Jacques-Alain Miller on line | ||||
Curso del miércoles 5 de diciembre de 2007 | ||||
Entiendo por qué están aquí: esperan que continúe amándome delante de ustedes. Es de ese modo que sitúo el límite del ejercicio, tal como se me mostró la última vez, después de haberlo hecho. Ocurre que haga lo que haga, me describo como amable. Resulta en extremo singular que incluso un análisis, después de todo, sólo es impulsado hasta un cierto punto. Y es aun lo que ocurre con el cortejo de injurias y calumnias que me acompaña desde siempre, algo que ya es para mí una suerte de animal familiar; siento que algo me falta cuando no tengo la jauría ladrándome detrás y buscando morderme los talones. Este último tiempo, por ejemplo, ¿dónde está? Pues bien, pese a esto y a toda la ironía que puedo consagrarle, hay en mí algo que debe pertenecer al registro de la certeza psicótica o en todo caso, de la certeza –y quizá podría decirse que toda certeza es psicótica, sobre todo en los tiempos que corren. Tengo la certeza, incluso sin saberlo, pero me doy cuenta cuando me releo, tengo visiblemente, ridículamente la certeza –cómo decirlo, voy a recurrir a la distancia que me permite un vocabulario un poco anticuado–, la convicción de tener un alma adorable. No creo en el alma, como no sea reportándome al modo según el cual la consideran Aristóteles y Lacan, en tanto designa la unidad del cuerpo, cuya imagen en el espejo sería el analogon más próximo, más presente. Como dije al pasar, no me miro en el espejo, al punto tal que ignoro tener los cabellos grises, según parece. No creo en el alma, ni siquiera soy coqueto –quizás ustedes se hayan dado cuenta–; me visto a las apuradas, soy capaz de ponerme lo mismo durante una semana. Admiraba mucho lo que se decía de Jean–Jacques Servan–Scheiber, en otros tiempos: se vestía siempre con un traje azul, del que tenía varios ejemplares del mismo corte, una camisa blanca y una corbata negra, siempre la misma, de modo tal que no hubiese tiempo que perder por las mañanas. Esto me parecía la prudencia misma. La apariencia es así algo de lo que no me ocupo; jamás me creí irresistible para las damas y de haberlo creído, hubiese sido desmentido en los hechos. Sin embargo, todo indica que en cierto modo, como decía el Dr. Lacan, creo ser adorable. Tal es el fundamento de lo que evocaba como mi erotomanía, por lo menos en lo que hace al binario según el cual Lacan da a elegir entre la erotomanía y otra cosa en la relación con el amor. Ustedes encontrarán esto en sus "Propósitos introductorios para un Congreso acerca de la sexualidad femenina". Es respecto de ese binomio que venía a situarme más exactamente del lado erotomaníaco. Esto determina que, evidentemente, una convicción así resista a los hechos. Hay un número absolutamente increíble de gente que me odia y esto no mella para nada mi convicción. En el fondo, ¿qué me digo, qué debo decirme? Algo así como: me odian porque no me conocen bien (risas); de no ser así, verían que soy del todo gentil –bueno, no, totalmente gentil es decir demasiado. Es demasiado decir, pero sin duda se trata de una posición, la mía, que habría podido conducirme a la paranoia. En el fondo, siempre sentí que tenía más afinidades primarias, inmediatas, con aquel modo de concebir el corazón del hombre que se da en Jean–Jacques Rousseau, es decir, aquél que sostiene su bondad esencial, que con el pesimismo cínico de Freud y de Lacan. Si desde lo intelectual puedo adherir a este último –y de hecho adhiero, la práctica psicoanalítica por lo demás me impulsa en esa dirección–, como diría el otro, el niño en mí, hijo de madre, se inclina hacia la otra perspectiva. Incluso si corrijo esta concepción, es así y todo ella la que modela mi política institucional. Siempre estoy a favor. Uno se da bien cuenta que Lacan, siguiendo la concepción que él desarrolló, expuesta en sus Seminarios y en sus Escritos, mantenía las riendas de su Escuela, los puños apretados; cuando la asamblea general duraba más de un cuarto de hora, se impacientaba, uno comprendía que era preciso partir y partíamos. En lo que a mí respecta, debo decir que no seguí para nada su ejemplo, no sólo porque debí consagrarme al asunto un poquito joven, muy lejos de su autoridad, sino porque lo hice de un modo por completo distinto. Lo hice, en efecto, por la vía de la conversación, hasta diré fatigando a la gente al dejarles libre todo el horizonte para hablar, apostando a la dialéctica de las opiniones, al hecho que ella encontraría finalmente un punto de equilibrio, preconizando la transparencia, término que por excelencia se ubica en la perspectiva de Rousseau. Es preciso decir que así y todo hubo quienes se rehusaron a entrar en el juego; fue cuestión a menudo de personalidades muy crispadas, en fin, grandes pesimistas en cuanto al ser humano, desconfiados. Pero aquellos que sí se prestaron al juego, después de todo ahora suman millares de gente en todo el mundo, como también se generaron instituciones muy sólidas, que en el presente viven su propia vida, donde no tengo en absoluto que girar la manivela. Lo hice al comienzo, un poco por todos lados, pero después de todo se trata de algo que generó también en ellos confianza en lo que a mí respecta, como pude verificarlo recientemente. Confianza en mi lealtad, por lo menos en cuanto a un esfuerzo de justicia y de promoción de las personas –y en cada generación, de los más jóvenes. Llegó a ocurrir que los fatigue; no hice todo cuanto podía al respecto, según creo, en este país mismo, en Francia, porque me dejé absorber desde hace ya varios años y de manera muy exclusiva por la redacción de los Seminarios de Lacan. Me retrasé un poco en Francia a causa de esto, pero estoy recuperando ese retraso ahora y lo voy a hacer a marcha forzada. Así, esta doctrina respecto del mal o de lo malo, que en mi caso relaciono con el hecho de ser hijo de una madre fóbica, es algo que continuó en acción. Es allí donde se funda la mucha simpatía que tengo, en primer lugar, por los hijos de madre, como Sollers, por ejemplo. Es algo que yo reconozco, pero que es en él muy exclusivo, evidentemente. Pero en el fondo, incluso en el momento más fuerte del machismo intelectual de la Escuela Normal Superior (ENS), que era por cierto notable, resulté captado por ese machismo antes de adoptarlo. Por ej., cuando Spinoza dice: el hombre piensa, la convicción que modelaba nuestros actos era: la mujer no piensa. Nuestra experiencia era bastante limitada desde ese punto de vista. Era entonces considerable ese machismo intelectual; alguien que lo padeció –y por lo demás conservó la marca al respecto– es Catherine Clément. Ella se interesaba en nosotros y nosotros encontrábamos que tenía lindas piernas, pero en cuanto a lo demás, no la estimábamos como ella merecía. Es lo que ocurre cuando uno entra en un cuerpo constituido y prestigioso como ése, incluso teniendo un espíritu independiente, toma la tintura de ese medio. Por ejemplo, en la Escuela Normal, aprendí muy rápido que el toque chic, en fin, aquello que constituía la elegancia misma cuando los filósofos nos hablábamos entre nosotros, cuando estábamos presentes dos o tres, era la actitud de mirarse los pies. Y así era como los alumnos de Althusser se hablaban entre sí (JAM hace la mímica); por consiguiente yo también empecé a hablar así (risas). Sin embargo, si ustedes quieren, tengo un recuerdo muy preciso de mi independencia, justamente. Es decir, de la primera cena de la que participé en el refectorio de la ENS, sentado a una mesa donde había otros normalistas. Cuando la conversación estaba animada, en un determinado momento dije –lo recuerdo por el silencio helado que siguió a mi intervención–: como quiera que sea, resulta divertido pensar que hay aquí la misma cantidad de boludos que en cualquier otro sitio… (risas). Visiblemente, la idea no era compartida por mis camaradas. Entonces, según creo, se trata de un efecto que responde al medio. A mi entender, como hijo de madre que soy, siempre tuve simpatía, vibración empática por –cómo decirlo–, como ellas dicen, el discurso femenino. El hecho de amar la lógica, y la lógica seca, no me impidió nunca escuchar los discursos húmedos, si puedo decirlo así. Es una oposición un poco rudimentaria, ya que hay sin duda mujeres secas y hombres muy húmedos. Bueno, sí, veo que nos divertimos. Así y todo, es necesario que les aporte precisión respecto de algo. Ocurre que habitualmente, cuando vengo a hablar aquí, he pensado en la cuestión durante la semana y después, el miércoles por la mañana, me concentro durante dos, tres, cuatro horas, leo, escribo, tomo notas, elijo a último momento el camino a seguir –camino que me sorprende a veces a mí mismo, es lo que ocurre más a menudo– y así es como se acumulan notas que no utilizo y que podrán volver en el transcurso del año. Esta vez no hice eso, no pude hacerlo, digamos que no dejé de estar en la acción ni siquiera un segundo. Para mí es entonces un recuerdo muy alejado el del momento aquél –la semana pasada– en el que había tenido tiempo de darme tono y tomar distancia, ese momento en el que se me ocurrió hacer un love fest conmigo mismo. Esto se me presenta como muy lejano ahora que tengo delante de mí las notas para continuar, cuando todavía no les he dicho nada. Todo cuanto les digo lo traigo así, ex tempore. Qué quieren ustedes, evidentemente opongo lo seco y lo húmedo como lo masculino y lo femenino; se trata de la inercia imaginaria, no salimos de ahí. En fin, salimos cuando tenemos un pequeño momento para reflexionar. Entonces, mi diferencia con Sollers se hace manifiesta respecto de muchos puntos y planos, pero en definitiva, clínicamente se sitúa en lo siguiente: en cuanto a él, puedo escribir en términos astrológicos desviados hacia el psicoanálisis, pocos o ningún padre en su cielo. En cuanto a mi cielo, hay muchos, muchos padres. Allí se fundamenta, por lo demás, lo bien que me entiendo, en general, con las hijas del padre –¿ven ustedes a qué me refiero? Pero con las hijas de la madre también. Evidentemente, no me relaciono con la idea de lo nacional a la manera en que lo hace Sollers. Para él, a todas luces, la idea de la patria se ubica del lado del padre. Mientras él no le asigna ninguna importancia, para mí cuenta, y por mucho. Sin duda, esto responde al hecho que, por mi parte, tuve que inventar yo mismo esas raíces, de ahí que me sienta tan enraizado en la cultura francesa y en la Historia de Francia. Como quiera que se lo considere, esto es un logro de la República Francesa, el de transformar al hijo de judíos polacos, nacidos en el ghetto de Varsovia, de manera tal que llegue a sentirse como me siento yo, un francés pur sucre. [1] Claro está, deseo que esta máquina de transformar continúe, que no desfallezca. De modo que para mí, la patria cuenta; siempre me hicieron vibrar los grandes episodios de la Historia de Francia y así como conté la última vez, si recuerdo bien –y tengo buena memoria–, el rol que había podido jugar la imagen gloriosa de mi padre radiólogo dominando el mundo, su mundo de fotos y de secretarias que tomaban múltiples discursos siguiendo su dictado, de esa manera yo me sentía bien cuando estaba en sintonía con esa imagen, como aquí mismo. Mis momentos de elación, mis períodos que podrían ser calificados clínicamente de hipomaníacos, son consecuencia de la identificación con esta imagen. Yo debía tener por entonces seis o siete años, no más; puedo situar la fecha, puesto que él abrió su consultorio de radiólogo en 1950, 1951, resulta fácil de ubicar. Se trata así de una imagen radiosa, por entero positiva, que incluye claramente mujeres en una posición subordinada. Son mujeres que trabajan para él, que toman nota y sostienen su palabra, en tanto él se ubica en una posición evidentemente de dominio y de saber total. Conocemos las consecuencias clínicas, a menudo enojosas –es en todo caso lo que por mi parte pude ver–, del hecho que un niño sea en clase alumno de su propio hermano o de su propia madre. Claro está, ustedes podrán aportarme muchos ejemplos donde todo transcurre muy bien; por mi parte, he verificado que ciertas dificultades de ser, contemporáneas respecto de este incidente o más alejadas en el tiempo, son consecuencia de él. Esto no es un equivalente de la familia Schreber, hijo de un padre educador, pero si el familiar del que se trata no maneja la cuestión con tacto –y es todo cuanto se pueda decir al respecto, porque no existe un buen método, pero aun así–, si carece de tacto tenemos consecuencias enojosas. Es algo así como ser hijo de médico. Puede que decida a su vez ser médico; hay dinastías brillantes fundadas sobre esa base, por ejemplo, el profesor Debré. Se mostró tan brillante respecto de mí que un magnífico hospital lleva hoy su nombre en signo de reconocimiento a su agudeza. En fin, ciertamente hizo muy bien otras cosas... El Prof. Debré engendró un primer ministro, quien a su vez engendró un médico y un juez de instrucción, devenido ministro y presidente actual del Consejo Constitucional. ¡Ah, sí! También tuve una disputa con Bernard Debré, nieto de aquel otro Debré. Era un día en que comenzaba a desplegarse nuestra ofensiva contra la reforma Accoyer; había por entonces aceptado presentarme en un panel televisivo, conducido por Franz–Olivier Giesbert. Por otra parte, como no me habían transmitido con exactitud la fecha, yo creía que la grabación iba a darse al día siguiente y llegué cuando la emisión ya estaba por la mitad. Por consiguiente, estaba un poco lejos del centro del asunto cuando en un momento dado, un periodista del Nouvel Observateur comentó, de un modo si no malintencionado al menos muy grosero, que los analistas querían escapar a la escrutación del dominio público. Por lo demás, Pierre Bénichou se entendía bien con mi hermano y vino a decirme, después de la emisión, hasta qué punto su familia guardaba un recuerdo de nosotros. Su tío Paul Bénichou, gran crítico ante el eterno, había mantenido un vínculo muy próximo con Sylvia Bataille y Lacan, etc. Pero en fin, durante la emisión, puso voz de trueno para preguntar qué eran todas esas historias con esos análisis, etc. Por mi parte, veía correr la hora; me iba quedando poco tiempo, estaba al fondo, en el segundo rango, sometido a una filípica que afectaba, a través de mi persona, a todo el discurso analítico. Entonces se me ocurrió hacer algo que me pareció lo más razonable, esto es, dar un puñetazo sobre la mesa que casi la desfonda. Tuve así el placer de ver todo ese pequeño mundo pegar un salto en su silla y fue mi turno de increparlos. En ese preciso momento, el Dr. Bernard Debré, nieto del otro, el genio de la medicina infantil, se volvió hacia mí tomando aires de emperador –él, que es a diferencia de mí, tan coqueto– y me dijo: "¡Qué imagen da Ud. de su profesión!". Porque para estos imbéciles, la imagen que el analista debe dar es la de quien se traga todo, la del flemático. Volví a encontrar esto después de esta semana y era de lo que quería hablarles, pero en fin... Por lo demás, en ese momento fue lo que permitió a Jean–Didier Vincent, que formaba parte del panel, acudir en mi auxilio. Por cierto, no era lo que me esperaba de parte de un biologista. Acudió en mi auxilio con una gentileza, una premura que ahora me explico por el hecho que hay entre nosotros verdaderamente una relación afectuosa. En todo caso, él llora de alegría ante la idea que podremos al fin darle una zurra a los cognitivistas, algo que él espera desde hace mucho. Yo le dije: ahora estamos listos, me consagro a hacerlo, ya lo verá. Pues bien, se trata de algo que empezó en ese panel. Había comenzado a decir que hay dinastías de médicos, donde la manera de arreglárselas es llegar a médico uno mismo. Como lo indiqué, se trata de algo que me quedó vedado desde un comienzo. Siempre pensé que podía desempeñar no todos los oficios pero en fin, me mantenía abierto, aunque no lo supiese. Pero sabía algo y era que había al menos una profesión que no ejercería nunca, por lo menos una, la de médico. Y no podía porque era la suya. Ustedes ven hasta dónde llevaba yo el respeto del edipismo: puesto que es la tuya, la conservás, es para vos. Pero el resto es asunto mío –en particular, los libros. No había en casa una gran biblioteca; estaban las obras de Shakespeare, de Voltaire, de Verlaine, con ilustraciones, sobre todo recuerdo las ilustraciones de las cartas de Voltaire, ¡quizá sea por eso que me gusta tanto ese autor! Había allí, en El Ingenuo, pequeñas figuras un poco desvestidas de Mademoiselle de Saint–Yves que eran un deleite. En todo caso, fue algo que le dio mucha fuerza a mi gusto por la lectura. En fin, lo que había en aquella biblioteca era ese tipo de grandes clásicos y fui yo quien tuvo que llenar la casa de libros; animado por la familia, tuve incluso mesa franca –es mi costado de señorito, no puedo negarlo– en la librería que se llamaba por entonces El 73, ocupada más tarde por alguien que venía de las Ediciones Maspero, una gran librería que ya no existe, donde hay un quiosco y demás. Por entonces era propiedad de la mujer de un médico que conocía a mi padre; yo cursaba en el Liceo Louis le Grand el tercero, el cuarto año y cuando salía iba allí, tomaba los libros que quería, los anotaban y estaba pago. Era el cielo. Disfruté de eso durante cuatro o cinco años; no sé si se dan cuenta lo que significa, pero en todo caso representaba por cierto mucho dinero. La idea era que no hay que obstaculizar el saber –algo muy propio de los judíos–; se trata del bien más preciado, el saber, no el dinero, al contrario de lo que se imaginan los medios poco gratos. Y como se trataba de algo que a mí me gustaba, pues bien, todos los días tenía tres, cuatro libros nuevos. Decía entonces que todas las profesiones parecían posibles, pero no la de médico; tal era mi versión extrema del edipismo, ante un padre –es preciso decirlo– que gozaba del dominio que le era acordado por ese saber acerca de los cuerpos, incluidos los de sus hijos. En casa no consultábamos al médico. Mi padre no era de los que dicen "No, no, en la familia no", de modo que tanto los pequeños percances como las cosas graves, molestas, eran tratados en casa. Todo esto era muy coherente con esa posición paterna según la cual "Todo comienza conmigo", donde no había referencia a un pasado, puesto que "El año cero soy yo". Esto representaba un cierto peso del que el hijo mayor, yo mismo, intentó durante al menos toda su infancia, sino toda su adolescencia, descargar sus espaldas; sus repetidas cóleras, sus arranques, su sensibilidad a la burla, eran eso. Se trataba a un tiempo de constituir y de aceptar el todopoderío del padre, conteniéndolo en ese al–menos–una, pero sintiendo el peso y, por consiguiente, la incomodidad. Es sin duda ese todopoderío el que venía a representar la estatua de Beaumarchais enfurecido; si mi memoria es buena, está de brazos cruzados, en una actitud de cólera, provisto de un largo bastón. Querría así y todo llegar a decirles lo que hice esta semana; hasta el momento les he dicho simplemente lo que venía a continuación en mi papel, para formularlo después de hablar de la imagen radiosa del radiólogo. Por lo demás, puedo decirlo, Melman tenía como analista el mérito, ubicándose allí, de un cierto peso. Lo veía como un pequeño ovillo, denso –algo que representa bastante bien el objeto a, en tanto yo, justamente, siempre me había vivido en mi adolescencia, durante todos los años de mi juventud hasta mi análisis, como algo liviano, que resultaba afín al aire –mil aires / Mill–airs–, liviano como el aire. El dios que había elegido como reparo desde mi infancia era Hermes, el que tiene las alitas en los pies, ésas que le permiten salir de todas las situaciones. Ligero y liviano, por consiguiente, pero con la idea, con un deseo contenido de hacer peso. En ese punto estaba satisfecho, engordé –incluso demasiado, según me dijeron. Pero por entonces era tan delgado como es hoy mi hermano, quien se mantuvo en esa línea; en la cena de anoche, no comió más que un steak tártaro, hasta me burlé de él: "¡Otra vez steak tártaro!". "¿Y por qué no? ¡Es bueno!". ¡Steak tártaro! Así, la idea es la de hacer peso, como también la de adentrarse y dejar una marca, como quiero hacerlo con el pensamiento de Lacan, ya lo dije. No quiero que sea sólo una vaguedad, no quiero que sea sólo para los eruditos que van a compulsarla y a presentar ponencias. También quiero al respecto que no por esa razón resulte algo ligero, liviano, sino que entre en el mundo, que en efecto reestructure lo que pueda reestructurar del mundo. Porque en lo que se refiere a nosotros, nuestro mundo interior lo hemos constituido y no va a crecer, si puedo decir así; en fin, si crece vemos bien cuál es el principio: nos hablamos entre nosotros, nos apreciamos, hacemos venir a los colegas de América Latina o de Europa del Este, pero se trata de nuestra conversación. La pregunta era: ¿cuándo será algo que concierna a todo el mundo? Pues bien, en eso estamos. Se trata de algo que sin nosotros ha hecho tantas imbecilidades que ahora –cómo decirlo, es un tono de predicador–, ese mundo nos necesita... (Se escucha el timbre de un teléfono) ¿Qué es eso? Acaso una comunicación directa, para decirnos: "No, el mundo no los necesita" (risas). Pues bien, qué había además de esta cuestión de hacer peso, lo cual tiene ya un gran mérito cuando se trata de alguien tan inquieto. Son dos las interpretaciones de Melman que yo recuerde, no más. La más brillante de ellas, de esa escuela, se refería a este punto, a esta imagen de radiólogo. Con una voz de trueno pronunció: ra–(dió / dios)–logo (ra–dieu–logue). ¡Ah! Como pueden apreciar, ese ra–(dió / dios)–logo me quedó resonando. Ahora que tengo experiencia como analista, puedo decir que Melman estaba utilizando diferentes matices de un mismo color, quiero decir, no apuntaba a cambiar algo, por lo demás no fue algo que cambiase nada; no tenía por qué ser modificado, ya que, por el contrario, era el principio en el que podía apoyarme en la existencia. No es lo que por mi parte ahora habría interpretado. Lo que habría interpretado es aquello que Melman dejó pasar sin interpretación, quizá porque en ese momento me di cuenta de algo, como se debe –y esto es lo que me impulsa ahora a avanzar en mí y en mi recuerdo. En el curso de esa misma visita, aquélla al nuevo gabinete de radiólogo donde se instalaba mi padre, cerca del Parc Monceau, Rue de Lisbonne, en planta baja, vasto laberinto de largos corredores, a diferencia del lugar donde habíamos vivido hasta entonces que era más exactamente, como dije, una pequeña caja cuadrada, con pocas piezas, donde incluso su consultorio era pequeño; en un momento dado, hasta llegó a coincidir nuestro lugar de vivienda y su consultorio, un poco a la manera de los Lacan después de la guerra, cuando era toda la familia la que habitaba la Rue de Lille. Quienes conocieron el lugar –5, Rue de Lille– saben que no es grande; pues bien, toda la familia se alojaba allí, incluida la abuela rumana de Silvia. Lacan admitía todo eso, aceptaba la partida: amaba a la mujer, tomaba a la abuela también; siempre era muy respetuoso con ella, mucho más que con los demás y ella misma tenía para con él muchas reverencias, según lo que escuché. Aquella visita tuvo lugar en momentos en que mi padre dejaba de ser generalista y pasaba a ser especialista; su consultorio cambiaba de barrio y por lo tanto, cambiaba el paseo; me llevó a mí con él y no a mi hermano, que por entonces debía tener seis meses o un año. Vi entonces lo que había realizado, el mundo nuevo en el que se disponía a vivir, la potencia increíble que de allí se desprendía; todo esto debió ocurrir en la misma visita, porque no hice muchas más; era su lugar de trabajo y yo no tenía nada que hacer allí, aunque más tarde volví. Pero fue en el transcurso de esta misma visita que me mostró sus aparatos, más numerosos que en el pequeño gabinete de la Rue des Francs–Bourgeois. Y esto fue lo que hizo cuando lo volví a encontrar. Algo que me aclaró mucho respecto de mí mismo, incluso de cosas que suelen decirme con frecuencia y que tienen su fundamento. A menudo me han sorprendido mucho –y a veces herido– cosas que me dice gente muy allegada, familiares o amigos míos, quienes han llegado a decirme que mi manera de hablar, de mirar, de apretar los dientes, daba miedo. Algo que no le resulta fácil de integrar a quien tiene la convicción psicótica de ser adorable, si bien hay un principio muy preciso para que así sea. En el transcurso de esa visita, decía, después del gabinete donde mi padre dictaba sus informes a sus secretarias, se situaba la sala de máquinas, en cierto modo. Mi padre me mostró entonces sus aparatos nuevos y me dijo: con esto, uno ve el interior del cuerpo, el esqueleto, se ve lo que ves en las fotos –así como lo decían los radiólogos. Y no encontró nada mejor que ubicarme detrás de uno de esos aparatos, a mí, a su hijo, y durante un momento las luces se encendieron; mientras por mi parte no veía nada, sabía que era visto hasta lo más recóndito de mí. Era cuestión de que se vean mis huesos, que en el fondo me vean ya muerto, que vean mi interior, ya sin guardar secretos; el Otro de la vigilancia ganó allí, mientras yo no lo veía y él me veía por completo, como jamás llegaría a verme por mi cuenta o habría podido verme. Esa mirada era el colmo de la inquisición y quedé transido por ella; se puede decir que ese momento se fijó en mi carne. No sé si ustedes sienten escalofríos, no se trata de algo que uno pueda inventar; si yo me quedé tieso es porque sé que ese momento me dejó transido, esa visión, la de saber que mi padre me había en cierto modo abierto, leía en mí como en un libro abierto. No me desmayé, no lloré, debió ser algo imperceptible, pero quedó en mí como una referencia, algo que comprendí antes de entrar en análisis, leyendo textos psicoanalíticos; era esto lo que podía darme esa mirada que una de mis mujeres, justamente en el momento en el que yo ingresaba a la ENS, calificó así: tenés la mirada de un juez. Fue algo que me sorprendió, porque precisamente yo no estaba identificado con el Otro de la vigilancia; llegado el caso, estoy identificado con su objeto, por eso me debato tanto cuando siento que se presenta. Tratándose de los cognitivistas, por ejemplo, me identifico ya sea a su objeto o bien al objeto atacado con elocuencia por el Otro que vigila. Así, otra ocasión que recuerdo data de mis trece años, cuando estábamos en pensión con mi hermano durante el invierno –me veo obligado a hacer sus confidencias al mismo tiempo que las mías, en fin, al menos algunas–, ya no recuerdo dónde, durante quince días. Se forma allí toda una pequeña sociedad, las chicas, los muchachos, conversan entre sí y por mi parte me enamoré perdidamente de una chiquita rubia, belga, que volví a ver años más tarde, próxima del Campo Freudiano. Pero habían pasado cincuenta años, más o menos. Por entonces teníamos sobrenombres; el mío era el de abogado; no tengo el recuerdo preciso, pero sí guardo memoria de ese sobrenombre; supongo que hablaba y pleiteaba, de modo que la identificación a un juez, es decir, aquélla que me situaba del otro lado, del lado del Otro de la vigilancia, siempre me sorprendió, pero evidentemente es algo que se instaló en mí con ese episodio, tanto como con el otro. En fin, no es algo sintónico respecto de mi intención, pero es evidente que ya cuando se combate al Otro de la vigilancia, se lo vigila, no se le quitan los ojos de encima. Es por eso que puedo de inmediato, a partir del momento en que sé que vendrán a visitarnos los expertos del Departamento de Psicoanálisis, en el mes de enero, mi primera reacción es la de decir que somos nosotros quienes vamos a investigarlos –los pobres no saben dónde meten los pies–, que voy a saber todo acerca de cada uno. No me van a venir con la historia del experto designado, nombrado por una comisión. ¿Quién es Ud., señor experto? ¡Presénteme sus papeles! Algo que por lo demás ya hice. Hablé por teléfono con el jefe, después de haberlo contactado por correo electrónico. No sabía aún quién era cuando ya había comenzado con aquello de "Envíemelo con toda rapidez...", en fin, ése era el tono del primer contacto más amable. Dos días después, cuando insistió sobre la cuestión, le respondí: "Sírvase mandarme a vuelta de correo los documentos oficiales atestando quién es Ud.". Fíjense que ese tipo me llama por teléfono, me manda un mail y yo tendría que... ¡Pero vamos! Esa respuesta mía le hizo efecto. Me llamó para decirme cómo podía poner en duda su buena fe. Le dije que no se trataba en absoluto de eso. Si Ud. me pide presentar una pieza oficial, por mi parte le pido una pieza oficial para presentarla (risas). Todo esto por mail. Y puedo publicarlo mañana, sin el nombre del desdichado. Pero evidentemente, con esa ocurrencia que tuve de inmediato, la de sacarme ese tipo de encima, dar vuelta la mesa y dejarlo a él en esa situación –ya ven los gestos que hago para decirlo–, nada más que pensándolo uno se vuelve un poco parecido a él. No recuerdo quién lo dijo –creo que fue Nietzsche–, pero es una frase que había tenido un gran impacto en mí: se transformó en aquello que combatía. Había también otra frase, la de esa historieta americana que se llamaba Pogo, que es para morirse: We´ve seen the enemy and it is us. Se le agregan todavía otras cosas, sobre todo la doctrina misma de Lenin, según la cual el Estado es la burguesía organizada con sus fuerzas armadas, sus finanzas, etc., de modo que para luchar contra ese Estado hay que hacer otro tanto. Y concibió al Partido Comunista así y todo como un contra–Estado, dotado de los mismos defectos o de otros aun peores. Lenin se dio cuenta que había parido una suerte de monstruo. Ustedes ven bien que es un asunto difícil; para combatir el lobby cognitivista que opera en Francia extracciones abusivas desde hace treinta años, para hacer caer esta fortaleza –ya lo conseguiremos–, no son planos en el aire los que hacen falta, sino que es preciso convertirnos en lobby a toda velocidad, es decir, hablar con los hombres políticos. Claro está no es esto lo que hice durante treinta años, no quería siquiera tocarlos con pincitas. Era indiferente a tal punto respecto de estas cosas, que Roland Dumas era amigo de la familia desde siempre y yo no quise nunca tocar la mano de Mitterrand, por quien había votado. Había votado, sí, pero no sabía nada al fin de cuentas acerca de quién era ese tipo. Tenía una pequeña idea, pero no buscaba aproximarme, no me interesaba tener que formular algunos agradecimientos. Y lo más sencillo es que Roland Dumas se situó muy bien, debo decirlo, comprendió esto intuitivamente, quedó entendido sin que jamás hablásemos al respecto, eran sus asuntos. Pero esto se terminó gracias al señor Accoyer. De modo que nosotros hablamos con los hombres políticos, procuramos incluso hacerlo con las mujeres políticas, ya que ahora las mujeres ocupan un lugar en ese terreno. Lilia, presidente de la Escuela de la Causa Freudiana, reconocida de utilidad pública –es la prosperidad de la virtud–, habló con Roselyne Bachelot en su oficina, como había sido invitada a hacerlo. En un momento dado, tuvieron una controversia porque, al parecer, Roselyne cantó el pasaje de una ópera; creía que era algo de Verdi, pero era de Mozart, en fin... Así van las cosas, así somos. Se podrá notar que no se llega tocando la mandolina, sino con una caja importante, se llega con el Nouvel Âne, que no es en especial complaciente, pero sabe hacer la diferencia entre los hombres políticos apartados por su administración, por un lado, y por otro los verdaderos de verdad, que están allí, persiguiéndonos encarnizadamente desde hace años. Los ministros pasan, los ministros cansan, los ministros no son especialistas del terreno del que se trata. Por el contrario, los otros sí, los pequeños hombres grises están allí, desde hace años, para intentar ajustarnos las cuentas y estiman que ahora les llegó el momento. Hablaba ayer por la noche con Robert Hue, ex–secretario general del Partido Comunista. Quienes asistieron al Foro extraordinario saben que en un momento dado evoqué la Fundación para la Innovación Política, de derecha, diciendo: pero entonces, ¿qué hay a la izquierda? Y mi hermano indicó: la Fundación Gabriel Péri, dirigida por Robert Hue. A esa Fundación por la Innovación Política fui en el momento en que se suscitó el asunto Accoyer. Conozco al director, un egresado de la ENS, en tanto el presidente del Consejo Científico es un ex–alumno mío, François Ewal. Mi amigo Jean–Didier Vincent también la integra ahora y, según me enteré en el Foro Extraordinario, la misma Catherine Clément se ha sumado. Por consiguiente, no hay dificultades por ese lado, pero fue preciso el Foro Extraordinario para que mi hermano me recuerde que existía esta fundación Gabriel Péri, dirigida por Robert Hue. Así fue que después lo llamé por teléfono a mi hermano y le dije qué esperaba para que nos encontremos con R. Hue, para que cenemos juntos. La cena de los tres ocurrió ayer y puesto que se nos recibe con honores en el Palacio de la República ocupado por el equipo de Sarkozy, también estamos contentos de cenar con un viejo comunista que nos tiene simpatía. Por lo demás, dijo que si Jospin hubiese ganado, él habría sido ministro de salud, al parecer ya se habían puesto de acuerdo al respecto. Pues bien, nos recibe Roselyne Bachelot, pero si se hubiese tratado de Robert Hue, nos hubiese recibido él. Esto no quiere decir que la izquierda y la derecha sean lo mismo, pero el psicoanálisis es el psicoanálisis, esto es lo que defendemos, defendemos el psicoanálisis de interés público. Me sorprendió encontrarme esta mañana con un texto mío de 1992, donde ya hablaba del interés público al respecto. ¿Dónde había dejado? Estaba hablando de la cena con Robert Hue, ¿pero antes de eso? Es preciso hablarles ahora, de manera gentil, sin injuriarlos. Me refiero a los ministros de salud, de la enseñanza superior, de la investigación –también se trata de una dama, una señora joven, pero desembarca en un territorio donde los odios existen desde hace décadas. Tampoco se la puede considerar responsable de todo. Cierro este pasaje para decirles –es la única razón por la cual considero el episodio–, que de chico no me llamaban Jacques–Alain, aunque esos fuesen mis nombres. Fui yo quien a los 16 años decidió ponerlos a circular, inscribiendo un guión entre uno y otro; decidí llamarme Jacques–Alain, hijo de sus propias obras. Hasta entonces, me llamaban Jacky, algo de lo que ya empezaba a estar harto. Estoy llegando a donde quería llegar y a la razón por la cual estoy llegando justo. Es por eso mismo que no me acordé la tregua de algunas horas esta mañana. El miércoles ceno entonces con un buen conocedor del aparato universitario y le pregunto: ¿Qué ocurre con este asunto que me llega un poco de todas partes, según el cual el Departamento de Psicoanálisis como tal queda sometido a una visita de evaluación, un nuevo aparato universitario del que nadie había oído hablar? Se trata de la Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior (AERES). Se pone en marcha y todos los departamentos de Paris VIII están patas arriba, no saben cómo responder a esto. Se trata de algo que ya me había conducido, diez días antes, a solicitar al director del gabinete de Salud, a quien conozco, que me ponga en contacto con el director del gabinete de Enseñanza Superior e Investigación, para defender la causa del Departamento. Nada nuevo bajo el sol, por lo demás. Ahora lo decimos. Hasta 1981, la presencia del Dr. Lacan protegía el Departamento; era su amigo personal, Edgar Faure, quien había creado Vincennes, transformada en Paris VIII. Como ustedes saben, Lacan murió en 1981, pero también teníamos otros protectores. Foucault aportó su firma cuando fue necesario, Barthes otro tanto y a continuación, hasta 1991, estuvimos tranquilos como reyes. A partir de 1991, cada vez que queríamos crear un diploma o se hacía preciso renovar su habilitación, cada vez que nos enviaban expertos, por mi parte no los encontré nunca; felizmente estaba mi hermano menor para apoyar esta cuestión y en cada oportunidad los expertos –dos psicólogos– elevaban un informe desfavorable. En cada ocasión, Gérard Miller, apoyándose en su notoriedad, pedía una entrevista en el gabinete del Ministro de Educación. Era recibido, explicaba que habíamos sido degollados por los expertos psicólogos y en cada ocasión, el gabinete y por consiguiente el propio ministro, pese a la estimación desfavorable, prorrogaba la vigencia de nuestros diplomas. Así fue como funcionaron las cosas desde 1991. Felizmente, Gérard Miller, que era conocido, seguía estando allí. Incluso Robert Hue llegó a decir: ahora, Gérard, sos más conocido que yo. Y es cierto, cuando uno camina con él por la calle, la gente se da vuelta. Él puso esta notoriedad al servicio del Departamento de Psicoanálisis. De modo que el trámite al que me refería no dejaba de ser algo habitual, sólo que este año la cuestión iba a ser diferente. Redacté una nota de una página, como se hace en los ministerios y la entregué al director del de Salud para que la transmita al del gabinete de la Enseñanza Superior, buscando tomar contacto. Una semana después, recibí un mail del director del gabinete de Salud diciéndome: puede llamar al director adjunto del gabinete de la señora Pécresse. Me pregunté por qué tenía que tratarse del director adjunto. Miré cómo estaba constituido el gabinete. El director es un profesor universitario, en tanto de los dos directores adjuntos, porque hay dos, éste es un inspector de finanzas; por consiguiente, es un egresado de la Escuela Nacional de Administración (ENA), como el director del gabinete de Salud, por lo tanto supongo que eran esos vínculos los que prevalecían. Tenía así, por un lado, esta cuestión en el fuego; como no me dieron el teléfono, fue necesario todavía que llame a la secretaria; ella me dijo que me lo hacía llegar en quince minutos, pero hacia el fin de la tarde aún no había llegado nada. Me llamó al día siguiente, lamentándose al explicarme que fue cuando estaba a punto de dormirse que se dio cuenta de su olvido, por el cual yo seguía sin el código del mail; me reporté entoncese a una tercera persona en el gabinete de Salud y por fin lo conseguí. Así, mientras hacía esos llamados, por otro lado le pedí a Jean–Claude Maleval una nota acerca de la psicología clínica en la universidad; por esa vía empecé a tener noticias del hecho que estaban demoliendo los programas de formación en el Departamento de Psicoanálisis, pero no solamente allí, sino que estaban haciendo intervenir restricciones abusivas en el conjunto de las formaciones en psicología clínica y psicopatología, como se las designa oficialmente en las universidades. ¿Qué puedo decir yo? En efecto, él representa una cierta presencia del psicoanálisis en la universidad. Crearon una suerte de sindicato, con nombre impronunciable, SIEURPP –o algo por el estilo–, dirigido por mi viejo amigo Roland Gon. Pero en fin, así como definieron su SIEURPP, dieron verdaderamente a pensar a todo el mundo que se trataba de algo almibarado –y en efecto lo es, hay que reconocerlo. Recuerdo cuando lo crearon hace siete, ocho años. Por entonces, habían decidido con cuidado que sólo los psicólogos podrían adherir a ese sindicato, lo cual excluía –era una desdichada casualidad– a la mayor parte de quienes ejercían la enseñanza en el Departamento de Psicoanálisis de París VIII. ¿Se trataba por completo de un azar? Mi amigo, Philippe Grauer, que representa a los psicoterapeutas orientados en la perspectiva relacional, me comentó haber asistido a la gran reunión que se hizo en mayo o junio, donde había pronunciado mi nombre. Le señalé que hacía falta una buena medida de coraje para hacerlo y me respondió: "¡Oh! No podés imaginarte los movimientos que eso provoca...". Un poco antes, por lo demás, yo había hablado con Gori, a quien le pregunté si era de verdad prudente para él, que me conoce desde hace tanto tiempo –e incluso para Elizabeth–, no oponerse a las calumnias de Melman y empujar la rueda. Me respondió que sí, o en fin, quizás, agregando: "Sabés que a vos también te beneficia, porque tenés reputación de ser el diablo". Muy bien. En definitiva, quiero decir que hicieron todo lo posible para que no sigamos juntos. Eso por detrás de nosotros, porque ante nosotros, al contrario, se desplegaba algo que por mi parte califiqué como la noche o el año de los cuchillos largos. Así, el miércoles por la noche llegué a hacerme de algunos nombres que me proporcionó un conocedor de la institución universitaria. Me dio a conocer el nombre de alguien que yo desconocía por completo; se trata de Jean–Marc Monteil, el mandamás; les doy el nombre completo, con la ortografía exacta, porque hoy pueden contar con el Google y no duden en recurrir a él; hoy mismo lo hice yo, entre un paciente y otro. El jueves llamé al director adjunto del gabinete de la Enseñanza Superior y la Investigación, a quien su colega había omitido de transmitir mi nota, pero son cosas que pasan. Le expliqué los comienzos del Departamento de Psicoanálisis, el hecho que siempre nos habían restablecido, agregando que ya era suficiente ahora. Reconocí que, por mi parte, ni siquiera había seguido de cerca esos episodios, ya que mi hermano se ocupaba de todo. A mi entender, resultar admitidos a último momento después de quince años ya iba demasiado lejos y señalé que había una presión creciente de evaluaciones en la universidad. Solicité que se constituyese ahora una sección especial del Comité de las Universidades para el psicoanálisis, de tal manera que si la moda de ellos así lo dictaba, los psicoanalistas pasen por un peritaje, pero a cargo de otros psicoanalistas y no de verdugos de ratas… (risas) –no fue esta la expresión que empleé. Me respondió que crear una sub–sección era difícil y le dije que ese problema era de ellos. La demanda es de ustedes, retrucó. Sí, admití. Pero hace un tiempo supe que esto forma parte de un paisaje mucho más vasto y que estaba en marcha una liquidación del psicoanálisis en la universidad. Dijo que no estaba al tanto. Le pregunté si no conocía al Sr. Monteil, durante largo tiempo director de la Enseñanza Superior y la Investigación y en la actualidad consejero del Sr. Filon, así como al Sr. Roger Lécuyer, presidente de la Federación Francesa de Psicología, también director en el gabinete de Enseñanza Superior, y al profesor Fayol, de Clermont–Ferrand, supervisor de todos los equipos encargados de ir a degollar tanto a psicoanalistas como a clínicos. Agregué mi contento por el hecho que él fuese inspector de finanzas, porque al menos así no quedaba atrapado en esos odios añejados y compactos. Pero sepa –precisé– que desde hace años los psicólogos clínicos son el blanco de los psicólogos experimentalistas, como se los llamaba antes, en tanto ahora lo son de los cognitivistas; eran los clínicos quienes drenaban el mayor flujo de estudiantes, en tanto el poder universitario lo tienen los cognitivistas, quienes decidieron ahora liquidar a sus rivales. ¿Ud. lo entiende? –le pregunté. Me respondió que ese no era su ámbito. Ya lo sé, le dije, y agregué: yo mismo podría haber hecho mis estudios en la ENA, pero soy egresado de la ENS y me gustaba demasiado la filosofía para hacer la ENA. Como no le daba cabida a mi demanda, decidí decirle lo siguiente para que comprendiese: Sus expertos, los voy a considerar uno por uno y los voy a bajar a tiros en mi diario. No sirven para nada y todo el mundo lo va a saber. ¿Conoce mi diario, Nouvel Âne? ¡Ah, no lo conoce! Deme su dirección y se lo hago llegar de inmediato. Cuando me indicó el 21, Rue Descartes, continué: ¡Ah! Es allí donde antes estaba la Escuela Politécnica; mi hijo cursó allí (risas) –tiene su utilidad mostrar que uno es del mismo mundo. Me doy bien cuenta, respondió. Y agregué: Le hago llegar el diario y Ud. hace llegar la nota que hasta ahora no transmitió a su colega del gabinete de Salud. Mi tono era vehemente –por lo demás, me disculpé por eso hacia el final–, en tanto él se mostraba flemático y persuadido, tal como uno aprende en esas escuelas: ser flemático es el colmo de todo cuanto hay en el mundo. No le enseñaron que la posición flemática es la del esclavo; quizá lo haya aprendido en esta ocasión, porque le dije: Querría que tome nota de un mensaje (risas), dirigido a la Sra. Pécresse. Y comencé a dictárselo: "Estimada señora, nuestra común amiga, Catherine Clément, me informa que Ud. no se muestra del todo contraria a nuestro combate contra la reforma Accoyer, en la medida en que Ud. no quiere que sus hijos morfen Ritaline. Pues bien, me importa en estas circunstancias darle a conocer mi simpatía personal. Jacques–Alain Miller, director del Departamento de Psicoanálisis", etc. Ud. se lo entregará. Sí, por supuesto –respondió– y agregó: Voy a llamar de inmediato al presidente de la AERES y retomo contacto con Ud. Ya estábamos saliendo allí de los bajos fondos del equipo de expertos que se nos destina, pasábamos a un nivel superior. El jueves al mediodía llamé un correo para despachar el periódico; vino a buscarlo hacia las 14 hs. –esto me disculpa ante quienes tuvieron que ejercitar la paciencia un cierto tiempo en mi sala de espera– y con ese ejemplar de L´Âne envié una nota. Pensé que de otro modo me iba a extrañar. Tenía conmigo la nota de Maleval, con las informaciones que me había proporcionado la víspera, hacia el fin de la tarde, gracias a las cuales yo estaba muy al tanto de la circulación de estudiantes y demás, ya van a ver un poco. Le envié esa nota y llamé por teléfono. Le pedí a la secretaria el mail de ese señor y le hice llegar el documento de Maleval más una nota donde había cifras: más de 40.000 estudiantes de psicología en Francia considerando el lapso de un año; 12.000 cursando la maestría I; 5.000 en la maestría II –no conozco nada al respecto, estrictamente nada–; de esos estudiantes, entre las dos terceras y las tres cuartas partes se orientan hacia la psicopatología clínica –algo significativo–, polo fuerte de la enseñanza, etc. Además de la oposición entre clínicos y cognitivistas, la política de Claude Allègre, a comienzos de 1990, era la de reorganizar las ciencias humanas y sociales, de manera tal que viniesen a coincidir con el modelo cognitivista propio de las ciencias duras. Para lograr ese objetivo, se pusieron en ruta dispositivos de peritajes; esos peritos favorecieron sistemáticamente lo (¿?) [*]y lo experimental. Nosotros cosechamos hoy los frutos de la normalización socialista; sus efectos son catastróficos para la orientación clínica, etc. Lo divertido es esto, el hecho que el partido socialista está en la oposición, pero son sus ideas las que tienen el poder en el aparato administrativo. Pues bien, será preciso decir esto y pedirles cuentas, por cierto. Para el Foro busqué un socialista y encontré uno, el senador Sueur, pero debía permanecer en Orléans, donde se presenta como intendente. Pues bien, hay uno pero no hay dos. Le pedí a alguien que conoce bien al partido socialista que me encuentre a uno para el foro extraordinario y al día siguiente, esta persona me dijo: no hay nadie; o están contra nosotros, o tienen miedo decirlo. Por lo que hace a la izquierda, como dice BHL, se trata de un gran cadáver dado vuelta. A mí me parecía que exageraba un poco, pero podría ser que tuviese razón. Les contaba todo esto que pasó; a las 16,30 hs. le mandé esta cuestión por mail y me dije que posiblemente, una vez más, no iba a conseguir que me entendiese bien, que el destinatario no iba a darse cuenta hasta dónde estoy dispuesto a llegar. Y es preciso que lo comprenda. Ya me debe tener clasificado entre los medio locos, lo cual es bueno, pero mejor si me ubica entre los completamente locos. Esa fue la estrategia de Nixon respecto de los vietnamitas; la única ocasión en la que se anotó un punto, fue aquélla en la que los persuadió que él era capaz de todo, que podía lanzarles una bomba atómica. Ahí, ellos dudaron. Fue el único momento en el que un americano llegó a dar vuelta a los vietnamitas. Y esto lleva un nombre en materia de estrategia, es la estrategia del loco. Ustedes saben, para jugar el contrapoder la pregunta es: ¿qué tengo entre manos? Esta gente tiene todas las radios, todos los diarios, nuestra campaña anti–depresión no llega a abrirse camino; llegará a conseguirlo, pero ya ven el tiempo que requiere. Elkabbach, cuando fue puesto al corriente de la reforma Accoyer, dos días después, sin haber fijado previamente el encuentro, me tocaba el timbre, entraba en mi salón; a la mañana siguiente me llevaba a la radio y al otro día por la tarde, con Accoyer, a su televisión, Público Senado. Allí, la misma mano, la misma voz lo previno. Preguntó de inmediato el asunto y desapareció de pantalla. Quince días después volvieron a la carga y él desapareció otra vez de la pantalla. Es mi amigo Jean–Pierre; hice de él por entonces una presentación en Atenas, explicando que era el Sócrates moderno –incluso se lo dije y le gustó. Pero aparentemente, como Europe 1 pasa la publicidad del INPES sobre la depresión, eso debe atarle las manos –quizá sea así y es comprensible. Pero será necesario secar las cajas del INPES para volver a encontrar a nuestro amigo Jean–Pierre. Decía que le resulta difícil a esta campaña anti–depresión abrirse paso en la opinión de la multitud, y sin embargo llega. Charlie Hebdo, Elle, en fin, Favereau en Libération, ayer, se despertó. Me llamó por teléfono y me dijo que se proponía publicar algunas cosas. Entonces, hasta el presente ¿qué me queda en las manos? El mejor equipo de redacción que hay en Francia respecto de temas como esos; de toda evidencia, no es algo insignificante. Y además, una prensa poderosa, que llega a un tiraje de hasta 10.000 ejemplares. Con esto es necesario que se los haga entender. No quería dejarle terminar su jornada sin que de verdad tenga en mano lo necesario para comprender de qué se trataba. Entonces, por teléfono, le expliqué al maquetista del Nouvel Âne, en ese momento consagrado a otra cosa por completo distinta, pero en fin, trabaja para varias cuestiones a la vez, es un taller, le pedí si podía distraer un momentito para hacer un trabajo encomendado con urgencia, que podía tener los mejores efectos del mundo. Érik –ese es su nombre, Érik, con "k"–, dijo que sí. Le hice llegar entonces ciertos documentos y demás y él consiguió hacerme lo que podía ser la tapa del Nouvel Âne de enero; no el que debe salir en diciembre, que está un poquito atrasado, pero que esperamos salga para mediados de diciembre; ése ya está concluido, pero hay otro que esperamos para fines de enero. Por cortesía, quería dárselo a conocer rápidamente a mi interlocutor y pude enviárselo a las 19,45 hs. Sólo media hora antes de venir aquí, pensé que en el fondo nada me impedía hacer un tiraje para mostrárselo a ustedes, para que ustedes vean lo que vio ese director de gabinete y que quizá mostró a su entorno –había sido hecho para eso. Así fue como, a toda velocidad, lograron hacerme un tiraje de esa tapa. Antes de mostrársela, les voy a contar cómo siguió la historia. Tenía la impresión de ocupar el ministerio de la Enseñanza Superior durante el día jueves. Después, fue necesario que vuelva para fabricar el Nouvel Âne Nº 8, algo que así y todo resulta preocupante. El lunes, a pedido de los colegas de la Escuela de la Causa Freudiana que publican "La letra en línea" (La lettre en ligne) –quizás algunos de ustedes la reciban–, redacté un texto donde yo mismo me daba cuenta que comenzaba a dominar el tema. Ya se hizo bastante tarde, pero es necesario que se los diga, sí. Empleaba por otra parte un lenguaje... En el momento en que me dedicaba a corregir ese texto, me decía que no había recibido el llamado telefónico de quien había quedado en recontactarme después de haber hablado con el presidente de la AERES. Por lo demás, yo había dicho: a partir de ahora está en marcha el metrónomo, cada hora que pasa tiene un sentido, es decir, él se pregunta qué hacer conmigo, se pregunta si van a hacer con Jacques–Alain Miller lo que hicieron con Roland Gori, quien representa la mitad de la psicología clínica universitaria, unos doscientos universitarios, el único sindicato de la psicología clínica universitaria. Gori hizo un manifiesto que firmaron 8.000 personas; yo dije no, le dije que me parecía inútil y contraproducente; él protestó, señaló la cantidad que había firmado ya, etc. Pidió una entrevista a la Sra. Pécresse, le envió una carta muy gentil, fortalecido como estaba por su representatividad. Ella hizo esperar la respuesta durante un mes y cuando llegó decía: mi agenda no me permite fijar la fecha de un encuentro en un plazo adecuadamente próximo. Razón por la cual no le proponía absolutamente nada, ni siquiera encontrar a quien barre la puerta. Hacía veinticinco años que por mi parte no había visto a Gori, cosa que además lamento, pero no es algo que dependiese de mí; no era alguien conocido como ahora; habíamos comenzado a hacer juntos una pequeña revista, Cliniques, así, en plural, pero en ese momento él divorciaba y hubo que interrumpir. Tres o cuatro años más tarde, vi salir una revista, dirigida por él, Cliniques –en plural– mediterranéennes –en plural–; me dije: visiblemente no quiere continuar conmigo. Dejémoslo ahí. Es una revista que ocupa su sitio. Después creó su SIEURPP, que no estaba armado para que trabajemos juntos, en tanto yo sabía bien que había allí, en ese desdichado SIEURPP, equilibrios difíciles entre gente de la IPA, gente de la Escuela de la Causa, etc.; Gori se consagraba, allí, a mantener ese equilibrio, algo que le gusta y requiere, justamente, algún toque almibarado. Cuando volví a verlo le dije: "Como sabés, no podría vivir así, pero es cuestión de maneras de ser, un asunto personal. Vos te encontrás a gusto en eso, en tanto yo necesito otro tipo de cosas, es como los gustos y los colores". Todo lo cual no quita que me sienta también yo herido cuando lo tratan de esa manera. Pero yo ya había escrito que no consideraba a la Sra. Pécresse como responsable de esto; se trataba verdaderamente –y podía reconstituirlo– de algo que respondía a Monteil, es decir, que ellos habían pasado a la etapa de liquidación activa. Cuando ustedes se encuentran en esa etapa, no discuten más. Se terminó el discurso. Es un momento terrible, muy hermoso también, que pueden encontrar en los frescos; vuelvo a ver un pequeño símbolo de Fra Angélico, en Florencia, en La masacre de los inocentes. Se pueden ver en ese cuadro hombres armados de puñales y en el deslinde, a la vista, cascos derribados; uno entiende que allí se trata de una suerte de mecánica que no se detiene. La carta de la Sra. Pécresse quería decir esto. Ahora no hablamos más con ustedes, los matamos. Ya están muertos, ya son cadáveres en la universidad. Habrá sobresaltos, etc., pero son patos sin cabeza. No estoy dramatizando; el lenguaje es ese: rehúsan hablar, rehúsan recibir. Algo así como lo que ocurre en Bazajet, ustedes saben, cuando ella dice salgan, todo el mundo sabe al salir que se trata de la muerte. Barthes y Julien Gracq lo analizaron: ese "salgan" equivale a "los matamos". Pues bien, en esta ocasión, el hecho de no recibir era esto mismo, algo que ya había sido escrito, aunque no por la Sra. Pécresse. Me pregunto cuál sería la razón para que esta mujer joven, nieta de un médico a quien Chirac estaba muy ligado –razón por la cual el retoño fue promovido–, alguien conocido por Catherine Clément, capaz de decirle que se da cuenta del hecho que no estamos forzosamente errados cuando nos oponemos a Accoyer y no quiere, por su parte, que sus hijos morfen Ritaline –le pregunté a C. Clément si era esa exactamente la expresión empleada, morfar Ritaline, de modo que Valérie Pécresse habla francés–, por qué esta señora querría sin más matar a Gori. No hay razón. De modo que Valérie Pécresse hace de biombo, detrás del cual están quienes planifican esto, quienes ya montaron esta cosa horrible que se llama AERES, destinada a pasar como el azote de Atila por las universidades francesas; están quienes planificaron, quienes hicieron la lista del Departamento de Psicología Clínica y Psicopatología y después la del Departamento de Psicoanálisis. Ellos no se ocupan de decir rápidamente si uno es o no psicólogo; le confiaron todo eso al profesor Fayol de Clermont–Ferrand, sucesor del Sr. Monteil en el mismo laboratorio, secundado por la Federación Francesa de Psicología, organismo inútil y vacío, distinguido con el privilegio de ser el único organismo de psicología en Francia que puede acordar títulos europeos. Porque en la inter–burocracia es así como se elige. Será Lecuyer y ninguna otra persona. ¡Por allí pasará la psicología francesa, señores jurados! Esta mañana –es lo que contribuyó todavía más a mi retraso– recibí una carta formidable. Ayer fue conocida mi diatriba anti–cognitivista, que allí está. Y antes de venir no pude resistir el placer de redactar un comunicado suplementario, con el documento que me envió mi amigo Jean–Robert Rabanel de Clermont–Ferrand, esta mañana, a las 10.37 hs. Lo redacté y partió unos treinta minutos antes que yo llegue aquí; como quiera que sea, no habría tenido la suficiente tranquilidad de espíritu como para pensar en mí mismo, aunque haya podido hablar al respecto. El comunicado en cuestión es el siguiente: "Comunicado Nº 11" "″La Letra en línea″ (″La Lettre en ligne″) de la ECF difundía ayer mi primera diatriba anti–cognitivista. Recibo esta mañana un mail de nuestro colega Rabanel, que le hago conocer de inmediato (Cf. más adelante). Por lo demás, mi amigo Saint–Clair Dujon me señala el coloquio de los Laboratorios de Ciencias Humanas y Sociales de la Escuela Normal Superior (ENS), que tuvo lugar el 30 de noviembre ppdo., de 9 hs. a 18 hs., acerca de "Evaluar, devaluar, reevaluar la evaluación" (esto indica que hay todo un movimiento en curso). "En particular, pone de relieve la interesante intervención de Barbara Cassin (a quien en ese mismo momento invitamos a la Mutualidad, acompañada por Badiou), a propósito de ″¿La calidad es una propiedad emergente de la cantidad?″ (tema que viene a coincidir en todo con lo que por mi parte difundí ayer, destinado a la organización internacional de matemáticos), donde Cassin desarrolla aquello que constituye lo ideológico del Google: una cita es un voto; un click en un sitio, es un voto. El modo según el cual es evaluada la investigación, conduce al investigador a considerar el instrumento evaluador como el fin mismo de su investigación (es luminoso) (publicar para ser citado, no para avanzar). En lo que hace a la lengua de la evaluación, reportarse a Klemperer (Victor), ″Lingua Tertii Imperii″ (será preciso que hablemos al respecto). La grabación hecha de este Coloquio tendría que estar disponible en el lapso de una semana, en principio, en el sitio ″difusión de saberes″ de la ENS. Muy atentamente. Jacques–Alain Miller, 5 de diciembre 2007". Les doy a conocer ahora el mail de Jean–Robert Rabanel de esta mañana, a las 10.37 hs. Lo encuentro especialmente regocijante, porque es evidente que acaba de comenzar la gran vigilancia. Ahora son ellos quienes van a estar en la mira, es acerca de ellos que nos vamos a enterar de algunas cosas. "Estimado J.–A. Miller, Después de haber procedido a la lectura de sus respuestas a ″La letra en línea″, querría decirle unas palabras respecto de Jean–Marc Monteil. En primer término, se trata de un recuerdo. En el momento en que fue creada la Sección Clínica del Instituto del Campo Freudiano en Clermont–Ferrand, le había solicitado a Ud. que redactase una carta al decano de la Facultad de Letras, para que él acepte alquilarnos salas. Éste aceptó nuestra demanda, al mismo tiempo que nos rogaba dar cuenta de ella al Presidente de la Universidad; por entonces se trataba, justamente, del Sr. Monteil. Telefónicamente, el Sr. Monteil no me hizo objeción alguna, precisando que éramos a tal punto diferentes, que no nos perjudicaríamos. Agregó con amabilidad que había podido apreciar favorablemente la ayuda que por mi parte había prestado, como analista, a alguien de su entorno cercano. Ese fue el único contacto que tuve con J.–M. Monteil y como Ud. puede apreciar, estuvo impregnado de cortesía. Conocí a continuación el desarrollo de su carrera, primero en Bordeaux, después en París. En la Universidad Blaise–Pascal, en Clermont, había creado a partir de las ruinas del Instituto de Psicología Aplicada, su Laboratorio de Psicología de la Cognición. Fue Presidente de la Universidad de 1992 a 1997; después vino a desempeñarse como rector de Bordeaux. Escribió entonces un importante informe titulado ″Propuetas para un nuevo abordaje de la evaluación de los docentes″, que le hizo llegar a François Bayrou, Ministro de la Educación Nacional. Supongo que ese informe tiene algún tipo de incidencia en su designación, en julio 2002, como Director de la Enseñanza Superior. El ministro que lo nombró era Claude Allègre. El 21 de marzo ppdo., asumió como Presidente del Consejo de la Agencia de Evaluación de la Investigación y de la Enseñanza Superior (AERES), cargo que debió abandonar el 22 de mayo, cuando fue nombrado Encargado de Misión ante François Fillon. Es, sin duda alguna, el experto en evaluación de la universidad francesa. El Prof. Fayol, quien lo sucedió en el laboratorio de Clermont, lo eligió para supervisar los numerosos equipos de la AERES que van a consagrarse a lo largo del año a los peritajes de todos los clínicos y psicoanalistas universitarios. Ese es el triunfo de ellos. Uno puede preguntarse cómo la Facultad de Psicología de Clermont, donde enseñó Foucault, que resultó marcada por su enseñanza (Por entonces yo veía a Foucault a su regreso de Clermont; venía a ver a Barthes, a la salida del seminario al que por mi parte asistía en 1964 y yo le caía simpático; así, con frecuencia, iba a cenar con ellos en el momento de esos retornos), pudo transformarse en un bastión del cognitivismo. Ocurrió como lo voy a consignar. (En este punto, empiezan a abrirse los archivos del Sr. Monteil). Para asistirlo en Clermont–Ferrand, Foucault había elegido a la Sra. Pariente, quien se convirtió en Directora del Instituto de Psicología Aplicada. Era una clínica y como Simone y yo lo hemos sostenido siempre (Se trata de Simone Rabanel), una egresada de la Escuela Normal, como su marido, el filósofo Jean–Claude Pariente, de quien ustedes conocen la reputación y quien vino incluso, en marzo último, a dar en la Asociación Causa Freudiana una hermosa conferencia acerca de la noción de nombre propio, conferencia que vamos a publicar. La Sra. Pariente tendría mucho para decir respecto de su combate en Clermont, su evicción y la supresión del Instituto de Psicología Aplicada, en beneficio del laboratorio del Sr. J.–M. Monteil. René Haby, primer Ministro de la Educación Nacional durante la presidencia de Giscard, promotor de un "colegio único", fue rector de la Universidad de Clermont. Alice Saunier–Seité, quien le sucedió en las universidades en 1978, rehizo la carta de las facultades de psicología y erradicó de Clermont la clínica, a favor del cognitivismo. Algo que por entonces causó sorpresa, tanto más cuanto que la Sra. Pariente era partidaria de Giscard, en tanto el Sr. Monteil era conocido por su inclinación hacia el Partido Socialista. Como quiera que sea, así fue como la "Fac de Psico" de Clermont terminó convirtiéndose en lo que se convirtió. Es ahora el Prof. Fayol quien reina como amo absoluto en el terreno de la psicología en Clermont. De Monteil a Fayol, en treinta años, no hubo siquiera un profesor, ni siquiera un encargado de conferencias, ni un asistente, ni un responsable de cursos que haya provenido de la clínica. El desierto. Esto es así al punto que no existe en Clermont un doctorado de 3er. ciclo (DESS) en psicopatología, lo cual constituye, según Jean–François Cottes, un caso único. ¡Estos son los candidatos propuestos para evaluarnos objetivamente! Después de guardar esto, Jean–Robert Rabanel recuperó en la computadora la carta que yo había escrito el 30.03.92 al Decano de la Facultad de Letras de Clermont Ferrand, impresa en papel con membrete del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad Paris VIII. Me causó placer releerla. Dice así: "Señor Decano y estimado colega, Me permito dirigirme a Ud. a propósito de una ″Sección Clínica″ de Clermont–Ferrand, que hace valer la recomendación del Departamento dirigido por mí en la Universidad París VIII. Conozco personalmente desde hace años al Dr. Jean–Robert Rabanel, quien es apreciado por mí y la mayor parte de los miembros del equipo doctoral "Psicoanálisis y campo freudiano", que animo en el Departamento. En particular, el Dr. Rabanel fue invitado a colaborar en la "Sección Clínica" de París, creada por nosotros en el marco del servicio de Formación Permanente de la Universidad. Son numerosos los psicoanalistas que, por su parte, han querido crear en el extranjero otras Secciones Clínicas como ésta. Por esa razón acepté acordar los auspicios del Departamento a las "Secciones" abiertas en Bruselas, Madrid, Roma y Barcelona. Se trata de establecimientos cuya gestión queda cargo, en forma autónoma, de sus responsables locales, en general a través de asociaciones sin fines lucrativos. Por el contrario, los programas, los contenidos y los métodos de enseñanza se acuerdan con nosotros. Una "Sección Clínica" fue abierta con todo éxito el año pasado en Bordeaux. El Dr. Rabanel quiso crear una en Clermont y le aporté mi apoyo. Si la Universidad de Clermont–Ferrand tuviese la posibilidad de acordarle locales a ese proyecto, desearía vivamente que lo hiciese. Según entiendo, hay un verdadero interés público ligado a la divulgación de una enseñanza metódica y racional del psicoanálisis (era hace quince años): el deseo de "realizar su personalidad" permite explotaciones desvergonzadas; no es posible suprimir ese deseo, nutrido por el "desencanto" moderno, pero se lo puede orientar hacia una disciplina que busca la verdad, que no es incompatible con una perspectiva científica y que tiene su lugar en la universidad: la disciplina analítica. Multiplicar "Departamentos universitarios de psicoanálisis" sería deseable; a falta de hacerlo, en la medida en que la universidad ayude a las "Secciones clínicas", puede jugar un rol salubre. Sírvase aceptar, señor Decano y estimado colega, la expresión de mi distinguida consideración". Jacques–Alain Miller Como podrán apreciar, no he cambiado en absoluto en todos estos años. A quienes permanecieron aquí, les voy a hacer ahora dos regalos. No sé por cuál comenzar. Por un lado, está el documento que envié el jueves por la tarde y por el otro, el llamado que recibí el lunes. Pues bien, comencemos por este último. El lunes, a las 16 hs., me dicen: el secretario particular de la Sra. Pécresse quiere hablarle. Tomé el aparato –como lo hago siempre– y me puse en comunicación con la secretaria particular de la Sra. Valérie Pécresse, quien me dio a conocer que la Sra. Pécresse deseaba verme. Me propuso un horario un tanto incómodo para la entrevista, un jueves; le dije que no desplazaba a mis pacientes y negociamos entonces un horario que todavía está por confirmar –lo digo para quienes vienen a verme a veces–: el lunes 17 de diciembre a las 19 hs. Algo pasó por consiguiente en el corazón, no del faraón, sino de la Sra. Pécresse. Supongo que la Sra. Bachelot o su director de gabinete le hablaron positivamente de mí. Por lo demás, yo le había explicitado por escrito a su director que jugaba sobre seguro, pero jugaba limpio. Les voy a mostrar ahora el documento que envié, diciendo que se trataba de un proyecto (risas) y que era confidencial. Ya no lo será ahora, como ya no es tampoco un proyecto. Puedo entonces mostrárselos. ¿No ven nada? Arriba de todo, hay tres líneas: Valérie Pécresse, asesinar al psicoanálisis, ¿está bien? Aquí, una figura tricéfala, la Sra. Pécresse, provista de tres rostros. Y después: Resistir al cognitivismo, como slogan. Y abajo, la nota de Jean–Claude Maleval: "La unidad de la psicología ya pasó". Tal el documento que pudo circular por el Ministerio de la Enseñanza Superior y la Investigación. Es lo que Charlie Hebdo designaba como "la tapa a la cual Ud. escapó". Bien, la próxima vez nos reencontramos en el gran anfiteatro y espero poder continuar, en el fondo, sobre el fondo del cognitivismo. Fin de la Cuarta Sesión del Curso JAM 2007-2008 - 05.12.07 N. de la T., respecto del término "pexer" (Cf. Sesión III, pág. 15, lí. 4 de la trad.), aclaramos lo siguiente: proviene del vocabulario de los videojuegos; indica la operación por la cual se llega a matar los monstruos, a fin de acumular puntos de experiencia y pasar al nivel superior. De modo que la versión correcta del comienzo de ese párrafo sería: "Si puedo sostenerme en el intento de matar los monstruos y seguir acumulando puntos así, indefinidamente, sin llegar a la publicación y encontrar mi interés en esa modalidad (...)". |
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