Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI | ||||
Jacques Lacan | ||||
Cuando el esp de un laps, o sea, dado que sólo escribo en francés [es también válido para el castellano]: el espacio de un lapsus, ya no tiene ningún alcance de sentido (o interpretación), tan sólo entonces puede uno estar seguro de que está en el inconsciente. Uno lo sabe, uno mismo [soi]. Pero basta con que se le preste atención para que uno salga de él. No hay allí amistad alguna que ese inconsciente soporte. Quedaría que diga una verdad. No es el caso: la malogro. No hay verdad que, al pasar por la atención, no mienta. Lo cual no impide que se corra tras ella. Existe cierto modo de equilibrar estembrollo que es satisfactorio por razones diferentes a las formales (la simetría por ejemplo). Como satisfacción, sólo se alcanza en el uso, en el uso de un particular. Aquel que se llama en el caso de un psicoanálisis (psic=, o sea ficción de-) analizante. Cuestión de puro hecho: hay analizantes en nuestras comarcas. Hecho de realidad humana, de lo que el hombre llama realidad. Observemos que el psicoanálisis, desde que ex-siste, cambió. Inventado por un solitario, teórico indiscutible del inconsciente (que no es lo que se cree, digo: el inconsciente, o sea lo real, sólo si se me cree al respecto), se practica ahora en pareja. Seamos exactos, el solitario dió su ejemplo. No sin abuso para sus discípulos (pues sólo eran discípulos debido al hecho de que él no sabía lo que hacía). Lo cual traduce la idea que tenía de él: peste, pero anodina allí donde creía llevarla, el público se las arregló con ella. Ahora, o sea tardíamente, lo sazono yo con mi grano de sal: hecho de hystoria, que equivale a decir de hysteria: la de mis colegas en esta ocasión, caso ínfimo, pero en el que me encontré preso por azar, por haberme interesado en alguien que me hizo deslizar hasta ellos por haberme impuesto a Freud, la Aimée de mi tesis, de matesis [1]. Hubiera preferido olvidar eso: pero uno no olvida lo que el público le recuerda. En la cura, por ende, hay que contar al analista. Imagino que no contaría, socialmente, si Freud no hubiera estado para desbrozarle el camino, Freud digo, para nombrarlo a él. Pues nadie puede nombrar analista a alguien y Freud no nombró a ninguno. Dar anillos a iniciados no es nombrar. A ello se debe mi proposición de que el analista no se hystoriza más que por sí mismo: hecho patente. Y aun cuando se haga confirmar por una jerarquía. ¿Qué jerarquía podría confirmarlo como analista, darle ese sello? Eso me dijo un Cht, que yo lo era, de nacimiento. Repudio ese certificado: no soy un poeta, sino un poema. Y que se escribe, pese a que tiene aires de ser sujeto. La pregunta sigue siendo la de qué puede impulsar a cualquiera, sobre todo después de un análisis, a hystorizarse por sí mismo. No puede ser su propio movimiento, porque acerca del analista, sabe mucho, ahora que ha liquidado, como se dice, su transferencia-por. ¿Cómo puede ocurrírsele la idea de asumir el relevo de esa función? En otras palabras, ¿hay casos en los que otra razón los impulsa a instalarse, es decir, a recibir lo que comúnmente llaman "pesos", para responder a las necesidades de quienes están a vuestro cargo, entre los que están en primer término ustedes mismos, de acuerdo con la moral judía (a la que Freud se atenía en este asunto)? Hay que reconocer que la pregunta (la pregunta acerca de otra razón) es exigible para sostener el estatus de una profesión. recién llegada a la hystoria. Hystoria que no consideramos eterna porque su aetas sólo es serio al remitirse al número real, es decir, a lo serial del límite. ¿Por qué, entonces, no someter dicha profesión a la prueba de esa verdad con la que sueña la función llamada inconsciente, con la cual trafica? El espejismo de la verdad. del cual sólo puede esperarse la mentira (lo que cortésmente se denomina la resistencia) no tiene otro término más que la satisfacción que marca el final del análisis. Siendo la urgencia de dar esta satisfacción lo que preside el análisis, interroguemos cómo alguien puede consagrarse a satisfacer esos casos de urgencia. Es éste un aspecto singular del amor al prójimo colocado como epígrafe por la tradición judaica. Incluso al interpretarlo cristianamente, es decir, joda helénica. lo que se presenta al analista es algo diferente al prójimo: es todo lo que llega de una demanda que nada tiene que ver con el encuentro (de una persona de Samaria. capaz de dictar el deber crístico). La oferta antecede al requerimiento de una urgencia que no se está seguro de satisfacer. salvo al haberla sopesado. Por eso designé mediante el pase esa puesta a prueba de la hystorización del análisis, absteniéndome de imponer a todos dicho pase. porque en esta ocasión no existe el todos, sino dispersos mezclados. Lo dejé a disposición de quienes se arriesguen a dar fe del mejor modo posible de la mentirosa verdad. Lo realicé por haber producido la única idea concebible del objeto, la de la causa del deseo, o sea, de lo que falta. La falta de la falta constituye lo real, que sólo surge allí, como tapón. Ese tapón que sostiene el término de lo imposible, cuya antinomia con toda verosimilitud nos muestra lo poco que sabemos en materia de real. No hablaré de Joyce, al que me dedico este año, salvo para decir que es la consecuencia más simple de un repudio harto mental de un psicoanálisis. que resulta haber ilustrado con su obra. Pero apenas lo he rozado, dado mi embarazo en lo que respecta al arte, en el que Freud se sumergía no sin tropiezos. Señalo que. como siempre, mientras escribía esto los casos de urgencia me estorbaban. Escribo, sin embargo. en la medida en que creo debo hacerla, para estar a la altura de esos casos, para formar con ellos un par. [2] París. 17 .V. 76 |
||||
Notas | ||||
|