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El Debate de la Escuela Una N° 7
 

Memorias de un pasador
Enric Berenguer

Me sorprende que sorprenda que la Escuela invite a hablar en primera persona de la experiencia que cada uno ha hecho del inconsciente y de su relación con el dispositivo del pase. De hecho, esta llamada al testimonio no debería resultar chocante, si tenemos en cuenta que no hay enseñanza, ni transmisión, que merezcan ese nombre si no se hacen hablando en nombre de la experiencia analítica de cada uno. Cierto que parece más fácil ampararse bajo otros nombres, ya sea el de Lacan o el de Miller, pero, al fin y al cabo, lo sepamos o no, estamos siempre testimoniando cada vez que hablamos. Aunque sea testimoniar de la incapacidad, o la negativa, a hablar en nombre propio. Eso también se constata y marca un estilo, por ejemplo de denegación.

El compromiso de cada uno de nosotros, contraído el día, a veces lejano, en que manifestamos nuestro deseo de pertenecer a la Escuela, heredera de la de Jacques Lacan, era entre otros el de sostener –frente a otros discursos que pueblan el mundo– que consideramos que el análisis mismo es lo esencial en la formación de los psicoanalistas. ¿Qué impediría hablar de ello?

El testimonio, hasta hace poco, asociado a un pase idealizado, quedaba como algo lejano. En esta revisión del lugar del pase, el testimonio se acerca y está al alcance de cada cual, como la aportación que cada uno puede hacer al avance del psicoanálisis.

Por otra parte, una inhibición con respecto al pase y el testimonio (mayor en unos ámbitos de la AMP, alcanzando la dimensión de un verdadero síntoma) sólo en parte puede explicarse por la idealización del pase. Otra parte de la cuestión concierne a si de verdad se confía en los análisis que se llevan a cabo, a si de verdad se ha apostado por ellos lo suficiente como para que se pueda transmitir algo sobre sus resultados. En el dispositivo, ciertamente, pero también en otros dispositivos, como los que ahora inventa la Escuela, al llamar por ejemplo a testimoniar de la experiencia de cada uno en jornadas o congresos.

El pase no debería ser tan lejano, porque los análisis no deberían serlo. A veces hay una comodidad en la lejanía, que fácilmente se disfraza de impotencia y que produce una versión específica del análisis infinito. Pero el pase siempre está más cerca del análisis de lo que parece. Y esto se entiende mejor si no se considera el pase únicamente desde la perspectiva de la nominación del AE. La mayor parte de pedidos de pase no han conducido a una nominación, pero ello no impide que hayan sido, para todos aquellos que han intervenido en el dispositivo, una enseñanza sin igual.

Lo dice alguien que fue pasador –tuvo esa fortuna– y que recuerda muy bien cómo aquella experiencia transformó su relación con el psicoanálisis, su forma de desempeñar su función como analista. Pero que recuerda igualmente cómo cada una de las personas que solicitaron el pase obtuvo un beneficio claro de la experiencia del testimonio ante los pasadores, así como de la respuesta del cartel. En efecto, una no nominación puede ser también una enseñanza que relance el deseo de análisis en una buena dirección, o que impida que tal deseo se agote en una dirección sin salida.

Pero me centraré algo más en mis recuerdos de pasador. En primer, lugar, el entusiasmo, el sentimiento de haber sido elegido para acoger lo más íntimo de la Escuela y lo más íntimo de la aventura de un sujeto: sus deseos, sus apuestas, el modo en que para él se plantea la cuestión fundamental de cómo autorizarse en su experiencia analítica para ocupar de la mejor manera el lugar. Luego la lógica preocupación por estar a la altura, como depositario, de tan precioso depósito. El reto que constituye encontrar la mejor manera de transmitirlo llegado el momento. La emoción también de transmitir ese mensaje precioso a los colegas del cartel, que son capaces de escucharlo con el mayor respeto, con una atención infinita al detalle, apuntando siempre, más allá de lo universal, incluso de lo particular, a la verdadera singularidad de un sujeto, sus soluciones, sus invenciones.

Puedo decir, pues, como un recuerdo concreto de la influencia del mecanismo del pase en mi formación como analista, que puedo situar el día –una fría mañana, en París, tras una carrera extenuante por los pasillos del Charles de Gaulle para no llegar tarde– en que conocí de verdad, por primera vez, no de una forma teórica sino eminentemente práctica, ese borde en el que algo de la singularidad empieza a trazarse a partir del modo particular en que un sujeto trasciende las posibilidades, siempre limitadas, de aquello que podemos situar como modalidades del síntoma. In statu nascendi... un poco más allá de lo que el propio pasante podía situar. Pero no me cabe duda de que algo del dispositivo le ayudaría a él a recuperar su brújula.