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Noches
LA PREVIA
Primera Noche de la Conversación EOL 2020
Jueves 6 de agosto, a las 20hs
De los comienzos al principio.
Azucena Zanón
"Una parte de cada vida, y aun de cada vida insignificante, transcurre en buscar las razones de ser, los puntos de partida, las fuentes. Mi impotencia para descubrirlos me llevó a veces a las explicaciones mágicas, a buscar en los delirios de lo oculto lo que el sentido común no alcanzaba a darme”
Memorias de Adriano. Margarite Yourcenar.
No había notado que el trauma, sin ser un concepto fundamental, fue trabajado por Freud y Lacan desde los comienzos del psicoanálisis a Disolución.
Freud
Valiéndose de “trauma psíquico” significante en auge en la Psiquiatría del momento, Freud conduce los tratamientos a la vez que intenta responder al interrogante sobre la etiología de las neurosis. Interrogante que sostuvo a lo largo de su obra.
La primera respuesta: los síntomas histéricos son efecto de traumas psíquicos, el afecto que les corresponde se expresa vía la conversión. En la histeria y representaciones obsesivas “el factor sexual no contaba más que como una de las tantas fuentes emocionales” [1] Prontamente Freud considera que “sin tomar en cuenta los traumas sexuales de la infancia no era posible esclarecer los síntomas”. Y lo es para todas las neurosis.
Acaecido en la realidad; el trauma es sexual; requiere dos tiempos ya que “No son las vivencias mismas las que poseen efecto traumático, sino sólo su reanimación como recuerdo en la madurez sexual” Los síntomas desaparecen cuando se logra recordar de la manera más detallada posible el hecho y el afecto que lo acompaña. [2]
En el relato de las pacientes tienen lugar una o varias experiencias en la que interviene un adulto, generalmente el padre, experiencias que pueden variar desde diferentes modos deviolencia sexual en el propio cuerpo ala percepción o la escucha de relatos de actos sexuales realizados por otros.
Breve período éste que concluye en “Ya no creo más en mi ‘neurótica’” Cuatro razones lo llevan a esta conclusión, señalo una: “la sorpresa de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado como perverso, sin excluir a mi propio padre.”[3]
Lo que leía como una desilusión en Freud ahora leo como alivio, este descubrimiento salva al padre, al menos al de Freud. Pero lo fundamental es que es un avance para el psicoanálisis.
Abandonada la escena de seducción, la sexualidad ya no se reduce a un trauma contingente ocurrido de hecho. La sexualidad infantil tiene un lugar preponderante; entre el síntoma y las impresiones infantiles se intercalan fantasías. Paso del trauma al fantasma. “La práctica sexual infantil marca la dirección que seguirá la vida sexual en la madurez.” [5] Una vivencia devendrá trauma cuando resulte intolerable al yo y provoque en él un proceso defensivo; al fracasar la defensa regresará como síntoma [6]. El síntoma es una defensa de esos recuerdos infantiles.
En 1920, el trauma, por su repetición, cobra una dimensión que lleva a Freud a admitir el fracaso del principio de placer. En toda una serie de traumas lo decisivo es si los sistemas están o no preparados para protegerse aunque a partir de cierta intensidad esta protección ya no será eficaz. [7]
Hasta el final de su obra, el trauma estará presente, precisando cada vez el concepto. Así, en Inhibición, síntoma y angustia dice que en las neurosis traumáticas la protección contra estímulos exteriores es quebrada y en el aparato ingresan volúmenes hipertróficos de excitación. La angustia es la reacción originaria frente al trauma, al que describe como una situación de desvalimiento. [8]
En la Conferencia 32 [9] habla de factor traumático: “Sólo la magnitud de la suma de excitación convierte a una impresión en factor traumático, paraliza la operación del principio de placer”
En Moisés y la religión monoteísta Freud encuentra la respuesta a su pregunta: afirma que la etiología de la neurosis es el trauma, “vivencias en el cuerpo propio o percepciones sensoriales, las más de las veces de lo visto y oído, vale decir vivencias o impresiones”. [10] Específica que estos traumas acaecen en la temprana infancia; pertenecen al período de amnesia infantil, pudiendo aparecer algún resto en recuerdos encubridores. Se refieren a impresiones de naturaleza sexual. [11] Hay un exceso de excitación que no se puede reabsorber.
Si en Moisés… la etiología de las neurosis es el trauma, en Esquema del Psicoanálisis “A ningún individuo humano le son ahorradas tales vivencias traumáticas, ninguno se libra de las represiones por estas incitadas”. [12]
Para terminar con los textos freudianos, cito a Luis Tudanca en su trabajo Del trauma al troumatisme cuando se refiere a “La escisión del yo…” (1938): “El niño está en sus satisfacciones y de repente surge lo que Freud llama un peligro real, o sea, se encuentra con los genitales femeninos.”
“Podemos agregar que todo este proceso es anterior a la configuración edípica y sin Otro.” Fin de la cita.
Lacan y Freud
Lacan recurre al trauma en su última enseñanza [13] usando un neologismo con el que diferencia el mito de un acontecimiento constituyente para el ser que habla, así explica y encuentra un fundamento para resolver lo que Miller llama el problema de Lacan: cómo articular sentido y goce [15].El significante es causa de goce [14] y es con el neologismo parletre que articula ambos.
En el principio era el cuerpo impactado por lalengua; principio al que se arriba al final del análisis lacaniano que, a diferencia del freudiano -en que hay el lecho de roca-, el no hay relación sexual es ineludible.
Me pregunté cómo ese impacto de la lalengua, que es a lo que conduce el fin de análisis y ubica que en el principio era el trauma, era abordado en los testimonio de los AE.
Recordé el primer testimonio de Graciela Brodsky y fue, por lo menos, por dos razones:en esa ocasión, los testimonios de los A.E. que la precedieron hablaban de horror y muerte, mientras que G.B. habló de fiesta, de ser única hija nacida “como un regalo caído del cielo”, quedando en evidencia que no se trata del horror sino del impacto de lalengua. Habló, además, del olvido irreductible de una palabra, lo imposible de decir con el que finalizó su análisis.
Es en Aprescoup, su último testimonio, donde Graciela habla de trauma, señala que “es completamente singular”; “no pasa por el Otro”. “Lo imposible de decir, la palabra inexistente,-escribe-estuvo en mí desde el inicio y marcó mi encuentro traumático con el Otro y con lalengua.” “Fue un acontecimiento traumático que cobró valor por sus consecuencias reveladas en el análisis” [15].
Brevemente: para Freud el trauma es inevitable y es inasimilable. A diferencia de un significante de su época, la contundencia del trauma se le impone a Freud, aceptarlo tuvo como consecuencia el viraje de los años 20. En el inicio, el síntoma y las fantasías son defensa ante el trauma; en el Moisés… ya no habla de fantasías pero sí que el trauma, su fijación y repetición, está en el origen del síntoma.
También para Lacan el trauma está en el principio; recurre al trauma una vez que fue más allá del lenguaje: paso del Otro al Uno. Haiuno; el Otro vendrá después.
Es el encuentro con lalengua; el significante hinca la carne del viviente produciendo un agujero en el que Lacan dice reconocer la represión primaria, que no se anula nunca. [16].
Respecto de la represión primaria, dice: “Es un agujero, es algo que es el límite del análisis”. “Eso no puede ni decirse ni escribirse. Eso no cesa de no escribirse” [17] Se trata de un goce opaco, opacidad propia del agujero traumático, troumatisme, momento inaugural del Uno solo, en que el Otro no responde; situación de desvalimiento, de desamparo.
Eric Laurent dice que “el trauma de lalengua sobre el cuerpo no es un signideagoficante que se agarra, es más bien el hecho de que hubo siempre, de entrada, la falta del significante que se necesitaba” [18}
El tiempo presente del trauma:
Hay el trauma constituyente, fundamental o troumatisme que es siempre presente aunque no lo sepamos; pueden ocurrir traumas en la vida cotidiana que se hacen presentes de otra manera, “El trauma psíquico o el recuerdo de él -dice Freud- obra al modo de un cuerpo extraño que aún mucho tiempo después tiene una eficacia presente”.[19]
Suzanne Hommel, al testimoniar de una intervención de Lacan, comenta lo que conocemos: hablandode un sueño, agrega que se despierta todos los días a las 5 de la mañana, hora en que los nazis vienen (acentúo el presente) a llevarse a los judíos de sus casas. Lacan interviene rápidamente (“salta de su silla”) y en silencio, con una caricia “extremadamente gentil”, “gesto verdaderamente tierno; debo decir extraordinariamente tierno”.
40 años después, al relatarlo, Suzanne Hommel repite el gesto tierno en su mejilla, ese gesto que no puede terminar de calificar. Ella ha leído, producido, un equívoco Gestapo/gest a peau. El dolor no se ha borrado pero ahora viene enlazado a un goce de la caricia que es por lo que testimonia. [20]
Freud concluye que el trauma es una vivencia, es universal y funciona en relación a la producción de síntomas.
Lacan -al final de su enseñanza-dice: “Traumatismo no hay otro, el hombre nace malentendido”. Malentendido del lenguaje y malentendido de lo imposibilidad de escribir la relación sexual [21]. El para todos del trauma se hará singular en cada uno. Nos queda inventar con lo que hay.
NOTAS
La opacidad del analista-trauma*
Leonardo Gorostiza
Un excedente sexual
El trauma es, para el psicoanálisis, una dimensión estructural y constituyente de todohablante ser(parlêtre). Es decir, no hay parlêtre sin trauma, que presentará siempre dos facetas fundamentales.
La primera, aquella del encuentro traumático (troumatique, “traumagujero”)[1] con el agujero de la no relación sexual, es decir, con el único universal que vale para nuestra especie: el universal negativo que indica la ausencia de una regla prefijada de programación sexual.[2]
La segunda, la faceta hecha de un goce que –en tanto tal- resulta inadecuado a la homeostasis y que por lo tanto es inasimilable. No se trata aquí de una dimensión negativa sino, como Freud tempranamente -en su Carta 46 a Fliess- lo decía, de “un excedente sexual”.[3]
Es decir, no se trata aquí solo de un “no hay” (no hay relación sexual), sino también de un “hay goce” que, en términos freudianos, es intraducible.[4] Y decir que es intraducible es lo mismo que afirmar que no es transparente, que es opaco al sentido. Por lo tanto hay una disyunción estructural entre el sentido y el goce producto del encuentro traumático.
En este sentido, resulta esclarecedor que Freud sostuviera una causalidad en dos tiempos y situara en el primero de ellos al trauma, es decir, lo que dijimos llamaba “un excedente de sexualidad” o bien una “voluptuosidad sexual pre-sexual”. Excedente que, activado a posteriori, introduce la compulsión inherente al síntoma, S (x)[5], la que hace que éste no cese de repetirse.
Por su parte Lacan, también como Freud eminentemente causalista, mantuvo esta orientación freudiana hasta el final de su enseñanza.
Efectivamente, luego de un primer tiempo correspondiente a su Discurso de Roma (1953), durante el cual concibió la fijación correlativa a ese primer tiempo en términos de sentido, es decir, de interpretación y de historia, pasó rápidamente – en “La instancia de la letra…” (1957)- a situarla en relación al trauma, o más precisamente, al “significante enigmático del trauma sexual”. Un significante desprovisto de sentido que constituye en el parlêtre la marca del encuentro siempre traumático con la sexualidad. Como es sabido, en su Seminario 11 Lacan señala que el encuentro con lo real ha recibido en la historia del psicoanálisis el nombre de trauma, y esto porque dicho encuentro implica que hay siempre algo inasimilable.
De todo esto se desprende el valor crucial del trauma para una clínica y una práctica que se proponga acompañar al analizante en el “itinerario” del “ultrapase” (outrepasse)[6], es decir más allá o, mejor dicho, después de los efectos de sentido para permitirle elucidar tanto los velos que erigió como defensa ante lo real como sus modos singulares de gozar no reducidos sólo a los de la satisfacción pulsional.
De allí la insistencia de Lacan, más allá de sus referencias a la lingüística, de vincular al psicoanálisis, por vía de sus referencias a la física[7], a una relación con lo real. De este modo, Lacan, sigue a Freud quien con su referencia al traumatismo, evita la degradación del psicoanálisis a una simple hermenéutica y plantea una objeción al sentido que, en tanto tal, no puede sino situarse –como dijimos- en una relación de exterioridad con respecto al trauma.
Pero además, las dos facetas del trauma se anudan. No va una sin la otra, ya que ambas testimonian que no hay para el parlêtre buena relación con la sexualidad. Es lo que Lacan resumió con su fórmula “no hay relación sexual” -diferenciándose así de Freud, quien destacaba la dimensión diacrónica del traumatismo en dos tiempos- el axioma (por lo tanto sincrónico) de todos los traumatismos. Como Miller lo ha señalado, este axioma no nos permite saber cuándo, cómo, ni con quien se produjo o producirá el traumatismo. Pero nos asegura que de todas maneras habrá al menos uno.[8]
Y es en estas contingencias de ese al menos un encuentro traumático, donde se localiza aquello que hace a la diferencia absoluta del modo en que cada uno accedió y respondió a ese troumatisme propio de la especie, y el goce, también singular, que de dicho encuentro se habrá fijado en cada uno para siempre.
Pero, quiero destacar que se trata de un trauma del cual no hay recuerdo posible, ya que siendo no traducible se sitúa en una anterioridad lógica respecto de los recuerdos, pero del cual algunos “recuerdos encubridores (pantalla)” privilegiados podrán sí constituir el índice de aquel encuentro inmemorial con lalengua.
Queda claro así, que esta dimensión estructural del trauma incluye siempre la respuesta del sujeto (una decisión insondable) que es ya en sí una primera defensa, y se separa con nitidez de todo tipo de acontecimiento que en la vida social pueda suponerse, en general por su gran intensidad, traumático. Los múltiples y diversos testimonios de los AE, muchas veces dan cuenta de ello.
La presencia del analista y el analista-trauma
La tesis que sostiene Miller es que “el analista, con su presencia, encarna algo del goce”, más precisamente, “la parte no simbolizada del goce”.[9] Es decir que, si bien por un lado soporta una parte simbolizada, dicho de otro modo el analista “hace semblante de saber”, por otro lado testimonia, con su presencia de carne y hueso, de aquello no simbolizable del goce. Es esta parte del goce imposible de negativizar la que requiere la presencia del analista.
Ya en su Seminario 1, Lacan destacaba la cuestión de la presencia del analista vinculándola a lo que llamaba entonces el misterio de la presencia.[10]Así Lacan decía, siguiendo al primer Freud, que cuando el paciente se acercaba en sus asociaciones al “nódulo patógeno” (trauma) surgía la transferencia como resistencia al detenerse las asociaciones y al manifestarse en él un “fenómeno infinitamente más puro”: “Súbitamente –señala Lacan- me doy cuenta de su presencia”.[11] Una percepción de la presencia que Lacan señala no es algo tan fácil de definir ya que se trata de un sentimiento que tendemos incesantemente a borrar de la vida. “No sería fácil vivir si, en todo momento, tuviésemos el sentimiento de la presencia, con todo el misterio que ella entraña. Es un misterio que mantenemos a distancia…”[12] Es como si hablara aquí de un plus, de un goce excedente, que habría que mantener a distancia.
Podemos concluir, parafraseando lo que Lacan señaló para dar a entender qué podría ser el deseo del psicoanalista al hablar de la vacilación calculada de la neutralidad, de cómo el analista debe preservar para el otro la dimensión imaginaria de su no-dominio, de su necesaria imperfección, de su no saber[13], podemos concluir entonces que la presencia del analista-trauma puede ser concebida, como una presencia encarnada que sea capaz de preservar, a través de sus intervenciones, siempre, por algún sesgo, por algún borde, una cierta opacidad. Una opacidad que de algún modo haga presente lo intraducible del goce propio del síntoma del analizante, es decir, el goce opaco del trauma por excluir el sentido[14], y que no es sino lo que evoca el misterio de la unión de la palabra y el cuerpo, (…) como un hecho de experiencia que es del registro de lo real.[15]
¿Y cómo situar ese sesgo, ese borde? Tal vez concebirlo como aquello que delimita el hiato que hay entre el inconsciente transferencial, el que se manifiesta como dimensión ontológica, por lo tanto ficcional y como tal transparente al sentido, y el inconsciente real donde se aloja el goce opaco del síntoma[16], dimensión ésta ya no ontológica sino de lo real. Entre ambas dimensiones, que sólo están empalmadas por un hiato[17], una abertura, es donde tal vez pueda situarse la presencia de un analista capaz de circular entre dos escuchas: la del sentido y la de fuera del sentido.[18] Es decir una escucha que, poniéndose a distancia del sentido, pueda indicar el trauma, sin dejar el campo del lenguaje pero ajustándose a su parte material, es decir, a la letra que itera a distancia del ser.[19]
Así, tal vez la opacidad del analista-trauma podría ser genuinamente tributaria de la herejía lacaniana, es decir, la que apunta a alcanzar lo que el goce comporta de opacidad irreductible.[20]
NOTAS
* Retomo aquí algunas cuestiones ya planteadas en 2013 en una entrevista a la revista de la Sección Córdoba de la EOL, Mediodicho, y luego en 2015 en un texto publicado con el título “El trauma y lo inconmensurable” en la revista del Departamento de Psicoanálisis y Psiquiatría del ICdeBA, e-MARIPOSA.
Psicoanálisis – Trauma
Un esfuerzo más para seguir siendo traumáticos en el siglo XXI
GABRIELA CUOMO
“(...) ¿no sabemos también que el análisis mismo no será nunca más lo que fue? Tenemos de ello la experiencia todos los días y esto le deja todo el espacio necesario para la invención”. [1]
Algunas palabras preliminares y un lapsus
Recibí con sorpresa y alegría la invitación a participar de esta previa. A ese efecto-afecto inicial le siguió la inquietud acuciante por cómo responder a la convocatoria. Seguramente mi carácter de “recién llegada” a la Escuela, al menos en lo que refiere al umbral del ingreso como miembro, tiene mucho que ver en el asunto. Otro tanto puedo anotarle a las resonancias que el trabajo en el cartel de nuevos miembros, alrededor de algunos pasajes del curso El banquete de los analistas, viene dejando como saldo. La admisión a la Escuela suma una muesca más a la formación y al trabajo de horadar el horror y el amor al saber para dar lugar a cierto deseo y elaboración, con otros, para producir saber. Claro que eso supone el paso por lo que se expone, un pequeño tejido de ideas y preguntas; sobre el fondo de lo que queda expuesto, el desgarro en el saber, el rasgón[2], tal como nos recordaba la reciente Noche de Carteles en Córdoba[3]. Reparé ya avanzadas estas ideas en la imagen que acompaña la convocatoria de la Conversación, y recordé que de niña en la escuela a la que iba, todos los otoños se organizaba un evento solidario: cada familia tejía con restos de lana en desuso una o varias piezas que luego se cosían para armar mantas a entregar a otros, necesitados de abrigo. Uso esta pequeña metáfora como augurio de lo que quizás esta noche pueda producirse entre nosotros. Me doy cuenta igual que aún no dije cuál fue el primer impacto, inmediato, de esta invitación-trauma llegada desde el Consejo: lo primero sin duda fue el desgarro, ¿qué voy a decir?; luego llegó como asociación lo que muchas veces les digo a los alumnos en la universidad, cuando se trata de introducirlos al psicoanálisis con Freud. Les planteo que los conceptos se aprehenden y adquieren otro relieve cuando atraviesan la carne como experiencia. Pensado eso, un dicho popular muy conocido se hizo presente también, aunque bajo la forma de un lapsus: “la sangre con letra entra”. Advertí entonces que ya estaban ahí rondando varios elementos de los que nos servimos para bordear esa categoría clínico-epistémica del trauma y sus alcances: sorpresa, desgarro, agujero en el saber, tejido, restos, carne, letra, lazo con otros, elaboración. También constaté que había anudado en mis ocurrencias la dimensión doblemente traumática que el encuentro con el psicoanálisis puede tener: mientras en un sentido produce efectos de perforación en los saberes y semblantes de los que nos sostenemos, y con los que muchas veces padecemos; en el reverso de ese sentido vuelve vigente un cosquilleo, una animación[4] inédita en el cuerpo. Se introduce, podría decir, como un fluido que oxigena o como un soplo fresco que airea la vida.[5] Dado que mi primer atisbo de respuesta al qué decir me llevó a mi apuesta de transmisión en la universidad, y habiendo leído el riguroso y amplio argumento elaborado por el cartel responsable de la Conversación; decido empezar a tejer con los hilos del binomio que recorto al inicio y al cierre de dicho argumento.
Intensión – Extensión
Se nos propone en el argumento abordar el trauma considerando ese anudamiento entre Intensión y Extensión que Lacan desarrolla al final de la Proposición[6] de 1967. Encuentro allí una preocupación expresada también en el Acta de fundación[7]y antes, en Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956.[8] Una preocupación y un interés en que la formación del analista tenga en su horizonte el esfuerzo sostenido por cada uno y por la comunidad que conformamos, para que el psicoanálisis no se reduzca a una experiencia inefable.9Y para que los efectos de despertar[10](consonantes con el trauma) que nuestro discurso y nuestra práctica conllevan puedan extenderse, a partir de la intensión, sin degradarse. Las preguntas que se imponen: ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo lograremos seguir en esa vía?
En este suelo que pisamos, en ciertas circunstancias de vida, el acceso a la universidad pública da, en parte, sustento a eso que llamamos “movilidad social”. Quizás convenga agregar allí una “movilidad libidinal” necesaria para que aquella otra sea posible. A veces, eso llega a partir del encuentro en la universidad con alguien que, en el lugar de quien enseña, ofrece su enunciación, y no un saber muerto, para despertar algunas preguntas y ventilar un poco frente a la asfixia universitaria, y la propia de la neurosis. Así lo fue en mi experiencia, en el encuentro con la obra de Freud y luego con la enseñanza de Lacan en las aulas de la facultad. Hubo encuentro y despertar, porque me crucé con algunos otros, analizantes decididos, cuya enunciación encarnada se volvió para mi la mosca que no deja dormir. Luego vendría ese otro, que no es cualquiera, al que uno le habla cuando se analiza.
Si nuestra formación como analistas puede situarse, en un punto, sujeta a la dimensión de la contingencia, es en eso que también se anuda al trauma. Y se trata de extraer allí las consecuencias de ese nudo.
Mi práctica se inició, inesperadamente, en el campo de la Salud Pública, en un hospital del conurbano bonaerense. Allí también me crucé con otros tantos practicantes comprometidos con ese anudamiento intensión-extensión. Fueron muchos los que hicieron presente en ese complejo ámbito de la Salud Mental, la ética analítica como brújula de una práctica. Entre ellos, destaco hoy especialmente a Beatriz Udenio, quien abonó con su transmisión, el uso y la función del psicoanálisis en esa conversación con otros, que llamamos interdisciplina. Le dio vida, en la materialidad de nuestra tarea allí, a ese múltiple interés del psicoanálisis[11]del que hablaba Freud y a esa expectativa de Lacan respecto a la renovación que de la experiencia analítica pueden extraer otras ciencias y disciplinas. Para eso, como dice E. Laurent[12], se necesita del analista, de los analistas uno por uno, como partícipes con su decir silencioso, lindante con el trauma, en el movimiento y los problemas de la época que habitan. Se trata de la producción del objeto analista en intensión, y de los usos posibles[13] de ese objeto en la extensión. Sostener aún el filo cortante de la verdad freudiana y de la praxis que él instituyó, en éste, nuestro tiempo, requiere ese trabajo de Escuela tal como Lacan la forjó. Un refugio, una base de operaciones frente al malestar en la cultura. No una reserva que nos mantenga a distancia de aquello que nos concierne: el real de la no relación, el goce y el síntoma que allí se inscriben; y sus tratamientos en la época, en los discursos, en esa combinación ciencia – capitalismo que domina la escena del mundo. Una base de operaciones se define sólo por la relación que arma con la campaña de acciones que despliega en un tiempo y espacio. La universidad, la Salud Mental, los feminismos, la educación, los diversos dispositivos aplicados a la terapéutica en lo público y lo privado; son el terreno donde nuestra acción lacaniana hace existir el psicoanálisis; junto a la soledad del acto, en el uno por uno de cada cura. Ambos terrenos, cada uno con sus propias rugosidades, imprescindibles para responder a la preocupación de Lacan sobre la duración y permanencia del psicoanálisis en el mundo.
Se espera de la formación del analista que, habiendo aislado su imposible de soportar, el que hace las veces de trauma, y estando advertido de lo inclasificable del traumatismo (más allá de los nombres sociales que pueblan esa categoría); esté dispuesto a acompañar a otros en esa travesía. Y a recordar, a contrapelo de la globalización de la experiencia traumática, la dignidad y singularidad de la respuesta de cada sujeto a lo real del trauma.[14] Frente a un acontecimiento global como el que transitamos, y para no quedar engullidos por lo “espectacular” del instante; nos compete verificar, como afirma F. Ansermet, cuál es la pandemia de cada uno y cómo ha respondido a ella.[15]
Entre rutina e invención: ¿terapiar[16] el trauma o sintraumatizarlo[17]?
En su discurso como Presidente entrante, en el ya lejano noviembre de 2019, Daniel Millas[18] nos convocaba desde la paradoja que funda la Escuela (una formación colectiva que no anula la soledad de cada uno), a hacer lugar y admitir los acontecimientos imprevistos, impasses y síntomas que nos compelen a un trabajo de interpretación y elaboración. No era necesario tanto como una pandemia! Pero bueno, aquí estamos, aún en medio de ese acontecimiento fuera de todo cálculo, que resquebraja y trastoca todas nuestras cómodas rutinas, tomando la ironía de Lacan al final de la Proposición: las personales, íntimas, las de la vida en común de lo social; y también las de nuestra práctica, que aún sin estándar y lejos de cualquier afán de ritual o ceremonia, se ha visto empujada a servirse exclusivamente, en numerosos puntos del mapa, de los medios virtuales para su prosecución. Y por eso, ha despertado, como lo hace todo trauma, la necesidad de tejer respuestas o al menos intentarlo. Ya que, como decía Daniel al final de sus palabras, en tanto hay agujero no hay más remedio que la confianza, la que arma la posibilidad de un futuro para lo que hacemos. Ese nutrido tejido de preguntas e intentos de respuesta se despliega a lo largo de los boletines que bajo el significante Discontinuidad fue puesto a rodar en nuestra comunidad. Leerlos, ha sido para mí, la oportunidad de ordenar un programa de investigación alrededor de ciertas categorías que hacen a la operación analítica: deseo del analista, decir interpretativo, presencia del analista. Y por ahora, sostener la pregunta respecto a cómo se anudan esos 3. Me orientan también, en ese programa, otras preguntas que nos dejó recientemente M. Bassols en un encuentro clínico compartido[19]: se trata de verificar cada vez qué uso hacemos de los dispositivos tecnológicos, cómo nos servimos de ellos, y si conseguimos o no tocar el cuerpo con nuestra intervención; se renueva así la preocupación de Lacan, al final de su enseñanza, respecto de cómo logramos, contando sólo con la palabra como pantalla o carnada, incidir sobre el goce. ¿Cómo lo hacemos, disponiendo de la transferencia y de esa otra pantalla que constituye nuestra persona ahí? ¿Y cómo localizamos conceptualmente eso que pasa cuando, siempre por la vía de una contingencia, algo perfora ambas pantallas e introduce una novedad que aligera a quien habla del trajín con su síntoma?
Si la categoría de trauma interroga al psicoanálisis en intensión y extensión, encuentro que la respuesta no llega de la mano de la dicotomía puro-aplicado, como nos recuerda Miller en El lugar y el lazo[20], sino de la necesaria distinción a sostener con el campo de las psicoterapias, ya que no somos los únicos que ofertamos la palabra para tratar el trauma. Y siguiendo los rastros que Lacan deja en Televisión[21], esa distinción radica en dar muestras cada vez de que nuestra operación está animada por el coraje de conducir a alguien fuera de los sentidos en que naufraga hacia lo peor; o por lo menos no terapiar-tapiar el trauma con más sentido.
El trabajo intenso que sostenemos con muchos y queridos colegas en la universidad, junto a O. Delgado, para la enseñanza de Freud; me brinda algunos apoyos para abordar esa dimensión del trauma como agujero que Lacan sella con el troumatisme[22]. Desde la Carta 101, en la Correspondencia con Fliess, hasta su última elaboración a la altura de Moisés y la religión monoteísta, el trauma tiene el valor de una experiencia que impactando en el cuerpo, por fuera de todo sentido, funda un desarreglo estructural para el sujeto en el campo de la satisfacción, siempre sexual. Sabemos que Freud hizo de ese desarreglo la razón de lo irreductible del malestar, y por ello, para soportar la vida, necesitamos construcciones auxiliares[23]. Si se consiente algún forzamiento de esas ideas freudianas, diré que en cada uno el síntoma es una construcción auxiliar; y que uno se analiza cuando esa construcción fracasa mal. Si hay analista allí, quizás se logra hacerla fracasar mejor.
Le agradezco a Marita Manzotti, que hace un tiempo me empujó a las palabras de Lacan en esa intervención a la exposición de Albert, en 1975, sobre El placer y la regla fundamental. Con esta última referencia me detengo en mi tejido: si se trata de situar entre intensión-extensión lo propio del psicoanálisis, ya dije que no es tapiar el agujero, más bien como dice Lacan lo nuestro consiste en incitar a alguien a pasar por el buen agujero de lo que le es ofrecido como singular.[24]
Finalmente, y para hacer silencio, comparto con ustedes un breve pasaje poético: “Si la herida es agujero por donde entra la luz, como dice el poeta; tengamos el cuidado de no coser al tiro, muy a tientas y a locas, los pliegues desgarrados por el mundo perdido (o que nunca tuvimos) Cuidemos ese hiato, e inventemos un mundo (por qué no, un psicoanálisis), que esté mejor zurcido.”
NOTAS
Agradecemos la imagen a la artista Alicia Leloutre