario. Todo bascula –lo he señalado, es verdaderamente un corte– todo bascula con lo que Lacan pudo emitir en la última lección del Seminario XX Aun que he escuchado pronunciado por él de viva voz, que la estructura de lenguaje, al final de cuentas, no es más que una elucubración de saber sobre la lengua. Es decir que la estructura de lenguaje no es más que ficción, que la estructura de lenguaje tiene estructura de ficción, que el lenguaje tiene estructura de ficción –elucubración quiere decir eso si se lo radicaliza–, y que por lo tanto el orden simbólico es del orden de la ficción. Para toda una parte, no despreciable, de sus lectores que se volvieron sus alumnos, lo que allí anunció no pasó, no llegan de ningún modo a decidirse a que el orden simbólico sea del orden de la ficción, piensan que es del orden de lo real. Entonces, es del orden de la ficción, no es la invención del Uno, es una ficción colectivizada, sedimentada, construida por los años. Pero la idea de que permanezca del orden de la ficción es necesaria para poder decir por ejemplo, que no hay relación sexual y que el orden simbólico es como una venda, una elucubración de saber, que viene a tratar de cerrar esta herida.

Pero no estamos acaso nosotros en la vía de proferir algo más agudo, más arriesgado que es que: El inconciente, en análisis, tiene estructura de ficción, que: el inconciente freudiano tiene estructura de ficción. La muy última enseñanza de Lacan me parece ilegible si quitamos esa orientación. Ficción. ¿De qué real? digamos para ir a lo más simple: del goce, que él, no tiene estructura de ficción.

Entonces, la palabra inconciente, de la que estamos cargados, hace creer que la oposición central sobre la cual debemos reglarnos es la de lo conciente y de lo inconciente. Pero lo conciente es una noción muy equívoca, no sabemos que es. Es de todos modos, muy comprometido este asunto. Quisiéramos definirlo por un saber inmediato y cierto, por una transparencia, pero ¿qué es lo que sabemos? Lo que creemos saber. El sujeto conciente no es más que un sujeto supuesto saber, saber lo que piensa, saber lo que quiere, saber lo que ama, aquello de lo que goza, aquello de lo que sufre. La experiencia del análisis nos muestra que el sujeto es algo falso: es un sujeto que no sabe verdaderamente, que se contradice, que cambia de opinión, que cambia de saber. De hecho, lo que llamamos el inconsciente es un hecho de lógica, es lo que se deduce de lo que se dice.

En todos los casos, no es en absoluto con esa oposición que operamos en el análisis, al menos en el análisis que dura. En el análisis que comienza, como hay revelaciones, la revelación trae aparejado de todos modo que antes no se lo sabía o que no se lo sabía así, por lo tanto, en el análisis que comienza, en razón de la revelación podemos admitir que la oposición de lo conciente –entre comillas– y de lo inconciente esté en el primer plano. Pero no es para nada el caso en el análisis que dura. En el análisis que dura, la oposición central es más bien la del inconciente como saber y del goce.

La enseñanza de Lacan está marcada por sus comienzos y sus comienzos están marcados por los comienzos de la obra de Freud y los comienzos de la obra de Freud están marcados por el análisis que comienza. Es esta la raíz del entusiasmo que marca "Función y campo de la palabra y del lenguaje", y Lacan, releyendo el texto de 1953 en 1968, ya se distancia de este entusiasmo, del entusiasmo propio al análisis que comienza, justificado solo a ese título –pero que permaneció como algo que tiene pregnancia–. Lacan pudo decir después: La destitución subjetiva en el ticket de entrada del análisis no aleja a nadie. Sin duda. Porque está escrito con letras muy pequeñas (risas). Lo que está escrito con letra grande es: ¡Venga, venga! ¡La verdad lo espera! ¡Y no sólo una, sino varias! Aquí se produce la verdad. ¡Ticket de entrada! Banderola, sí, hay que ver esto como los circos cuando llaman al público, ¿no es cierto? es el gran cofre.

Entonces, terminó por saberse que, cuando el análisis dura, el eje del análisis se desplaza: el eje se desplaza a la oposición del saber y del goce, que Lacan explicitó como tal en sus esquemas de los cuatro discursos –para tratar de salvar el circo, si puedo decirlo–.

Trató de poner esto todo junto cuando la dinámica misma de lo que se trata comenzó a dejar en dificultad a la noción de objeto pequeño a, es decir encerrar el goce, bien en su lugar. Es así que sitúo en el inconciente bajo el nombre de discurso del amo: una articulación significante (JAM escribe S1 S2), un efecto de verdad (JAM escribe $), y una producción de goce (JAM escribe pequeño a). Es así como trató de capturar la cosa. Esto estaba en su Seminario XVII, preparado por el Seminario XVI. Y luego, en el Seminario XX, fue necesario que haga aparecer en más un espacio amorfo, donde puso una J mayúscula, para desmentir justamente que se pueda encerrarlo así. En el Seminario XVI, lo inventó como el objeto plus de gozar. Allí (JAM muestra el pequeño a) en el Seminario XVII, insertó este objeto en la estructura de lenguaje. Y luego, allí (JAM muestra J mayúscula), esto explotó. Y luego comienza la estructura del nudo, que no tiene nada que hacer con la estructura de lenguaje.

En cambio –y es allí que vemos la orientación–, si no se juega a dominar el goce bajo las especies del objeto pequeño a (JAM muestra pequeño a), si se lo libera (JAM muestra J mayúscula), si tratamos de articularlo bajo las especies inéditas del sinthoma –s.i.n.t.h.o.m.a–, entonces si ponemos el goce en el lugar de mando, si le damos la primacía, incluso sobre el significante –no solo la primacía al significante sobre el significado sino la primacía al goce sobre el significante–, entonces, en efecto, obtenemos, lo que no está explicito en Lacan, lo que fui conducido a formalizar, obtenemos una escisión del sentido del inconciente entre inconciente real e inconciente trasferencial.

Es una orientación que he deducido del último escrito de Lacan en la recopilación de los Otros escritos, su prefacio al Seminario XI sobre el esp de un laps, dondeesto figuraba, así, al pasar: El inconciente, si es lo que yo digo, entre paréntesis, real –o más o menos eso–. El inconciente real. Pero no dejemos de lado lo que figura un poco mas arriba en el texto, otro paréntesis de Lacan, donde escribe: psicoanálisis, signo igual, podemos considerar o bien señalar que hay una continuación o una equivalencia, repetida por la palabra sea (JAM escribe primero en el interior del paréntesis: psicoanálisis = sea), no, no esta escrito así (JAM borra y vuelve a empezar), escribe psic (psych), por lo tanto podemos preguntarnos lo que está indicado al final de la palabra, dos trazos, una equivalencia, sea ficción d apóstrofe.

¿Cómo leer eso? Primera lectura, es que lo psíquico para Lacan es una ficción; y que lo que es real es lo lógico. Pero todo indica –y en particular la indicación que se refiere a un inconciente real–, todo indica que la segunda lectura para hacer es: Un psicoanálisis tiene estructura de ficción.

Si lo real es el goce, el inconciente es una defensa contra el goce, como me permití decir en mi última conferencia ante ustedes.

Cómo desconocer la estructura de ficción de un psicoanálisis, en tanto que de entrada Lacan había podido decir que el analista era, en su acto, amo de la verdad, y que subrayaba en su "Función y campo…" que, por la puntuación que aportaba, y especialmente por el corte final de la sesión, que no descansa sino sobre su decisión, él hacía variar la verdad. Todo indica que, en el hilo de la verdad tiene estructura de ficción, el acto analítico comporta un no retroceder ante la estructura de ficción de un psicoanálisis.

Es en esto que el goce es la ultima ratio, si puedo decirlo. Y la pregunta que prevalece cuando un análisis comienza: ¿qué es lo que eso quiere decir? Constatamos que esta cuestión palidece, tiende a borrarse, cuando el análisis dura. Entonces, ¿qué es lo que lo reemplaza? Si hay una cuestión que la reemplaza, si el analista no espera simplemente que eso pase, lo que lo reemplaza, si quiere plantearse la pregunta, es: ¿Qué es lo que eso satisface? ¿En qué eso satisface?

En un análisis que dura, el estatuto conceptual del goce se modifica.

Hay un estatuto del goce que es el del exceso, el goce-exceso (JAM escribe: 1/goce-exceso). Es a este nivel que se aprende clásicamente a distinguir el placer y el goce. El placer traduce un estado de homeostasis, que yo indicaría con una flecha que se cierra en círculo; y este estado de homeostasis se rompe por un elemento (JAM escribe a) que sobrepasa los límites del bien estar y que realiza la confluencia del goce y del sufrimiento, de lo sublime y de lo horrible. Es lo que Lacan puso de relieve en su Seminario XI y que extrae en su Seminario XVII bajo el nombre de plus de gozar.

Pero hay un segundo estatuto del goce, que comienza con el Seminario XX y que está presente en todo lo que es la última y la muy última enseñanza de Lacan, es el goce-satisfacción, lo que no es de ningún modo el primero (JAM escribe: 2/goce-satisfacción).El goce-satisfacción, es el restablecimiento, si puedo decirlo, de una homeostasis superior (JAM incluye el primer círculo en otra flecha que se cierra en círculo, luego escribe sigma); es que hay un funcionamiento allí que incluye el exceso, que lo vuelve rutina, y es eso lo que Lacan llama el sinthoma. De este modo, es lo que del concepto de sinthoma invalida, si bien no el objeto pequeño a, al manos la orientación que da nacimiento al objeto pequeño a.

Un psicoanálisis tiene estructura de ficción: ¿qué otra cosa dice el término que he debido hacer surgir hace mucho tiempo del inconciente trasferencial?

Es un inconciente construido en análisis. No retrocedemos en hablar de la construcción del fantasma, vayamos hasta el fondo (JAM hace un gesto de avance con la mano), la construcción del inconciente, donde el analista en efecto tiene mucho que ver; dirige la construcción y es porque está allí que el inconciente toma sentido y que se lo interpreta. Es lo que está en el fondo escondido en el término de asociación libre. La asociación libre, es una invitación a prestar atención a lo que se dice, es una invitación a prestar atención a lo que les aparece, y nunca hay tanta asociación libre como cuando hay una detención obligada, que opera la interpretación precisamente, que puede en efecto bastar con eso: subrayar, detenerse en una palabra. Una vez que ustedes han prestado atención allí, entonces puede comenzar lo que se llama en inglés to connect dots, conectar los puntos (JAM escirbe cuatro puntos), como en los juegos de las revistas. En ese momento, sí, se hacen nacer formas, según donde uno se detiene. (JAM dibuja una línea pasando por los cuatro puntos).Y en efecto, a partir de lo simbólico, se hace florecer lo imaginario.

En cambio, el inconciente real, es el inconciente que no se deja interpretar, y es por lo cual, en ese último texto –o pre-último puesto que está todavía el de "Todo el mundo está loco"–, el inconciente está definido como el lugar donde la interpretación no tiene ya ningún alcance. El inconciente real, es el lugar del goce opaco al sentido, y que podemos, por ficción, emprender la tarea de hacerlo charlatán. Es por ello que Lacan pudo, en este mismo texto, evocar la hystorisación del análisis para calificar el pase. Pero, por supuesto, el análisis mismo, en primer lugar, es una hystoria –con una y–. Y por lo tanto, un psicoanálisis tiene estructura de ficción, eso puede decirse: es una hystoria, es decir un relato, incluso una novela, con su continuidad, y ordenada al deseo del otro.

De allí se vuelve a plantear la pregunta del pase: ¿cómo se ubica un análisis? ¿Con qué articulación entre ficción y goce? ¿Y que es lo que este goce le debe o no le debe al deseo del otro?

Señalemos que Lacan dice al pasar, Analista de la Escuela en devenir, que es supuesto saber mucho de eso, porque ha liquidado la transferencia, como se dice. Por qué retomar esta vieja expresión de los supuestos ortodoxos, sino para designar, entre líneas el inconciente transferencial.

Y por lo tanto lo que surge al final como una indicación de lo que puede ser un análisis que termina, es cómo puede asociarse el testimonio de hystoria y el testimonio de satisfacción del final del análisis.

En el fondo, el inconciente trasferencial lleva un nombre, un nombre lacaniano, que es la verdad mentirosa.

Es por allí que se nos indica la vía de lo que abre la puerta del final del análisis y de lo que puede fracturar aquello que llama la falta de relación sexual, es decir fracturar lo que yo llamaba la reserva mental.

Hasta la semana proxima (Aplausos)

 
Traducción: Silvia Baudini