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El Debate de la Escuela Una N° 6
 

Política de las admisiones y de la Escuela Una: una modalidad de la pragmática analítica
Jesús Santiago

Constato que la reciente discusión, presentada en los Jounaux des Journées, sobre la apertura del Congreso de la AMP a los no Miembros, ha producido un abanico de interrogantes sobre la práctica de la admisión de las Escuelas de la AMP. Mismo si se sabe que una cosa es abrir las puertas del Congreso, y que otra cosa es abrir las de la Escuela, el problema aparece de una manera que toca directamente lo que constituye una de las caras inherentes de esta práctica. Cuando se examina más a fondo esta práctica, uno se da cuenta que contiene varias implicancias en la vida de una Escuela. Más allá del problema de la apertura o del cierre, se señala la cuestión de la inclusión de nuevas generaciones que se traduce por un presunto “maltusianismo inveterado” de las Escuelas. E igualmente se pone en cuestión el exceso de interferencias de las exigencias de la sociedad y del Estado sobre nuestras políticas de reclutamiento, de tal suerte que, según esta opinión, se está en riesgo de abandonar el principio del “psicoanálisis profano”.[1] Todo esto ha motivado que Jacques-Alain Miller haya tomado la palabra para formalizar lo que son las admisiones en el seno de las Escuelas de Lacan.[2]

Postulo, asimismo que la política y los procedimientos de las admisiones, adoptados por la AMP desde que existe, coinciden y, en cierta forma, anticipan los diversos propósitos de esta formalización. En fin, la práctica de las admisiones es ejemplar de lo es lo esencial de la pragmática [3] en el psicoanálisis, en el sentido de que la práctica anticipa casi siempre al concepto.

Contra-experiencia de la tendencia patrimonial
En primer lugar la demostración de que nuestra orientación se deduce bajo la forma de una contra-experiencia de lo que pasó, sobre este punto particular, con la Escuela Freudiana de Paris, me parece bastante instructivo. Es Miller el que nos transmite este dato histórico, a saber, en menos de dieciséis años, después de su fundación, la totalidad de miembros de esta institución alcanza los seiscientos, es decir, casi el doble de miembros que la Escuela de la Causa Freudiana posee desde hace treinta años. Esta política de admisiones que no ha cambiado a todo lo largo de su existencia, es según él, uno de los factores que explica su desaparición en la medida que este crecimiento desmesurado estaba alimentado por la perspectiva patrimonial que gravita en torno de algunas figuras eminentes de esta institución. [4] Por tanto la Escuela tendía a transformarse en un “sindicato de co-propietarios”, [5] visto que comportaba una visión  patrimonial de la transferencia y, en consecuencia,  un cierre total a la lógica de la formación del analista.

Por este enfoque patrimonial, quiero pues calificar la tendencia de una institución que menosprecia el límite entre los intereses públicos y privados, dado que, en el caso de la Escuela, esto ha ocasionado la supresión de su modalidad transferencial preferencial, a saber, la transferencia de trabajo.

Una clínica de las admisiones
En efecto, el postulado propuesto por J.-A. Miller, según el cual el reclutamiento de nuevos miembros por la Escuela deber ser concebido como una práctica del psicoanálisis aplicado es crucial, mismo si está orientada por el hecho de que la categoría de Miembro reenvía al psicoanálisis puro. Él afirma que el problema de las admisiones “es el psicoanálisis aplicado a la constitución y al gobierno de una comunidad profesional, y a las relaciones de esta comunidad con los poderes establecidos en la sociedad, y con el aparato del Estado”. [6]

Esto significa que el primer objetivo de esta práctica no se dirige al registro de la intención, sino al de la extensión, es decir, él se refiere a la Escuela en tanto que una institución vista bajo la óptica del conjunto de sus miembro.

Considerar nuestra política de admisiones por el sesgo de la apertura o del cierre es enmascarar su dimensión de aplicación clínica en la medida en que esta está configurada como uno de los instrumentos para tratar las diversas interferencias de la coyuntura histórico-social sobre el sujeto-Escuela. ¿Quién puede desconocer la ofensiva global contra el psicoanálisis expresada por la ideología cientificista del “todo” cuantificable y de las terapias cognitivo-comportamentales? ¿O, más aún, las iniciativas de las leyes provenientes del Estado contemporáneo que prevén la adaptación de la práctica del psicoanálisis a los dispositivos de reglamentaciones de las profesiones que, en nuestro caso, se confunden con los modelos psicoterapéuticos adaptativos?

Frente a estas exigencias provenientes del Otro social, nuestra política no puede ser algo inmutable y estático. Por el contrario, debe expresarse por las diversas variaciones temporales que sean necesarias para mantener despierta nuestra decisión de promover y de preservar el valor “agalmático” del Miembro de la Escuela.

Estas variaciones en la política de reclutamiento no se producen sin alguna mesura y prudencia dado que la admisión de nuevos miembros se efectúa según el número de gente compatible con la composición y el estilo de trabajo de una comunidad establecida, sobre todo cuando la misma está dotada de iniciativa y dinamismo propios. Por otra parte, como lo afirma Éric Laurent, este reclutamiento se hace acorde con la voluntad de la Escuela de imprimir, en cada país, una política para el psicoanálisis. [7] Esto comporta, en primer lugar, una orientación de interés público que, en lo esencial, se dirige a la formación del analista de la cual la principal referencia es el pase.

En mi opinión, la orientación para las admisiones busca preservar, en nuestros diversos dispositivos de reclutamiento, como es el caso de las entrevistas que realizan los Consejos de las Escuelas, una verificación que, evidentemente, toma en cuenta el campo de la enunciación del candidato, en lo que concierne a los índices de su relación con la causa analítica puesta en evidencia por su recorrido durante su formación analítica. Por ende, estos dispositivos deben contener, en su seno, la exigencia ética de que los fines y los medios del psicoanálisis no se confundan con los instrumentos y los métodos de las psicoterapias usuales.

Es según este punto de vista más general que concibo los diversos aspectos que comprenden la práctica de admisiones en lo que concierne a la cuestión de las nuevas generaciones. No veo la inclusión de las mismas como una cuestión de apertura de nuestras puertas a los jóvenes. Si esto es necesario, no considero, sin embargo, que esta sea la única y la mejor manera de atraer la atención de los jóvenes sobre la Escuela. En mi opinión, es absolutamente falso suponer que la presencia de un supuesto “maltusianismo inveterado” en nuestra práctica de admisión sea el reflejo de una simple mala voluntad con las nuevas generaciones.

Para alcanzar tal objetivo, lo esencial es hacer a las Escuelas de la AMP permeables a su época y, sobre todo, capaces de repercutir, en sus prácticas de transmisión y de difusión, el porvenir mismo del psicoanálisis. En este sentido, nuestras instituciones analíticas han dado pruebas efectivas de esta apertura cuando tomaron la decisión de asumir el riesgo de lanzarse en nuevas iniciativas de prácticas y de métodos de intervención. Es el caso del combate a la ideología de la cuantificación, a las tentativas de masificación de las TCC, a la reglamentación por el Estado de la práctica del psicoanálisis. Se podrían multiplicar estos ejemplos. Por otra parte, está este acontecimiento inédito entre nosotros, que es la éticadela enunciación analizante, acontecimiento que reforzará todavía más el aspecto clínico de nuestra concepción de las admisiones. Me parece evidente que los Consejos de las Escuelas sabrán encontrar las formas de inclusión de esta dimensión en su manera de asir la relación del sujeto a la lógica del discurso analítico.

Profundizar la relación con la Escuela Una
La afirmación de Éric Laurent, en su “Informe moral presentado ante la Asamblea General de la AMP el 24 de enero de 2009” según el cual “no hay mejor percepción del momento de una Escuela que la manera con la cual la misma presenta sus admisiones para la homologación[8]quiere decir que, si la vitalidad de una Escuela se expresa en ese momento, es porque hay algo en esta práctica que va más allá de los límites del psicoanálisis aplicado. Propongo, asimismo, que la práctica de las admisiones no devenga el signo de esta vitalidad más que en el momento en que la misma contiene en su seno el espíritu de la Escuela Una. Cuando el Consejo de una Escuela acoge la demanda de un candidato, pone a prueba su relación con la Escuela Una, en la medida en que esta es la encarnación de su relación con el psicoanálisis en tanto tal.

Por esta razón, puedo decir que el espíritu de la Escuela Una estaba ya presente al momento de la fundación de la AMP en lo que concierne a la cuestión de las admisiones. En mi opinión, es lo que explica que sus Estatutos optaron, desde su fundación, por el principio según el cual un candidato admitido por una Escuela, deviene solamente Miembro de esta Escuela cuando recibe la homologación de la AMP. Cuando la AMP homologa un candidato admitido, es la Escuela Una la que está ahí, dado que solo ella puede orientar el valor intencional que la categoría de Miembro porta en sí, valor que indica la insuficiencia de la distinción entre psicoanálisis puro y aplicado en lo que concierne a la práctica de las admisiones. Que la práctica de las admisiones sea una de las fuerzas materiales de la Escuela Una, en el sentido de que es ella la que nos orienta en cuanto a la determinación del candidato por relación al discurso analítico, no quiere decir que seamos indiferentes a las exigencias de los semblantes de la civilización.

Tomando en cuenta el aspecto decisivo del recorrido de formación del candidato, no se menosprecia en lo absoluto los componentes que constituyen su bagaje de títulos y de trabajos. Añado que, en tanto que una modalidad de la pragmática analítica, la política lacaniana de las admisiones no toma su fuente en la tradición utilitarista. Por el contrario, es tributaria de la perspectiva lacaniana de la relación entre el orden de lo real y del semblante. Para dar cuerpo a esta perspectiva, J.-A. Miller señalaba la inspiración hegeliana presente en el interior de esta práctica, en la medida en que en donde no hay lugar en ella para las conciencias sumisas a la ley del corazón, que perciben lo real en juego en la transmisión del discurso analítico como desprovisto del valor concreto de los semblantes necesarios en el trabajo de la civilización. En suma, esta conjunción entre los elementos subversivos inherentes a la política de formación del analista, en la que no se hace ninguna concesión, y el elemento concreto del efecto de sus semblantes sobre la civilización, confiere a la práctica de las admisiones, en el seno de las Escuelas, su propia singularidad.

 
Traducción: Viviana Fruchtnicht.
Notas
1- Depelsenaire, Y. “Lettre du premier janvier ”. In : Journal des Journées, le mercredi 6 janvier 2010, nº 78.
2- Miller, J._A. “Commentaires sur quelques questions abordées dans la lettre précédente ”. In : Journal des Journées, le mercredi 6 janvier 2010, nº 78.
3- Ibid. Miller señala que, durante la era gloriosa de la EFP los lacanians eran menos numerosos que la suma de los alumnos de Françoise Dolto y Jean Oury (psicoterapia institucional). Este crecimiento, nutrido por los lazos que cada uno de estos personajes estimulaba entre sus protegidos ha sido una de las causas de la desaparición de esta Escuela.
4- Miller, J.-A.. “Flory Kruger-J.-A. Miller – Extrait d’une correspondance”. In : Journal des Journées, le mardi decembre 2009, nº 68.
5- Miller, J._A. “Commentaires sur quelques questions abordées dans la lettre précédente ”. Ibid.
6- Laurent, E. Rapport moral devant la VIème Assemblée Générale de l’AMP(2008) In : Journal des Journées, le jeudi 24 décembre 2009, nº 77.
7- Miller,J.-A. Commentaires sur quelques questions abordées dans la lettre précédente. In : Journal des Journées, le mercredi 6 janvier 2010, nº 78.
8- Ibid. 6.