Jacques-Alain Miller on line |
Curso del miércoles 10 de diciembre de 2008 |
Jacques-Alain Miller: Cosas de finura en psicoanálisis V Evoqué la última vez la clínica del sinthoma.- según la antigua ortografía que Lacan restituyó (JAM escribe Sinthoma en el pizarrón) y con el cual tituló su Seminario XXIII. Ya he abordado ese Seminario aquí en su momento y lo he retomado planteando la cuestión de saber cuál era la incidencia de lo que he llamado un punto de vista, una perspectiva –la perspectiva del sinthoma–, sobre la práctica del análisis y sobre el estatuto del psicoanalista, incluido el estatuto del psicoanálisis mismo, en tanto que este concepto que borra fronteras introduciría también una confusión entre psicoanálisis y psicoterapia. Me interesé por lo tanto, si puedo decirlo, en un fenómeno de dinámica conceptual. ¿Hasta dónde hay que dejarse llevar por la perspectiva del sinthoma? Evocaba ya la última vez que esta perspectiva no anulaba las precedentes, que permitía por el contrario dar un vistazo sobre sus lógicas, que hacía volver evidentes los puntos vivos de la elaboración clínica de Freud. Hoy voy a continuar esta reflexión, subrayando primeramente que la clínica no es el psicoanálisis. Tenemos en el Campo freudiano un gusto –y yo tengo que ver con ello– por la palabra clínica. Por ello entendemos que no nos contentamos con la teoría, sino que juzgamos aquello de lo que se trata, los conceptos, los matemas –como se los llama–, al orden que aportan a los fenómenos de la experiencia. La clínica, el llamado a la clínica, es una postulación realista. Y no es falso –como lo sostuvo un historiador del psicoanálisis– que en el momento en que me encontré en posición de salvar al menos algo de la enseñanza de Lacan, en el momento de la disolución de su Escuela y luego de su muerte, no es falso que yo haya promovido algo como un retorno a la clínica, luego de lo que percibí como un exceso de la teoría por la teoría en la antigua Escuela freudiana de París. Este retorno a la clínica estaba inscripto por lo tanto en el programa del Campo freudiano de entrada, a partir de 1980-1981, y nosotros vivimos en estos días las últimas consecuencias de ello. Puedo al menos sostenerme en que por mí parte desde 1982, he sostenido bajo el título de "Clínica Bajo Transferencia", una exposición que precisamente quería marcar en qué la clínica, en el psicoanálisis, es especial, pero que sin embargo anunciaba el término clínica. Quizás hubiera sido oportuno ya en ese tiempo señalar que la transferencia tenía un poder disolvente sobre la clínica, que el psicoanálisis limita severamente la perspectiva clínica, y en un sentido la invalida, la rechaza en sus preliminares. Cuando se atraviesa el umbral de un psicoanalista, hay que dejar la clínica atrás. Precisamente la perspectiva del sinthoma es por naturaleza lo que despega de la perspectiva clínica. ¿Qué es la clínica? Ella se hace clásicamente al pie del lecho del enfermo y es esencialmente un arte de clasificar los fenómenos a partir de signos y de índices previamente catalogados. Es un ejercicio de planificación, de clasificación y de objetivación - una clínica es como un herbario. De este modo, esas recopilaciones que aparecen periódicamente bajo el acrónimo del DSM, hagámosle justicia, es indiscutiblemente una clínica, que responde a su concepto presentando una lista de signos y de índices, un poco más débil sin duda en la clasificación: podemos reprochar a esta clínica su dispersión, su desmigajamiento, pero me parece que el espíritu de la clínica anima la empresa. Les dejo con gusto el término de clínica a los DSM. Esto no me impide reconocer lo que en el psicoanálisis, en su literatura figura como clases clínicas – clase en el sentido de clasificación–. Se han perpetuado en el psicoanálisis clases clínicas, heredadas en buena medida de la psiquiatría donde eran elaboradas por profesores a veces llevados a alejarse de la interlocución con los pacientes. ¿Cuáles son las clases clínicas que encontramos en el psicoanálisis? Principalmente está la gran tripartición de neurosis, psicosis y perversión. Cualquiera sea la sofisticación que podamos aportar a esta clasificación, un psicoanalista de hecho no puede hacer más que referirse a ella, eso forma parte de esos instrumentos de los cuales nos servimos incluso cuando reprobamos sus fundamentos: les sirve –s.i.r.v.e. y los cierra–*, les cierra la comprensión, hace falta un esfuerzo muy especial para desprenderse de ello. Luego, están las sub clases. La neurosis se reparten en tres: histeria, neurosis obsesiva, fobia, a lo cual podemos agregar también la neurosis de angustia, la neurosis llamada actual que cayó ampliamente en desuso. Psicosis se dice en plural, evaluamos en análisis, el grado de paranoia que presenta una psicosis, admitimos la sub clase de la melancolía y aislamos los fenómenos del humor, lo que hace que podamos flirtear con el término de psicosis maníaco depresiva, cuando esos fenómenos parecen organizarse en dos vertientes que alternan. En cuanto a la perversión, está admitida la diversidad y caracterizamos las sub clases según lo que fue referido clásicamente por los psiquiatras. Hay allí un discurso sedimentado que utilizamos en función del encuentro con el paciente. No hay ninguna disciplina de pensamiento que pueda apartar a un analista de referirse a ella, incluso en el orden de la denegación. Hay allí una rutina clínica que continúa condicionando el abordaje del individuo que se propone hacer un análisis. Consideremos ahora qué deviene esta clínica en la enseñanza clásica de Lacan. Las clases clínicas antiguas heredadas de una tradición figuran allí como otras tantas estructuras. Podríamos decir, si quisiéramos ser despreciativos, que se pintan de nuevo con los gustos del momento 1950 y 1960, pero no sería justo pues no se trata solo de un cambio de denominación, estructura por clase, se trata de una transformación conceptual. En efecto, las estructuras clínicas, en el sentido de Lacan clásico, no son solo conjuntos de signos sintomáticos, no son solo un montón de signos enlistados como otros tantos ítems, digamos que el concepto de estructura agrega, a la clase, la causa y por allí se desprende de la descripción que yo llamaba objetivante. Cuando decimos estructura, entendemos acceder, más allá de los fenómenos a una máquina, a una matriz, de la cual ellos son las manifestaciones, los efectos. El concepto de estructura agrega, al conjunto o al cúmulo de signos, una articulación. Articulación, es la palabra más neutra, la más funcional para decir sistema, que es una articulación de lo que va junto. Entonces, ¿qué es lo que va junto? Elementos o funciones, digamos elementos funcionales, diferenciados, que entran en relación y que son captados en una cierta disposición. Así, las clases son comparadas, son profundamente homogeneizadas. Estos elementos son susceptibles –esto va con el concepto de estructura– de permutar sus lugares y por lo tanto asegurar funciones diferentes. Lacan le reserva un lugar de elección al concepto de lugar cuando trata de recoger lo que es su enseñanza para una conferencia que fui llevado a publicar. Subrayo que el lugar no se refiere necesariamente a un espacio métrico. Sin duda, para que haya lugares, es necesario que haya una distancia pero esta distancia no es necesariamente cuantificable: hay también lugares en topología es decir allí donde el espacio cesa de ser métrico, donde las distancias son de caucho. Esto no hace desaparecer el concepto de lugar. Las relaciones de sucesión –antes, después– permanecen e incluso, digamos, las relaciones de envoltura –dentro, fuera–. Incluso si el antes y el después, el adentro y el afuera no están situados allí como en un espacio métrico, sin embargo se encuentran. En relación con la estructura, los síntomas tiene el sentido de: lo que aparece, lo que se manifiesta en ella. El concepto de estructura, fue afinado, depurado, de hecho simplificado, cuando Lacan promovió el concepto de discurso, con lo cual redujo los cuatro discursos a elementos articulados. En primer lugar el sujeto (JAM escribe $ en el pizarrón), lo designa con una S mayúscula tachada con una barra, que señala precisamente su carácter insustancial y condicionado por la articulación; es en este sentido que es sujeto de la estructura clínica, su símbolo comporta en sí mismo que no es nada substancial y que deberá lo que es, su ser, a la articulación en la cual está tomado. La articulación da los dos otros términos del vocabulario, S1, S2, en relación –escribo aquí el signo del losange que querrá decir eso, en relación–, esos dos términos son el mínimo necesario para designar una articulación: A lo que se agrega, en esta estructura que Lacan llama discurso, el termino a minúscula (JAM escribe la letra a), cuya presencia es tan equívoca como la del sujeto (JAM traza un corchete entre $ y a) es también en el umbral (JAM marca a con un medio paréntesis), puesto que este símbolo se supone indica el producto de la articulación como el símbolo S barrado se supone designa la hipótesis subjetiva de la articulación (JAM marca también $ con un medio paréntesis). Este vocabulario de cuatro términos, con el sistema de cuatro lugares, cada uno nombrado, que acompaña este vocabulario, nos da de manera reducida, lo que hay que entender por estructura. Es un hecho que depurando así el concepto de estructura, Lacan aparentemente lo extendió fuera de los límites de la clínica stricto sensu, puesto que ordenó cuatro discursos donde entran formaciones sociales. Sin embargo, el concepto de discurso es aquel sobre el cual converge toda su elaboración estructural de la clínica. En vista de las circunstancias, el momento en que introdujo este concepto de discurso, hizo figurar con el número de cuatro discursos surgidos de las permutaciones de esos cuatro términos en cuatro lugares, el discurso del amo o el discurso de la universidad. Pero figura también allí el discurso de la histérica, el discurso del analista, y ya he marcado hace tiempo que había que reconocer en la estructura del discurso del amo el del inconsciente; por lo tanto solo el discurso de la universidad aparece como fuera de la clínica. Cuando uno percibe que con ese vocabulario y con ese sistema de cuatro lugares (JAM escribe y numera los cuatro lugares del discurso). Tenemos la esencia de la estructura clínica –Lacan, por supuesto, tomó prestado a otros registros matemáticos, otras escrituras, tomó prestado en particular a la lógica de las cuantificaciones, pero en fin, me quedó en esto–, cuando captamos el concepto de estructura clínica en su simplicidad funcional, la cuestión que se plantea de saber si no tenemos allí más que un artificio de clasificación, un artificio simbólico, un semblante o si es verdaderamente, si puedo decirlo, real. ¿Estas estructuras son del orden del saber inscripto en lo real? Entonces, extendamos la cuestión de la estructura hasta el punto de lo que yo podría llamar la estructuración espontánea. No hay nada más espontáneo –en fin, al menos de derecho– que lo que el analizante les entrega una vez que fue autorizado a la asociación libre y que él ha captado que podía hablar libremente, sin ocuparse de prejuicios, semblantes y de vuestra supuesta sensibilidad – evidentemente es del orden del mas o menos y se introduce siempre un fenómeno de reserva mental. Pero tomemos lo espontáneo de la palabra analizante. Por el solo hecho que el sujeto se relata, e incluso por el solo hecho que habla, por el solo hecho de la palabra, eso se ordena aunque más no fuera bajo la forma de la puesta en serie de lo que le ocurrió, de lo que le ocurre, lo que teme o espera que le ocurrirá – para ocupar las tres dimensiones clásicamente distinguidas en el tiempo. Lo que se le ocurre –la expresión lo dice bien– es del orden del azar, es del orden de lo imprevisto, del encuentro, como decimos. El azar. Es lo que Lacan subraya en su Seminario del Sinthoma: Somos empujados por azares a derecha y a izquierda. Es reconocer, en los términos de Aristóteles, que la existencia se desarrolla en el reino de la contingencia. Y por el solo hecho que hablamos, se instituye una trama entre los azares y sale a la luz una necesidad, que toma la figura de destino o de vocación. Emerge un orden a partir de hechos de repetición, y ya una es mucho en análisis, permite inferir unos Siempre, unos Yo-soy-así-está-escrito, Yo-solo-amo-a-quien-no-me-ama, axiomas que el sujeto hace espontáneamente emerger de la narración de lo que se le ocurre. Y llegado el caso le corresponde al analista formular la trama. Por este solo hecho se opera la transformación de la contingencia en articulación. Un S1 azaroso se articula a un S2 (JAM subraya S1 y S2 en el pizarrón), y eso produce un efecto de sentido, un efecto de sentido articulado. El azar toma sentido. Es una operación casi invisible. Invisible. Hay que hacer un esfuerzo de discernimiento para percibir esta mutación, donde el sentido se insinúa en la contingencia. Y lo más a menudo –por no decir siempre– cuando un axioma se desprende, nos damos cuenta que le había sido endosado al sujeto en su infancia, en un momento especial de disponibilidad y de apertura, por alguien de su familia, o de lo que hacía las veces, y que el sujeto que habla es también un sujeto hablado. De allí Lacan ha proferido el neologismo de parlêtre (JAM escribe la palabra en el pizarrón), un ser hablado hablante, que adquiere de este modo una densidad especial que permitiría decir que el parlêtre es el conjunto de esta articulación (JAM enmarca los cuatro símbolos del discurso): no es el sujeto, es el sujeto y la articulación y el producto de la articulación. Esta articulación S1 S2 no es necesariamente la suya, por el contrario es incluso primordialmente la del Otro. Entonces, eso se trama de manera espontánea, el análisis es, en este sentido, como un laboratorio, donde asistimos al hilado de esta trama de sentido, organizando, articulando, sistematizando los elementos de azar que la preceden. Entonces, he dicho espontánea. Porque no está calculado. Pero no podemos desconocer que esta articulación de sentido es una superestructura, en el sentido de una estructura que se sobre impone a elementos previos. Y precisamente cuando hemos depurado el concepto de estructura hasta reducirlo a este vocabulario y a este sistema de lugares (JAM muestra los esquemas de los cuatro símbolos y de los cuatro lugares del discurso) o también a una proposición de lógica de la cuantificación –existe, para todo x, etcétera–, cuando se ha depurado el concepto de estructura hasta ese punto, nos vemos conducidos a percibir que toda estructura es una superestructura. Es con esto que comienza la última enseñanza de Lacan: con este clivaje entre la estructura y los elementos de azar previos que inserta y que hace significar. La práctica del psicoanálisis cambia entonces de acento. Se trata de reconducir la trama de destino del sujeto de la estructura a los elementos primordiales, fuera de la articulación, es decir fuera de sentido, y podemos decirlos, porque están absolutamente separados, absolutos –reconducir al sujeto a los elementos absolutos de su existencia contingente–. La función de la interpretación ha cambiado. La interpretación no es proponer otro sentido, hacer girar el sentido manifiesto para revelar en él un sentido escondido. La interpretación apunta a deshacer la articulación de destino para apuntar al fuera de sentido, lo que quiere decir que la interpretación es una operación de desarticulación. Entonces, aquí desde el punto al que los he conducido –¿qué otra cosa he hecho sino tejer una trama que trata de articular la lógica que aspiró a Lacan hasta su última enseñanza?–. El sinthoma, del cual hago el término clave de la última clínica de Lacan; lo hago también porque se lo ha hecho alrededor de mi como eco del desciframiento al cual yo me había entregado, al mismo tiempo que y después de, la publicación de ese Seminario, el sinthoma es un concepto que fue inventado para el caso de James Joyce, que es un caso sin análisis. Es una inspiración recibida de un caso donde tenemos datos biográficos, literarios, su obra, su correspondencia, los recuerdos de sus más próximos e incluso el hecho para Lacan de haber visto a Joyce en su juventud en la calle del Odéon. Y, a partir de allí, inferir la clínica, el caso clínico de James Joyce. Sin análisis. Lo que no es inédito puesto que Freud no hizo otra cosa con el caso del presidente Schreber para el cual se apoyó esencialmente en el libro de las Memorias de un neurópata. Es de esta producción que infirió una estructura clínica, que ordenó los fenómenos – en fin, los ha diagnosticado a partir de Kraepelin y hay una articulación construida. En el caso Schreber como en el caso Joyce, sin desciframiento del inconsciente, sin que ninguno de ellos se haya entregado a la asociación libre y que tengamos, por parte del sujeto o del analista, el testimonio de los descubrimientos, las iluminaciones que habrían podido marcar allí una trayectoria. El hecho fue consagrado por Lacan cuando dijo: Joyce estaba desabonado del inconsciente. Es decir, por el hecho que no hayamos tenido ningún testimonio del inconsciente de Joyce, por ninguna experiencia, Lacan infirió más allá que Joyce no tenía propiamente hablando relación con el inconsciente. Es que precisamente, esta articulación de cuatro términos sobre el pivote del binario S1 S2 (JAM enmarca S1 S2, y marca el recuadro de los cuatro símbolos) no valía para aquel que podemos llamar el parlêtre Joyce (JAM subraya la palabra parlêtre) sino que se revela ser por otra parte más bien un escritoser (scriptuêtre), puesto que de su parte tenemos el escrito. Y por lo tanto, en lugar de esta articulación de la que Lacan dice: En Joyce no hay, no hay nada que se parezca a eso, no hay nada que se parezca al discurso del inconsciente, en su lugar inventa, para decir lo que hay, el sinthoma (JAM enmarca la palabra sinthoma y marca el recuadro) Es por lo tanto un concepto que se propone allí donde no hay inconsciente. Es, si uno quiere, el negativo del inconsciente. Es ya la pregunta –si procedemos paso a paso como lo hago–, tratándose de sujetos que no están desabonados del inconsciente, puede plantearse la pregunta por la validez del concepto de sinthoma (JAM refuerza la marca sobre el recuadro de Sinthoma), que fue inventado para un sujeto del que se suponía que estaba desabonado del inconsciente, que no había articulación. Entonces, es muy posible – es lo que yo creo por otra parte – que el sinthoma comporte una enseñanza para los sujetos abonados al inconsciente, pero hay que tener en cuenta el hecho que este concepto fue inventado, para un desabonado del inconsciente y que muy bien podríamos defender que no es válido cuando el sujeto por el contrario está articulado en una estructura. ¿Por qué Lacan supuso que Joyce estaba desabonado del inconsciente, que no es simplemente que no había hecho análisis sino que no podía esencialmente hacerlo? Lo supuso, me parece, a partir de la lectura de Joyce. Constatando que eso no se parecía a nada. Constatando que los lectores de esta obra, principalmente universitarios – por no decir únicamente - , estaban detrás de este texto para encontrar soluciones a sus enigmas y que a nadie se le ocurría leer esto para distraerse (risas). Hace tiempo cuando tomaba un avión para recorrer grandes distancias, miraba lo que la gente leía. Leen lo que se llama page-turners, libros para dar rápidamente vuelta la página y saber cómo continúan porque se está atrapado por la intriga. No he visto jamás a nadie leer Finnegans Wake así (risas). Entonces, desabonado del inconsciente, quiere decir simplemente que Lacan se dio cuenta que eso no emocionaba a nadie, que no hacía llorar a nadie, que no hacía latir el corazón de nadie, que no concernía a nadie en nada, que no los toca, que no les mueve su objeto a minúscula. Lacan dice: Eso no juega sobre ningún equívoco que pueda conmover el inconsciente en nadie. No es simplemente la crítica de un lector, es lo que conduce a decir: Aquí no hay inconsciente. Es por lo tanto la obra de alguien separado, la obra de un exilado, es incluso decir: algo absolutamente singular. Vean lo que este término singular trae con él. La distancia con cualquier comunidad. Nada en común. Es: cerrado sobre si mismo. No es lo particular. Lo que les es particular es lo que les es común con algunos. Lo particular es lo que permite formar clases clínicas. Es lo que se parece de un sujeto al otro –¡Ah! Es lo mismo–. Este ejercicio fue llevado al colmo con la gran clínica psiquiátrica clásica donde, de un gran caos de enfermedades mentales, un Kraepelin por ejemplo logró hacer capítulos, parágrafos, clases y sub clases, agrupando los fenómenos particulares por los cuales los sujetos se parecían, exigiendo que se parezcan así, no solo en el momento en que son aprendidos, sino también en la evolución del cuadro clínico. La clínica se hace a nivel de lo particular. Evidentemente esto no es universal, es decir lo que vale para todos. Aquí, en su obra, tenemos un producto que no vale más que para uno solo. Y entonces, en ese sentido, Lacan inventó el concepto de sinthoma para designar lo singular, podemos decir, fuera de la clínica, fuera de la clasificación, lo singular en su absolutismo. ¿Entonces, en efecto, esto no vale más que para Joyce? ¿O es que esto ayuda a percibir que, en cada uno, en esos cada unos que se parecen a algunos otros y de los que se ocupa la clínica, que, en cada uno, haya algo absolutamente singular y que esta desabonado del inconsciente? Y bien, es lo que ha creído percibir y hacer percibir Lacan: que hay sinthoma en cada uno. Lo que distingue a Joyce, y es por eso que Lacan pudo percibirlo en lo concerniente a Joyce, es que Joyce está identificado a ese singular –y ahora tacho la palabra identificado–, es que él ha encarnado el sinthoma. Esta es la palabra que Lacan emplea. Es que ha encarnado lo singular; allí donde el común de la gente lo borra, allí donde el común de la gente se apresura en abonarse al inconsciente, y en ese momento la máquina de fabricar sentido común se pone en marcha, la máquina de fabricar equívocos capaces de darles vuelta las tripas en una multitud. Yo evidentemente, cuando hablo e incluso cuando improviso, cuando exagero retengo la atención de las masas, la vuestra al menos. Es mi debilidad, Porque toco cuerdas capaces de conmoverse. Con Joyce, ¡todo el mundo salía corriendo (risas)! Pero es Joyce. Quizá yo llegaré a eso algún día (risas). Ah, es cierto que si llego a realizar el sueño de Lacan de hacer pasar todo esto a la matemática, podría cerrarla, y luego escribir las fórmulas en el pizarrón de arriba hasta abajo. Y entonces no quedarían más que cuatro o cinco personas (risas). Lacan soñaba eso: soñaba poder encarnar su sinthoma. Pero eso no le es dado a todo el mundo. Por lo común, ¿no? se ponen capas encima para poder vivir con los otros. Digo todo esto, no estoy más conmovido, es solo para hacerles comprender, hacerles comprender el valor que hay que darle a la indicación muy precisa de Lacan que Joyce encarna el sinthoma. Todo está allí. Existe la singularidad del sinthoma en cada uno, pero está recubierta. Uno se empeña en encarnar algo muy distinto. Uno se empeña en encarnar su trama, su destino, la herencia de su familia, un gran personaje, ideales. Joyce –¿una elección o no?– se mantuvo encarnando el sinthoma en el espacio del desabonamiento al inconsciente. Y de este modo hizo ver algo que la clínica disimulaba. Entonces, la "clínica del síntoma" –entre comillas– es primeramente una clínica plana. No está escalonada, no está estratificada, no se distingue allí el síntoma y el fantasma, no se puede incluso hablar de un avance y de una resistencia, no podemos hablar allí de una salida –Que nadie entre aquí si tiene la intención de salir –y lo que prevalece en ella, ya lo he dicho hace tiempo, es el girar en redondo–. Es lo que obliga a olvidar la clínica del deseo. Ella está animada por la dinámica del más allá, que es evidentemente dialéctica y que conduce a distinguir la necesidad, tomada en una fisiología elemental, la demanda, que se sobre impone a la necesidad, el significante –la palabra, la simbolización–, y luego incluso más allá, el deseo, resultante de la sustracción de la necesidad a la demanda, al menos en una de las versiones que Lacan da de ello. Y como un elemento de todos modos falta allí, Lacan le agrega, como cuarto término y sin encontrar su articulación precisa con las tres primeras la pulsión: necesidad, demanda, deseo y pulsión, de la que hace, en su enseñanza clásica el garante inconsciente de la demanda; hace de la pulsión una cadena significante pero articulada en el cuerpo. Es verdaderamente cuando extrae del fantasma y de la pulsión, el concepto de goce que se inaugura una dinámica conceptual que lo conduce al sinthoma. Lacan –ya lo he dicho– pensó durante mucho tiempo poder dar cuenta de la libido freudiana en términos de deseo; modeló los desplazamientos de libido, que Freud había relevado, sobre la metonimia del deseo, pero lo que hacía objeción, hay que decirlo, es que eso no daba cuenta de la fijeza de la libido, y es de allí, me parece que el concepto de goce encontró su necesidad. Y por lo tanto lo encontramos repartido, presente en el objeto a minúscula del fantasma, presente en la pulsión, y cuando Lacan comienza a tratarlo, aparejado en la misma lógica del más allá que había puesto en función a propósito del deseo. Es el tiempo donde distinguía el placer y el goce: el placer homeostático respondiendo a un estado de bienestar psicológico –toma prestado del fisiólogo Cannon la noción de homeostasis–, el placer que responde a un estado de equilibrio, y por lo tanto el goce es un plus, un exceso, que viene a desequilibrar la homeostasis, señalándose por su potencia perturbadora y por su valor eventualmente doloroso. Hay que decirlo, esta descripción muy potente satura muchos hechos clínicos, es extraída cuando Lacan llama a su objeto a minúscula plus de gozar, y es la misma lógica que la que ustedes encuentran en el grafo de Lacan, un piso, un segundo, primer piso el placer, segundo el goce, bajo la forma del plus de. Y viene el momento donde renuncia a esta lógica del más allá, donde la trascendencia que anima la lógica del deseo es reemplazada por un plan de inmanencia. Es decir una perspectiva, donde el concepto de placer es reabsorbido en el goce, donde se opone a nivel del significante, el de la sustancia gozante, y donde Lacan puede decir que la significancia, el orden significante, encuentra su razón de ser en el goce del cuerpo, que el sinthoma está condicionado no por el lenguaje sino por lalengua, más acá de toda articulación. Esta puerta, que Lacan entreabre en su Seminario 20: Aun, culmina en su concepto del sinthoma que designa, en su singularidad, la sustancia gozante. El modo de gozar absolutamente singular es como tal irreductible –irreductible es decir que es un resto absoluto, que no puede ser reducido más allá–. Respecto de esto, Joyce, el no analizado, porque supo encarnar su sinthoma, hace de paradigma para lo que puede obtenerse del sujeto al final del análisis –paradoja, que Lacan modula, tempera, toma de diversos lados, pero es de cualquier modo la línea directriz–. Más allá de la identificación al sinthome, tenemos la encarnación del sínthoma por parte de Joyce, la obtención de un estatuto que no es ya susceptible de ninguna transformación. Y entonces la clínica del sinthoma es una invitación a tomar este punto de vista sobre el sujeto en análisis Por supuesto, por regla general, el sujeto en análisis está abonado al inconsciente, es decir que es susceptible de avances, de resistencias, su estructura se presenta como estratificada, está ese camino para hacer y ese camino dura, por razones esenciales sobre las cuales volveremos la próxima vez. Pero, al mismo tiempo, tomar el punto de vista del sinthoma es saber que hay, que habrá lo-que-no-cambiara, tomar el punto de vista del sinthoma es un límite inaugural aportado al furor sanandi, es lo incurable inscripto sobre la puerta de entrada : ¡No sueñes con curar ! ¡Mira lo que no cambia ! Eso pone el acento en el hecho que el análisis hace desprender lo incurable y que el sinthoma singular es también una verdad universal que se expresa: Todo el mundo está loco, todo el mundo hace una elucubración de saber sobre el sinthoma. La significancia, es una elucubración de saber sobre su modo de gozar. Y el Nombre del Padre, que condiciona toda la realidad psíquica, no es más que un nombre del modo de gozar: es el modo de gozar captado en su carácter universal. Entonces ¿qué es un analista? bueno, voy a preguntármelo durante largo tiempo, ¿qué es un analista en la clínica del sinthoma? Es al menos un sujeto que ha percibido su modo de gozar como absolutamente singular, la contingencia de ese modo de gozar, que ha captado de qué modo, su goce en tanto que es fuera de sentido. El equívoco que Lacan hace ver –escuchar– entre goce y sentido gozado, entre goce y oigo sentido (jouissance - joui sens), con dos palabras, sin duda cuando avanzó, era como una equivalencia, pero una vez planteada, esta equivalencia renegó de ella: el goce es justamente el reverso del sentido gozado, sentido gozado es lo que sirve para olvidar el ser del goce. Cuando Lacan evoca, al final de su escrito sobre Joyce, en los Otros Escritos pagina 570, que el análisis recurre al sentido para resolver el goce, no hay que entenderlo como una prescripción, ni como una descripción. Al contrario, me parece que su esfuerzo es abrir una práctica post joyciana del psicoanálisis, aquella que no recurre justamente al sentido para resolver el enigma del goce, que no se cuentan hystorias –con una y– sino que, más allá del discurso del inconsciente, apunta a restituir, en su desnudez y su fulgurar, los azares que nos han llevado a derecha y a izquierda. Hasta la semana próxima, para el ultimo curso de esta serie. (Aplausos). * N de T: JAM aquí hace un juego monofónico entre sert (sirve) y serre (aprieta-encierra).
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Traducción: Silvia Baudini Fiche technique : Décryptage et saisie : Michel Jolibois | Enregistrement et images : Fabienne Henry | Production et Copyright : TLNDiffusion : seule amp-uqbar |