RedAcción | ||
Número 9 | ||
Brevísimo comentario | ||
Por Graciela Esperanza La exigencia de contemporaneidad, lo necesario de atender a las coordenadas de tramas discursivas que desde otros saberes y prácticas se despliegan en este momento, son para el psicoanalista una brújula: sumergirse en lo actual no obliga ni a una identificación con los extravíos que se imponen y se multiplican, ni a una dilución de sus categorías y de los principios de su quehacer. En cambio esa sumersión sí autoriza a cuestionar e interrogar y por qué no objetar algunos términos deformantes que se revelan claramente incompatibles y que carecen de toda pertinencia para una práctica en la que se trata de aproximar cómo operan unas palabras con otras. Así un ágora de la Red dio lugar a ese ejercicio. El término en cuestión: protocolo. Su etimología compuesta por proto; primero y kollo; pegado: anuncia la anticipación de la garantía dada por una hoja pegada antes a un documento para otorgarle autenticidad. Seguramente ese sello de autenticidad importado talvez del campo jurídico es lo que guía su uso en diferentes ramas de la medicina. Esta autenticidad se sostiene en un saber ordenado, previo, a veces con pretensiones de ciencia, desde el cual se plantea un determinado abordaje según la patología a tratar, y los datos que arroja son para la medicina de utilidad. Hasta aquí podría funcionar. Sin embargo lo que asombra es que el protocolo como pre-formato tipificado deviene en las prácticas psicoterapéuticas y psiquiátricas, también en ellas, un medio para asegurar lo auténtico, creer en su eficacia y sobretodo creer en lo verdadero de los datos objetivos que allí se verifican. Si bien pensar la autenticidad excede en mucho estas líneas, -ni hablar de todos los vericuetos que implica, por ejemplo, probarla en el campo del arte- es algo que Sí interesa a los analistas. Pero ¿dónde hallarla y cuál es su alcance? En primer lugar es muy otra la idea que con Lacan nos podemos hacer de ella, ya que la opone tanto a lo verdadero como a lo evidente. Su lugar queda más bien situado en relación a lo real, y como la presencia de lo que quedó inadvertido del saber para una escritura, siempre como consecuencia, nunca antes [1]. Luego indudablemente su afirmación no es de orden protocolar puesto que ni la tipificación ni el pre-formato son opciones aptas para dar lugar a esa pincelada con la que se escribirá en una cura el medio propio de cada quien, es decir su síntoma, vía afirmativa de singularidad y de autenticidad. Nada más alejado entonces de pensar que el protocolo pre-formado sería el procedimiento de elección para afirmar en nuestra práctica la dimensión de autenticidad. Concluyo entonces planteando mi idea del asunto, no hablar la lengua del Otro, pero sí poder leerla para extraer sus signos… de falsedad. |
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Notas | ||
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