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Relativos a la AMP - IV Congreso AMP: La práctica lacaniana | ||||||||||||
Papersdel Comité de Acción de la Escuel@ Un@ | Nº 8 - Noviembre de 2003 | ||||||||||||
Dirección: papers@elistas.net Moderación: Oscar Ventura Co-moderación: Marta Davidovich |
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El principio de lo ininterpretable Algunas consideraciones sobre el poder de la palabra y los límites del sentido en la experiencia psicoanalítica |
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Leonardo Gorostiza Introducción Asimismo, es una premisa que Jacques Lacan mantiene a lo largo de toda su enseñanza. Prueba de ello es que si en su inicio afirma que "el psicoanálisis no tiene sino un médium: la palabra del paciente" [1], hacia el final continuará sosteniendo que "el análisis llega a deshacer por la palabra lo que está hecho por la palabra". [2] Pero junto a esta afirmación, una preocupación constante recorre cada una de sus elaboraciones: ¿cómo operar psicoanalíticamente si, por su estructura, la palabra induce – automáticamente - la hipnosis y la sugestión? De allí su caracterización del método analítico como aquél cuya originalidad surge "de los medios de que se priva". [3] Esta preocupación, que hago mía y que seguramente será compartida por quienes no dejan de interrogarse día a día sobre cuáles son los resortes que hacen que su práctica sea efectivamente psicoanalítica, es lo que intentaré desarrollar en lo que sigue. Para ello, y a modo de eje de este desarrollo, me propongo reconstruir algunos momentos destacados de la reconsideración que, de manera renovada una y otra vez, Jacques Lacan planteó acerca de los poderes de la palabra y de sus límites. Podemos anticipar que en ello, la progresiva promoción del estatuto de lo real, acompañada de una cierta depreciación de los efectos de sentido como índice de la eficacia analítica, es algo que no dejará de tener consecuencias precisas en la dirección de la cura. A modo de anticipo digamos que de la "liberación de un sentido aprisionado" Lacan pasó a caracterizar la eficacia terapéutica del psicoanálisis como consecuencia de "la abolición del sentido", y esto en la medida en que lo real mismo se sitúa fuera de sentido. Se trata, efectivamente, de una torsión que obliga entonces a resituar los resortes de nuestra eficacia. Y es precisamente en este punto, que otra afirmación – seguramente compartida por la mayoría de quienes se refieran a los fundamentos freudianos de la experiencia – puede servirnos de orientación. La afirmación de que hay algo en el inconsciente que jamás será interpretado: lo que Freud llamó lo Urverdrängt, lo reprimido primordial. Al mismo tiempo, quiero subrayar que esta reconstrucción que propongo no se limita a realizar sólo un relevamiento de lo dicho por Lacan. Más bien apunta, en primer lugar, a indagar sobre los fundamentos de una práctica psicoanalítica que si bien objeta el uso del standard como patrón para definir la experiencia analítica, no por ello carece de principios. Considero además, que dicha indagación se vuelve urgente en la medida en que en la actualidad el psicoanálisis debe hacer frente a las múltiples ofertas de las "terapias charlatanas" que inundan el mercado. Así, caracterizar con mayor precisión los principios de nuestra acción es lo que pienso permitirá deslindar con mayor claridad los fundamentos de los efectos terapéuticos específicamente psicoanalíticos, de aquellos otros, atribuidos a las llamadas prácticas psicoterapéuticas. No descuidar esta problemática, que seguramente podrá ser retomada durante la discusión, es un modo de concebir el psicoanálisis: no como un saber de museo sino como una práctica que debe reformular constantemente sus fundamentos para ser congruente con lo que en la orientación lacaniana llamamos una exigencia de contemporaneidad [4]. La resonancia semántica Para decirlo rápidamente: hay siempre una escisión en la palabra entre lo que se dice y lo que se quiere decir. Si lo que se dice son las palabras que utiliza el hablante, lo que éste quiere decir será lo que no dice. De este modo, dependerá del oyente, de "su poder discrecional", no sólo "lo que el hablante quiere decirle por medio del discurso que le dirige" sino lo que ese discurso le enseña de la condición del hablante mismo. [6] Se trata entonces de tres niveles: el de los dichos (lo que dice), el del decir (lo que no dice) y de lo que secretamente el hablante, como búsqueda de reconocimiento, aspira obtener: una identificación, un nombre para su ser, proveniente del Otro. Pero subrayemos que lo que esta perspectiva fundamentalmente implica es que además de la escisión entre el decir y el querer decir, lo que en la función de la palabra se juega es que lo que el hablante quiere decir es decidido, no por quien habla, sino por aquél que lo escucha. De este modo, al afirmar que el sentido profundo de la palabra es decidido por el receptor, puede plantearse entonces que, en un nivel fundamental es el receptor quien está en el origen del mensaje mismo. Estas coordenadas son las bases sobre las cuales Lacan construirá luego la célula elemental de la comunicación que es un esquema indispensable para pensar la posición a la cual el analista es llevado por estructura. Todo esto también implica una subversión de la noción tradicional de comunicación, que al ser enriquecida con la temporalidad de la retroacción – el nachträglich freudiano – Lacan consagró con la ya famosa fórmula de que el lenguaje humano constituye una comunicación donde el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida. [7] Asimismo, esta novedosa concepción [8] es solidaria de una crítica profunda de la noción lenguaje -signo y de su insuficiencia para dar cuenta de la realidad humana. Efectivamente, un sistema definido por una correlación fija de sus signos con la realidad que significan, jamás podría dar cuenta de la transformación que la función simbolizante de la palabra opera en el sujeto. Esta caracterización se encuentra así definitivamente separada de toda supuesta dualidad de individuos que se comunicarían por intermedio de un "lenguaje funcional". Esto sería quedarse en el "sentido común", es decir, en el registro de lo imaginario. De lo que se trata, por el contrario, es – en este momento de la enseñanza de Lacan – de la vía de acceso a la dimensión del inconsciente como verdad, y ésta ya no concebida como adecuación a la cosa o como conocimiento de la realidad. Así, la prefiguración del lugar del Otro, la definición de la verdad como teniendo estructura de ficción y el cuestionamiento de la noción de signo como lo que representa algo para alguien, en tanto instrumento para pensar los fundamentos de la experiencia analítica, se encuentran ya anticipados en esta primera teoría de Lacan sobre la palabra y repercutirá inexorablemente sobre sus primeras consideraciones acerca de la interpretación. ¿Cuáles son estas consideraciones? Primero, que el analista será situado, por la asociación libre del paciente, en el lugar del Otro. El primero, que si el analista centra sus intervenciones en explicar, traducir [9], informar o decodificar - y todo esto según un sentido del cual él dispondría, reduce el poder de la palabra a los límites del sentido literal de "lo que se dice" [10] al tiempo que – ineludiblemente - redobla su identificación al Otro, lugar al cual es llevado por la estructura misma del dispositivo. Pero además, y debido a lo que subrayaba más arriba, será difícil que no introduzca, subrepticiamente y aunque no lo sepa, significantes que servirán a la identificación reclamada por el sujeto ya que son proferidos precisamente desde ese lugar del Otro. Es decir, se trata del riesgo – siempre presente en nuestra práctica - del deslizamiento hacia la sugestión. Por el contrario, lo que Lacan propondrá será una radicalización del per via di levare con que Freud caracterizó la operación analítica [11] al diferenciarla del per via di porre de la sugestión. [12] ¿Y cómo lo formula en este momento de su enseñanza? De un modo muy bello que indica ya cuánto un psicoanalista podría hallar en la poesía como fuente de inspiración. [13] "No cabe pues dudar – dice – de que el analista pueda jugar con el poder del símbolo evocándolo de una manera calculada en las resonancias semánticas de sus expresiones. Esta sería la vía de un retorno al uso de los efectos simbólicos, en una técnica renovada de la interpretación. Podríamos para ello tomar referencia en lo que la tradición hindú enseña del dhvani, en el hecho de que distingue en él esa propiedad de la palabra de hacer entender lo que no dice." [14] ¿Qué entiendo se desprende de esta caracterización? Mientras que, como señala Lacan en el párrafo citado, se trataría de que en tanto analistas podamos ejercitarnos en el poder que tiene la palabra de "hacer entender lo que no dice". Esto sería la condición de introducir un efecto de resonancia. Este último término - que entiendo es crucial - también será mantenido por Lacan a lo largo de toda su enseñanza, pero acompañando a ese movimiento de torsión que señalé más arriba, es decir, poniendo cada vez más el acento en lo que jamás podrá ser interpretado. Una pregunta, cuya respuesta dejaré por el momento en suspenso, entonces se nos impone: ¿qué es lo que con el poder de la palabra puede hacerse resonar? Ahora bien, como contrapunto a las modalidades de intervención analítica que pusimos antes en cuestión debemos al menos indicar, afirmativamente, cuáles serían aquellas acordes con esta concepción de los fundamentos del dispositivo. El estilo oracular, el poder de evocación que tiene la palabra, pero también la sorpresa y la instantaneidad de la agudeza, de la "salida" del Witz - que anonada el orden entero del lenguaje[16]-, constituyen así algunas indicaciones de lo que en la actividad creadora de la palabra puede servir para hacer entender lo que la palabra no dice. Creo se percibe con claridad la diferencia radical que entonces podemos establecer entre la explicación y la evocación o el Witz: nada más chato que la explicación de un chiste. Pero hay además un término utilizado por Lacan en la cita referida que merece una atención particular, el término dhvani. De origen hindú, este término parece corresponder no sólo a una referencia explícita de Lacan quien concluye su "Discurso de Roma" con fragmentos de los Upanishad, sino a un estudio realizado por un poeta y erudito de la filosofía hindú llamado René Daumal. [17] Efectivamente, al considerar la retórica de la poética hindú, Daumal despeja tres poderes de la palabra en su capacidad de producción de sentido, uno de los cuales es, precisamente, el dhvani, que se traduce como resonancia. [18] Sintetizando lo que plantea Daumal, podemos decir que los tres poderes del lenguaje (que nosotros podríamos llamar tres poderes del significante), los tres tipos de sentido que surgen como efecto del significante según la retórica hindú son: el sentido literal (el que corresponde al léxico, el sentido que se encuentra en el diccionario), el sentido figurado (es derivado o metafórico y también se puede encontrar en el diccionario, pero que surge de una incompatibilidad entre el sentido literal y el contexto), y, por último, el sentido sugerido (es el que no se puede codificar e introduce lo que Daumal llama un "más de sentido"[19]). Lo interesante es que además este autor propone una suerte de fórmula o matema donde articula estos tres poderes de la palabra. Dicha fórmula es: f = l + x. Donde se deduce que el sentido figurado (f) no es equivalente al sentido literal (l) sino que hay algo más y que es esa x que se agrega. Y ese "más de sentido", que se llama "sentido sugerido", es lo que precisamente cumple la función de "resonancia" (dhvani). Si me detuve en esta referencia es porque creo muestra con claridad como, desde esta perspectiva, el poder de la palabra del cual cabe al analista servirse debería jugar sobre el sentido sugerido. Múltiples caracterizaciones de la interpretación como lo que opera "de lado" o de manera "indirecta" pueden hallar en esta sencilla fórmula su fundamento. Pero lo que no queda aún del todo claro es la pregunta que antes dejamos en suspenso: ¿qué es lo que con el poder de la palabra puede hacerse resonar? Si intentáramos una respuesta rápida, podríamos concluir que lo que la palabra puede hacer resonar es, precisamente, ese sentido sugerido. Dicho de otro modo, puede hacer resonar lo que no se dice pero limitando su alcance de resonancia al sentido. Esta afirmación sería congruente con el momento de la enseñanza de Lacan en la que nos situamos, un momento donde el privilegio dado a lo simbólico parece opacar las relaciones de la palabra con el cuerpo, con la pulsión. Sin embargo, si nos detenemos en el final del escrito que nos sirve de referencia no deja de llamarme la atención que uno de los últimos párrafos del fragmento del Upanishad que allí cita concluya diciendo que "... los poderes de abajo resuenan en la invocación de la palabra". [20] Entiendo que hay allí una alusión, una "resonancia" de lo que más adelante Lacan decididamente interrogará y que hace al corazón, al hueso, al Kern de la práctica analítica, hay una alusión a cómo, con los poderes de la palabra es posible "tocar", trasmutar algo de esos "poderes de abajo" que no son sino los de la pulsión. Y me interesa subrayar esto porque permite ver como aún en el seno de la exaltación del poder de lo simbólico – tantas veces criticada a Lacan – es posible situar allí, muy tempranamente, algo así como un punto de apoyo para ese movimiento de auto interrogación con el que Lacan comenzará paulatinamente a asediar lo real que está en juego en la experiencia analítica. Este movimiento – es lo que trataré de situar a continuación - implicará una progresiva puesta en cuestión de los efectos de sentido y una reconsideración de lo podemos llamar "los límites del sentido". Como índice de esto, en una curiosa nota al pie del texto que citamos, a propósito de la resonancia Lacan señala: "Ponge escribe esto: réson (1966)."[21] Podemos preguntarnos: ¿qué agrega esta referencia a Francis Ponge, el poeta francés que se proponía una poesía que tuviera algo de las cosas, de los objetos? [22] Tal vez precisamente eso, recordar que hay lo real. Como si la nota, fechada en 1966, fuera una suerte de recordatorio para el propio Lacan de que no se puede desatender lo real. Como si hubiera tomado ese neologismo acuñado por el poeta - que juega con la condensación de razón y resonancia en francés – para situar que si hay una raison (razón) puramente simbólica que es adversa a las cosas, en contrapartida puede haber una réson (razón / resonancia) que está de parte de las cosas, que resuena con las cosas y donde el sujeto mismo no se ubica en exterioridad a las cosas sino que es – en francés - on (es el pronombre indeterminado de la tercera persona, eso), o sea, que no es moi [23]. Vemos entonces aquí, una alusión a la pulsión donde no hay un sujeto para decir Yo. Para concluir este punto, leamos lo que dice el propio Francis Ponge de su método: "No se trata tanto de una descripción comparada, ex nihilo, como de un habla ofrecida al objeto..." "Si no podemos pretender que el objeto tome directamente la palabra (...) cada objeto debe imponerle al poema una forma retórica particular. No más sonetos, odas, epigramas: que la forma misma del poema sea de alguna manera determinada por su tema." (... ) "No hay reglas en esto: puesto que justamente cambian (según cada tema)." [24] Así como se deduce de esto último que las indicaciones que formulé más arriba no podrían jamás constituir una suerte de manual de preceptos técnicos de la interpretación, la pregunta que ahora se nos plantea es – parafraseando nuevamente a Ponge –: si la pulsión, por su mudez, no puede tomar la palabra, ¿cuál es entonces la resonancia que, por medio de la palabra, es capaz de acoger lo que de la pulsión hace de límite al sentido? Esta pregunta es, a mi entender, la que secretamente guía la indagación de Lacan que lo lleva a un punto de viraje fundamental: el pasaje de un Otro consistente a un Otro aquejado de una falta, y luego, mejor dicho, de una inconsistencia. La resonancia a-semántica Entiendo que si bien el acento está puesto aquí en el deseo y no en la pulsión, subrayar dicha incompatibilidad tiene todo su valor en lo que nos ocupa ya que se trata de la misma lógica en juego: cómo alcanzar con los poderes de la palabra lo que es incompatible con ella. En este sentido, la invocación de recobrar la virtud alusiva de la interpretación analítica [26] parece señalar que cabría esperar que por vía metonímica (alusiva) algo de la palabra tenga el poder de indicar lo que el objeto es en tanto causa de deseo, objeto que – más adelante – podremos caracterizar como el objeto en torno al cual la pulsión realiza su circuito. Recapitulando y para decirlo más sencillamente: si la concepción tradicional de interpretación apunta – como dije antes – a dar el significado reprimido de un significante que se vuelve enigmático para el paciente, el paso que podríamos llamar "la paradoja de la interpretación lacaniana", conduce a algo diferente. ¿A qué? A situar la interpretación no a nivel del significado sino a nivel de otro significante. A situarla a nivel de un significante enigmático a partir del cual el analizante deberá hacer él mismo el trabajo de descifrado. ¿Y cómo explicar la lógica que está en juego en esto? Que según Freud hay un Urverdrangt, un reprimido originario que nunca podrá llegar a ser dicho y cuya consecuencia inmediata es que todo lo que el analizante diga debe ser concebido como girando alrededor de eso que no puede ser dicho. Es lo que Lacan llamó el nudo de lo ininterpretable [27]. Y es por eso que partí de poner en consideración el principio de lo ininterpretable como un principio de nuestra práctica. Entonces, y esta es mi pregunta: ¿cuál es el tipo de interpretación congruente con dicho principio? Si aceptamos que hay algo que jamás podrá ser dicho, debemos también aceptar que lo dicho por el paciente es siempre metonímico, es decir, desviado con respecto a lo reprimido originario. Y si el analista va a apuntar, con su decir, a eso que no puede ser dicho, se declinan dos modos de la interpretación. [28] Primero, la interpretación apunta al significante último (supuesto) que no puede ser dicho y que, en tanto tal, no está articulado a la cadena significante. Es decir que apunta a un S1 como separado del S2, no haciendo cadena significante. Este tipo de interpretación, en tanto apunta a obtener ese S1 supuesto, en tanto apunta a obtener eso que se supone es un significante, es una interpretación metafórica. Como también es metafórica la estructura de lo reprimido originario que siempre me hace suponer que hay un significante que sustituye a otro significante que es el que no aparece. Segundo, la interpretación apunta ya no al significante último y separado de la cadena sino que surge de ubicar a lo no-dicho no como significante sino como objeto a en tanto plus-de-gozar. Entonces, la interpretación no obedece a la lógica de la metáfora sino a la de la metonimia. Ya sea el objeto a entendido como causa de deseo o como objeto de la pulsión, la lógica que opera en ambos – como dije antes - es la metonimia. Y la interpretación debe ser congruente con dicha lógica. Es lo que llamamos el carácter alusivo de la interpretación. Si bien anticipé algo que ahora precisaremos, quiero subrayar que el fundamento es muy sencillo. Jacques-Alain Miller lo formula con gran claridad: Lo anticipado, que desde esta perspectiva la interpretación debe apuntar a obtener un significante último que no hace cadena, es lo que Lacan desarrolla en su Seminario 11 y que implica un desplazamiento importante del privilegio que al inicio acordaba al sentido, aunque fuera bajo la forma de un sentido sugerido. Este desplazamiento es solidario del interés creciente en lo real. Prueba de ello es el seminario previo dedicado al afecto mayor en psicoanálisis, la angustia, y la ubicación en el Seminario 11 de la pulsión como uno de los conceptos fundamentales. Allí, a partir de las dos operaciones lógicas de causación del sujeto (alienación y separación) podrá formalizar cómo las relaciones del sujeto con el Otro implican siempre un punto de discordancia, de no-integración. Dicho de otro modo, no hay ya – como planteaba en 1953 - una reabsorción de las satisfacciones particulares en lo común, en lo general o universal del Otro como conjunto de significantes. De este modo, y desde la perspectiva que más nos interesa aquí, la pulsión se muestra refractaria al campo del sentido que proviene del Otro. Precisándolo aún más: el sentido es efecto de la articulación S1 y S2 que se cumple en el campo del Otro. Así, mientras que de la operación de alienación - que es la que instala la dimensión del sentido - quedará siempre un núcleo de sin-sentido (el S1 solo separado de la cadena) [30], en la operación de separación el sujeto responde al hiato que hay en la cadena que se despliega en el Otro, con el objeto a - que no es sino el objeto de la pulsión, el objeto en torno al cual la pulsión hace su recorrido. Y ambos, el S1 (significante non sensical) y el objeto a (objeto insensato), se situarán ya en una posición de homología con respecto al campo del Otro como lo que, a este campo, lo "desmocha". [31] Se desprende con claridad entonces que de la resonancia que se trata a partir de ahora no es, como en "Función y campo...", una resonancia de sentido, una resonancia semántica, sino una resonancia a-semántica. Por lo tanto ahora ... "El objetivo de la interpretación – dice Lacan - no es tanto el sentido, sino la reducción de los significantes a su sin-sentido para así encontrar los determinantes de toda la conducta del sujeto".[32] Vemos así oponerse el "sentido" - que como señalé queda del lado del campo del Otro - y la satisfacción pulsional en juego en el síntoma que queda en el lugar de esa relación con el S1 solo y el objeto a, ambos separados del campo del Otro, Y ese S1, asemántico, es precisamente el significante enigmático del trauma sexual que constituye el núcleo, el "hueso" del síntoma y que condiciona su repetición.[33] Es decir que este cambio de perspectiva con respecto a la interpretación acompaña a un cambio en la concepción del síntoma: de concebirlo como "un significado reprimido de la conciencia del sujeto" [34] a caracterizarlo como algo que en su naturaleza no es un llamado al Otro sino goce, satisfacción que se basta a sí misma.[35] De paso vemos que el inconsciente como sentido queda adscripto a su manifestación una vez que es apresado – podemos decir así - en el campo del Otro, y se diferencia aquí del otro inconsciente, el que Lacan tematiza en este momento como corte, como modalidad temporal de apertura y cierre, que se abre y se cierra como una zona erógena. Pero habría que hacer una precisión más: que el efecto de la interpretación apunte a aislar en el sujeto "... un hueso, un Kern, para decirlo como Freud, de non-sense, no implica que la interpretación misma sea un sin-sentido..." [36] Nos encontramos aquí en uno de los puntos más delicados de la concepción de Lacan: el colmo del sentido, el momento en que el sentido tiene más sentido, es el momento en que es un sin-sentido. Y esto porque al estar separado de la cadena, ese significante insensato vale como un elemento de lo real. Y si vale como un elemento de lo real, se entiende por qué el modelo de la interpretación habrá que buscarlo a partir de ahora no sólo en el campo del oráculo sino en el "fuera-de-discurso" de la psicosis. [37] Porque sus fenómenos, fundados en el mecanismo de la forclusión, son los que muestran con mayor nitidez qué ocurre cuando el significante pasa a lo real. No me detendré en lo que podría desarrollarse de la interpretación como cita o como enigma [38] ni en los tres tipos de equívocos interpretativos (homofónico, lógico o gramatical) [39], pero lo que sí quiero subrayar es que de diversas maneras, ya bajo la forma del "medio decir" o de los equívocos, lo que Lacan busca es caracterizar diversamente un tipo de intervención que apunta al corte en la cadena significante o, lo que es equivalente, a obtener el aislamiento de un significante. Es decir, apuntar a que S1 y S2 no hagan cadena. A modo de ejemplo, retomaré aquí un texto en el que intenté – hace ya varios años – descifrar una sorprendente y, al menos para mí, perplejizante afirmación de Lacan.[40] "La interpretación – decía en 1974 – siempre deber ser el ready-made de Marcel Duchamp".[41] ¿Cómo entender semejante aserción? Es decir que en este momento, en este contexto, el síntoma es lo que viene de lo real pero, al mismo tiempo, es lo que goza de sentido. Por lo tanto, si con la intervención analítica genero más y más sentido, más alimento al goce semántico del síntoma. Se trata, entonces, de un camino inverso: la interpretación debe recaer únicamente en el significante. [42] Y subrayo este "únicamente" ya que es otro modo de decir que se trata de apuntar al aislamiento del significante en su "unicidad". [43] Segundo, que el sentido es situado en este momento [44] en la intersección de lo simbólico con lo imaginario, algo así como un efecto del acuerdo entre lo imaginario y lo simbólico que es para Lacan el fundamento de la noción de mundo y de representación.[45] Tercero, que hay en la formulación de Lacan una identidad a mi entender estructural entre la interpretación y el ready-made y no meramente una analogía. De aquí que debamos caracterizar sucintamente en qué consisten los ready-made de Duchamp y cuáles son sus "reglas" de producción. Como es sabido, Marcel Duchamp si bien participó inicialmente de la "epopeya cubista", abandonó rápidamente lo que llamaba "la pintura retiniana" para dedicarse a la producción de sus ready-made, objetos que él mismo denominaba a-rtísticos. [46] Inspirado en Raymond Roussel, para Duchamp lo importante era el mecanismo del juego de palabras, en lo que él mismo se ejercitaba en sus escritos, y – esto es lo que nos interesa – afirmaba que sus ready-made eran "retruécanos en tres dimensiones". Lo que equivale a decir que en ambos casos, en el verbal o en el espacial, el juego consiste en el desplazamiento físico del contexto, ya sea de la palabra o del objeto. [47] Así lo demuestra quizás el más famoso y popularizado de sus ready-made llamado "Fuente", que consiste en un urinario que, extraído de su contexto natural - separado de su S2 podríamos decir –, el baño, adviene a la categoría de ready-made, siendo el acto, el gesto creador, la descontextuación misma. Ubicado esto, conviene precisar ahora que si bien este gesto de Duchamp, que apuntaba originalmente a inducir un despertar de la modorra cotidiana de los objetos diluidos en su uso habitual, incluidos los artísticos [48], suscitando no sólo escándalo sino perplejidad, ha sido ahora "adormecido" por la vulgarización mediática de su obra y el transcurso del tiempo, no por ello el mecanismo intrínseco de su producción ha perdido interés para lo que nos ocupa.[49] Mencionaré entonces algunas reglas - estrechamente vinculadas a nuestro tema - que el mismo Duchamp formuló para la producción de sus objetos. Son las siguientes: 1º) Es necesario que la impresión estética sea nula. Si bien podríamos detenernos en cada una de estas reglas y calibrar su pertinencia para pensar una orientación con respecto a la interpretación analítica desde la perspectiva que planteo, me limitaré aquí a situar una primera conclusión. Podemos afirmar que la interpretación en tanto ready-made [50] consiste en tomar lo que "ya está ahí" en los significantes del discurso del analizante y, descontextuándolo, separándolo del contexto del enunciado imaginario hecho de cadena significante, reducirlo a través del equívoco homofónico – a diferenciar del doble sentido de una palabra – a esa dimensión que en el significante mismo, al ser aislado, más se acerca al objeto, su condición de letra. Esto implicaría que el efecto estético sea nulo, lo que equivale a decir que debería escapar a la estética de la buena forma ya que ésta, emparentada con el sentido, muestra su raigambre imaginaria. [51] Dimensión ésta – la imaginaria –que a mi entender persistiría aún en el movimiento metafórico de producción de sentido que se expresa en la emoción poética (al menos en la poesía occidental). [52] Si comparamos esto con lo que señalamos al comenzar sobre la resonancia semántica, vemos que nos encontramos de lleno en un debate de Lacan contra Lacan. Sin embargo, la noción de resonancia, ahora resituada, persiste. Así, en 1975, dice que "... las pulsiones son el eco, en el cuerpo, del hecho de que hay un decir; (y)... para que resuene (...) es necesario que el cuerpo sea allí sensible." [53] Se trata, entonces, de cómo hacer resonar con el decir interpretativo lo que del cuerpo es pulsión, goce, y no meramente forma imaginaria. Cómo con lo simbólico alcanzar lo real si éste se sitúa fuera del sentido. [54] La vía de la perplejidad Es por ello que tanto la práctica como el estudio de las psicosis son formativos ya que allí el analista debe confrontarse con los límites de su sentido para "comprender". Porque, ya sea ese sentido "común" o fantasmático, es fundamentalmente, sentido sexual. Y, precisamente ese es el velo de sentido que en la psicosis – más allá de las aparentes temáticas edípicas que puedan surgir – es lo que se ausenta. De allí la consabida y vigente indicación de Lacan a los analistas acerca de no comprender. Si lo abordamos desde otro ángulo podemos decir que el sexo no es adecuado para su representación en el lenguaje, que hay algo allí que fracasa y que es lo que Lacan llamó: "no hay relación (proporción) sexual". Pero es precisamente por eso, porque no hay una complementariedad significante "macho-hembra" que fijaría en el significante la relación sexual, que la significación, el sentido sexual, es decir fálico, circula por todos lados y se amplifica constantemente. Es el descubrimiento freudiano de que toda frase puede, en última instancia, tener sobreentendidos o sentido sexual, toda metáfora puede ser considerada sexual. [55] Dicho de otro modo: ante el ausentido (absens), ante la ausencia de sentido de la relación sexual, el sentido fálico vendrá a ocupar su lugar. Mientras que en la psicosis, el fracaso de la metáfora paterna (que es la que introduce la significación sexual fálica) permite – como dije antes – acceder a lo que sería una relación original con el significante que es lo que está en el fundamento de la estructura. De ahí que Lacan haya dicho que "la psicosis es la normalidad", por cuanto muestra – llegado el caso - esa relación traumática con el significante cuando este no hace cadena y vehiculiza el agujero de la ausencia de relación. ¿Y cuáles serían, desde esta perspectiva, los fenómenos de la psicosis que podrían servirnos para repensar la interpretación analítica? Aquellos clásicamente caracterizados como los fenómenos iniciales de la psicosis, los fenómenos elementales [56] que señalan el momento en que algo en el mundo comienza a hacerle signo al sujeto, como si eso le estuviera dirigido[57] sumergiéndolo así en la perplejidad. Pero también fenómenos vecinos a estos llamados intuitivos, aquellos donde ya se produjo – por una propiedad inherente al significante – una suerte de interpretación que se pude formular así: "No sé lo que eso quiere decir pero tengo la certidumbre de que algo quiere decir". Punto de confluencia entre el sin-sentido y el sentido; máximo enigma con respecto al contenido - "no sé qué quiere decir" - pero al mismo tiempo el máximo de sentido, el colmo del sentido: "tengo la certidumbre de que algo quiere decir". [58] Se manifiestan así dos efectos del S1 cuando no hace cadena, que podrían ordenarse en una secuencia lógica. Primero, suscitar la perplejidad; segundo, llamar al sentido. En este segundo tiempo, en un primer momento, el sentido esta por advenir, es el estatuto mismo del enigma y el sujeto queda indeterminado. Luego, podrá llegar dicho sentido (un S2) que cerrará la indeterminación: "eso quiere decir que..." En el caso de la psicosis será un sentido delirante, en la neurosis, el sentido sexual engendrado por el "delirio" edípico. [59] Ubicada esta estructura creo que podemos entender dos vectores esenciales de toda interpretación y lo que se decide según se siga una vía u otra. Uno es el que considera que el analista aporta un significante y que el analizante le agregará el sentido, que el significante servirá como punto de llamado al sentido y que dicho sentido será, normalmente – según dije antes -, de orden sexual. Pero hay otro vector que es el que apunta en dirección inversa, es decir, no a propagar sino a apagar la sed de sentido sexual. [60] Así es como entiendo lo que Miller llama la vía de la perplejidad. [61] Una vía que consiste en retener el S2, en no añadirlo a los fines de cernir el S1. Por el contrario, esta vía – que es el reverso de la interpretación tradicional hermenéutica - supone apuntar siempre a cortar el lazo entre ese S1 insensato y el S2 que es llamado para producir sentido sexual. Implica intentar "reconducir al sujeto a los significantes propiamente elementales sobre los que, en su neurosis, ha delirado."[62] No es lo mismo entonces – aunque sea por medio de una simple puntuación – propiciar la propagación de sentido, favorecer la ineludible amplificación significante presente en la lengua que inicialmente desplegará el analizante, que apuntar, como a contrapelo de lo anterior, mediante la operación de reducción [63] de esa proliferación de sentido, a aislar esos significantes irreductibles ante los cuales el sujeto quedó perplejo. [64] Entiendo así que la vía de la perplejidad (como orientación interpretativa) es lo que permite pasar de la amplificación semántica a la reducción significante. Ahora bien, es importante señalar aquí el límite que tiene, desde esta perspectiva, la puntuación, aquella de la que Lacan hizo la interpretación mínima en "Función y campo..." Efectivamente, acorde con la célula elemental de la comunicación que situamos al inicio, es desde el lugar del Otro que el analista decide con una puntuación afortunada el sentido del discurso del paciente, pero de este modo no deja de redoblar la operación metafórica generadora de sentido sexual. Es en este sentido que entiendo que Miller advierta que "la puntuación pertenece al sistema de la significación, es siempre semántica, efectúa siempre un punto de capitonado." [65] A diferencia entonces de la puntuación, el corte - como lo que posibilita la separación entre S1 y S2 - se revela como la intervención privilegiada para hacer de la sesión analítica una unidad a-semántica, es decir la que puede permitir al sujeto acceder a la opacidad de su goce y a lo insensato de esos S1 primordiales. Vemos así cómo la problemática de la interpretación de la que partimos se articula íntimamente con la debatida cuestión de la duración de las sesiones. Y vemos también como se resitúa el fundamento del uso del tiempo de la sesión: de referirlo al valor de escansión del discurso (objetando la duración cronométrica del standard) mediante la puntuación [66], Lacan pasa luego al corte anticipado de la cadena significante para impedir que S1 llame a S2 y se cierre en bucle induciendo sentido. [67] Entiendo que lo que está entonces en debate, al plantearnos si hacemos de la sesión analítica una unidad semántica o a-semántica [68] es una distinta relación con la falta estructural que llamamos represión primordial (Urverdrängung). A mi entender de ello habla Lacan cuando dice que se trata de "... una falta que debe volverse a encontrar en todos los niveles, inscribirse aquí como indeterminación, allí como certeza, y formar el nudo de lo ininterpretable..." [69] Diciéndolo con mayor claridad: la falta que se inscribe como indeterminación es la modalidad del sujeto analizante, la que se lanzará inicialmente a la búsqueda del sentido soportado en la instalación del Sujeto supuesto Saber, efecto estructural que vela la hiancia que implica que no todo es interpretable según sentido. Entiendo que la interpretación que asumiera esta vía, dejaría al sujeto en una relación a lo inintepretable que se traduciría en una infinita búsqueda de sentido sexual. Mientras que la falta que se inscribe como certeza - que remite a la posición del analista como objeto – es aquella que la vía de la perplejidad puede abrir también para el analizante en tanto apunta a apagar esa sed de sentido que antes mencionaba. Sólo así podría tener lugar para el analizante la configuración del nudo de lo ininterpretable, hecho de S1 asemántico y de objeto a insensato. Claro que, para que esto sea posible, es necesario un analista abierto él también a la perplejidad, a dejarse sorprender por los significantes del analizante que jamás podría saber de antemano. [70] Pero se trata de una apertura que no implica situarse en la indeterminación propia del sujeto, sino en la determinación del Otro y del objeto. Es lo que hace a la disimetría, a la disparidad estructurante de la experiencia analítica. De una manera muy sencilla, Horacio Etchegoyen alude a esto cuando afirma que el analista es a la vez intérprete y objeto, y critica la noción de intersubjetividad para concebir nuestra práctica.[71] Resulta interesante esta indicación porque podría articularse – aunque haya diferencias - con la escritura del discurso analítico propuesta por Lacan: el analista como objeto a y soportado en el saber supuesto que es la condición de su eficacia interpretativa. a à $ Modulándolo, podemos decir que se trataría de una interpretación que - en tanto proviene de lo que marca la carencia ineliminable en el Otro del saber, del objeto a como el índice del enigmático deseo del Otro – tendrá chance de inducir en el sujeto el aislamiento de los S1 ante lo ininterpretable. Esto se aclara si localizamos lo ininterpretable precisamente en la doble barra del piso inferior que separa S2 de S1 y que señala la imposibilidad de la relación, de la cópula entre ambos. Conclusión Si bien podremos retomar esto durante la conversación tan sólo quiero señalar que lo que aquí he planteado son algo así como las líneas de fuerza de una práctica que, aún cuando llegue a poner el acento en lo terapéutico tomando en consideración las coordenadas de la época, no por ello debe perder su especificidad psicoanalítica. No será entonces necesario recurrir sólo a la consabida frase de Freud acerca de aleación entre el oro del psicoanálisis puro y el cobre de la sugestión. Podremos simplemente caracterizar a la experiencia analítica como un paréntesis de sentido en el cual pueda abrirse para el sujeto contemporáneo la posibilidad – si así lo quiere y puede – de acceder a esos significantes sin-sentido que marcaron su existencia y develar cuál es su forma singular de gozar - no regida por el mercado -, para hacerse responsable de ello.[72] Así, prescindir de la sugestión, del sentido y de la identificación, a condición de – llegado el caso – saber servirse de ellos, sería una manera de formular que en tanto práctica de la singularidad, el psicoanálisis no puede desconocer las condiciones subjetivas de quien demanda iniciar una experiencia sin igual. Porque si para iniciar esta experiencia exigimos la emergencia de un sujeto responsable de sus dichos, no menor será nuestra responsabilidad en tanto somos quienes la autorizamos. Por esto, advertido de los poderes de la palabra y de la imposibilidad estructural de medir anticipadamente todo su alcance, como psicoanalista – tal como señalé en oportunidad del homenaje a Jacques Lacan [73] – cada vez que un analizante traspone la puerta de mi consultorio, intento recordar, hago un esfuerzo para no olvidar una frase ante la cual, alguna vez, quedé perplejo: "Intérprete de lo que me es presentado en afirmaciones y en actos, yo decido sobre mi oráculo y lo articulo a mi capricho, único amo en mi barco después de Dios, y por supuesto lejos de poder medir todo el efecto de mis palabras, pero de esto precisamente advertido y tratando de remediarlo, dicho de otra manera libre siempre del momento y del número, tanto como de la elección de mis intervenciones, hasta el punto de que parece que la regla haya sido ordenada toda ella para no estorbar mi quehacer de ejecutante..."[74] |
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Notas |
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El axioma de la autonomía del encuadre de las variables | ||||||||||||
Marco Focchi La noción de contrato analítico, a la que generalmente es dedicado un capítulo de importancia en los principales manuales de técnica, no es un concepto freudiano. Es verdad que Freud utiliza el término Vertrag en el “Compendio de psicoanálisis”, pero lo utiliza en un sentido que no tiene minimamente el valor normativo del cual fue sucesivamente investido. El Vertrag freudianoes simplemente el pacto de permutar la plena franqueza del paciente por la total discreción del psicoanalista, y en un cierto sentido, es otro modo de definir la regla fundamental (GW, XVII, p. 99). El proceso de estandarización del psicoanálisis se apropió, en cambio, de la idea de contrato en el sentido normativo, incluyendo allí todas las cuestiones relativas a horarios, honorarios, períodos de vacaciones, duración y frecuencia de las sesiones, pago de las salteadas, todo aquello en lo que consiste materialmente el encuentro entre analista y paciente. La problemática del encuadre analítico es enmarcada globalmente dentro de la noción de contrato es leida al interno de una metáfora jurídica, en un campo en el que las ideas eje son las del derecho y el deber. Bajo este aspecto el problema no es tanto la rigidez o la elasticidad del encuadre. De hecho, encuadres verdaderamente inflexibles son descriptos solamente, en las caricaturas del modo de trabajar del analista, aunque si es necesario decir, que existen manuales que son seguramente, caricaturezcos. En las definiciones más tradicionales del encuadre se admite de todos modos, que la norma es definida sólo para dar una guía al analizante, que está expuesta no impuesta, que no es necesario nisiquiera que sea rigurosamente observada, porque es justamente la desviación respecto a ella que dan la oportunidad de ver como el analizante se comporta y ofrecen material a la interpretación. La cuestión no está en la rigidez o en la flexibilidad, como notaba Ricardo Seldes en el número 3 de Papers, la cuestión es más bien, que la experiencia psicoanalítica, en la óptica contractual, viene encuadrada en la perspectiva jurídico-normativa en la que la ley es igual para todos. Qué significa? Si las reglas no son declaras preliminarmente y definidas como cuadro normativo general dentro del cual debe desarrollarse la relación analítica, la respuesta del analista a una conducta del analizante puede aparecer como específica de la situación y no legítimada al interior del cuadro general y esto, es considerado un problema. Se creó una tradición a partir de Bleger, que divide la experiencia analítica entre constantes y variables: el encuadre está de parte de las constantes y en consecuencia es lo que no es suceptible a variaciones. Puede haber pequeñas y lentas mutaciones, pero estas no deben advenir como respuesta al material que emerge en el curso del proceso psicoanalítico. No se podría concebir jamás, desde este punto de vista, el hecho de abreviar una sesión para subrayar un momento particular por la intensidad de significado (de goce no hablemos, que no tiene lugar en esta perspectiva), pero no sería ni siquiera imaginable variar el número de las sesiones, de más o de menos, fijar dos seguidas en el mismo día para relanzar el ritmo de un momento feliz de elaboración, distanciar enigmáticamente la cita siguiente, etc.. Todo esto constituye lo que podríamos llamar, el axioma de autonomía del encuadre de las variables: el encuadre es la constante que no se cambia en la experiencia analítica, en cambio, su proceso está constituido por variables. Creo que resulta bastante clara para nosotros la importancia de tal axioma, propio, porque nosotros no lo incluimos en la panoplia de los que fundan nuestro modo de ejercer el psicoanálisis. Se trata, en conclusión, de considerar que debe resultar decisivo: si el dispositivo regula la praxis o el espacio de movimiento que surge de la posibilidad del dispositivo. Es necesario actuar según la norma o la norma debe dar la posibilidad de actuar? La dirección que tomamos en este punto depende de la adhesión o del rechazo del axioma de autonomía del encuadre de las variables. Es claro que toda la orientación de la IPA va en la primera dirección, al menos hasta el advenimiento de los intersubjetivistas que a pesar de los vientos de la desdogmatización general nunca se pronunciaron específicamente sobre este axioma. La orientación lacaniana va en cambio, inequivocablemente en dirección de la segunda posibilidad. Un autor como Laplanche se pronuncia sobre este argumento diciendo que toda intervención que se apoye sobre variaciones del encuadre constituye un acting out del analista, mientras es claro que para Lacan, lo que Laplanche ve como un acting out es simplemente, lo que delinea la posibilidad del acto analítico. Aceptar o rechazar un axioma no es nunca una cuestión inocente o arbitraria porque en la adhesión o en el rechazo se delinean decisiones que implican puntos de vista estratégicos y políticas diversas, donde se presentan objetivos y formas de lograrlos netamente distintos. Una concepción basada en una norma que no provee excepciones se enmarca en la tradición de lo que es llamado habitualmente normativismo, o positivismo jurídico, una tradición netamente opuesta a la que Miller privilegia en el seminario De la naturaleza de los semblantes, haciendo referencia a Carl Schmitt. Para ilustrar brevemente el punto de vista del normativismo, representado por Hans Kelsen, podemos dar un ejemplo. Un hombre que comete un robo es punido con una sanción. Pero para que un juez sea obligado a infligir la sanción, debe existir una norma ulterior que impute, a su vez, una sanción por la falta de ejecución de la primera sanción. Deben existir por lo tanto dos normas distintas: una que disponga que un órgano debe ejecutar una sanción contro un sujeto y otra que disponga que otro órgano debe ejecutar una sanción contra el primer órgano en el caso en el que la primera sanción no sea ejecutada. El órgano de la segunda norma puede a su vez ser obligado de una tercera norma a ejecutar la sanción dispuesta de la segunda y así susecivamente. Pero no se puede retroceder al infinito, debe haber una última norma de la serie. Esta última norma es la que Kelsen llama, la norma fundamental, la que está en la base de la validez de todas las normas constituyentes de un orden jurídico. Esta norma fundamental es una presuposición lógica necesaria, es la constitución que es productora de derecho. Qué se ve aquí? Que no se crea ninguna tensión entre la norma y su ejecución, porque una cadena de normas se liga a lo que las funda sin solución de continuidad. Las cosas son muy diversas en la visión de Carl Schmitt, donde la tensión entre la norma y su ejecución es el punto sobre el que se apoya para argumentar un estado de excepción, o sea la suspención, en una situación de emergencia, de la formalidad legale a favor de un poder que actue sin las ataduras del derecho. La antinomia entre norma y ejecución lleva a Schmitt a argumentar un derecho sin potencia, que es la forma legal sin poder ejecutivo, y una potencia sin derecho, donde un poder soberano decide y actua fuera de las ataduras formales del derecho. Hay como un vacío de poder al interno de la norma que demanda un estado de excepción para que el derecho sea aplicable a la realidad. Volviendo a nuestros términos, el encuadre contactualista-normativista se garantiza, a través de una suerte de metalenguaje que define a priori la legitimidad de los términos y su legalidad es el problema que prevale sobre el de su aplicación. . De allí, las famosas dificultades clínicas en las que incurrió la experiencia de la psicología del yo. El encuadre lacaniano, si queremos usar esta expresión, está menos preocupado por fijar la legalidad de los términos. No se trata de excluir una cierta normalidad, derivada de las costumbres que se establecen en la particularidad de toda relación analítica y que hacen de cuadro de referencia. Sino que este cuadro puede variar, no tiene un carácter contractual, es una consecuencia y no es a priori, y es sensible al pulsar de la vida que se alborota, a las lentitudes o a las aceleraciones, a los momentos de estancamiento o a los momentos de urgencia, y justamente por esto prevee un estado de excepción donde es necesaria una decición fuera de la norma. No debemos imputar a nuestros compañeros de la IPA el funcionar simplemente, en base al automaton, cosa que sucede quizá sólo en casos extremos, pero vemos que la impostación del encuadre contractualista no incluye el vacuum que es un estado de excepción y sin el cual no tiene espacio teórico ni práctico el acto psicoanalítico. Donde la legalidad prevalece sobre la ejecución se paga una impotencia en el plano clínico que es la que por años hizo hablar del psicoanálisis como una gran teoría del siglo XX, privada de la capacidad de incidir en el sufrimiento del paciente. Woody Allen, en una frase famosa, se daba poco tiempo para dejar el psicoanálisis y decidir ir a Lourdes.: evidentemente frecuentaba un analista con encuadre contractualista. El psicoanálisi aplicado es nuestro nuevo horizonte de reflexión. Creo que es un horizonte posible sólo a partir del encuadre lacaniano, porque sin el vacuum del estado de excepción no hay ninguna aplicación posible. Una observación más antes de concluir: en el precedente número de Papers traté de destacar el pasaje en Lacan del tema del análisis como juego, al del análisis como discurso. En el seminario del Otro que no existe Miller define el discurso como lo que está en lugar de la inexistencia del Otro. En tanto el Otro es pensado como lugar de consistencia, la intención de significar pasa a través y se somete, fijada por el punto de capiton que es el nombre del Padre. Pero el Nombre del Padre en el Otro es lo que produce un desdoblamiento, lo que lleva a distinguir el Otro como lugar del significante del Otro como lugar de la ley. El Nombre del Padre es un punto de capitón al interno del Otro por el cual se constituye como lugar de la ley en el Otro o sea como Otro del Otro (clase del 18 de diciembre de 1996). Esto nos permite evidenciar la diferencia estructural que deriva de la aceptación o del rechazo del axioma de autonomía del encuadre de las variables. El encuadre contractualista que lo presupone, implica una concepción del Otro fundado por la ley o sea un Otro del Otro, un metalenguaje que garantice los términos. La fuerza legal aquí se paga con una debilidad del lado de la aplicación terapeútica. El encuadre lacaniano, que lo rechaza, no proviene de una ley que garantiza el lenguaje y de consecuencias la relación con el referente. El discurso es lo que estructura el vínculo entre los hablantes y que permite estableceer una relación con el referente cuando no tenemos más un metalenguaje que lo fije en un modo legislativo. El vacío dejado por el Otro de la ley, el vacuum interno de la norma, viene a costituir el estado de excepción que permite la desición. Si la práctica fundada en el encuadre contractualista da lugar a una clínica de lo ya dado, la práctica lacaniana produce en cambio, una clínica proyectada hacia lo no realizado, hacia lo que para producirse debe ser decidido. |
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traducción: Mariela Castrillejo |
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Extraer el tiempo de su duración | ||||||||||||
Jésus Santiago La conversación de los miembros de la EBP- Minas Gerais , preparatoria para el próximo Congreso de la AMP y realizada el día 18 de octubre, puede profundizar el debate sobre los posibles usos de las formulaciones clínicas que se desprenden del escrito de Lacan "El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada" [1]. Se interrogó, inclusive, si esos aspectos clínicos no ocuparían un papel secundario de cara a la discusión, de fondo especulativo, sobre los propios fundamentos de la cuestión temporal postulada a lo largo de ese texto.. Cabe resaltar, por lo tanto, el cuestionamiento que se hace sobre la aplicabilidad clínica de la estructura ideal del sofisma lacaniano, sobre todo, la lógica que domina en la solución, calificada como perfecta, del problema propuesto. El tiempo lógico y su aplicación clínica Al contrario de esto, debe tomarse ese escrito como una iniciativa ejemplar del interés de Lacan por elucidar puntos capitales del modo como la experiencia analítica se las ve con la cuestión temporal. Tanto es esto verdad que no se puede desconocer el hecho de que la expresión " tiempo lógico" pasó a figurar en el imaginario social como la propia designación del modo como el analista lacaniano concibe la sesión analítica. Diría aún que la preocupación frontal por las incidencias clínicas del tiempo en la experiencia analítica , presente en ese escrito, no se suceden sin la debida interlocución con la reflexión propiamente especulativa sobre el tiempo. Una vez más, no hay cómo negar que la construcción del concepto de sesión analítica, no se procesa sin el concurso de los principios que, en este caso, se extraen de los innumerables cuestionamientos que el saber fue capaz de introducir a lo largo de las épocas, sobre el problema del tiempo. Y , es en ese sentido, que ese escrito de Lacan se confunde con un ovillo que fue confeccionado con una variedad de hilos, que desflecados revelan la propia esencia de los principios que orientan nuestra comprensión de la sesión analítica, o sea: el carácter heterogéneo y múltiple del tiempo , la interferencia de la variable- tiempo en la resolución de un problema lógico, el estatuto del sujeto de pura lógica, la duración como factor de cálculo, las relaciones entre la decisión y la certeza. Extraer el tiempo de su duración Después de un largo tiempo de interrupción, C intenta por segunda vez el tratamiento analítico, en función de los retrasos que siempre le acarreaban graves problemas en el trabajo y en los estudios. Al referirse a las dificultades con los horarios y compromisos, afirma que permanecía largos períodos de tiempo en su domicilio, debido a las licencias médicas otorgadas por la junta médica de la institución en la que trabajaba. Esa misma dificultad repercutió también sobre su experiencia de análisis anterior : "abandoné el tratamiento anterior porque tardaba en llegar al consultorio del analista y cuando llegaba tarde, el analista me despachaba". Observa que los problemas con el tiempo aparecen cuando surge un compromiso en el que se exige de él una estricta puntualidad. Cuando ocurrirá un acontecimiento con una hora prefijada, comienza a preocuparse con bastante antelación. A medida que transcurre el tiempo, esa preocupación aumenta y se vuelve más afligido e inmovilizado. Cuanto más se aproxima la hora, más agitado se siente y más se angustia. Tiene costumbre de ir andando de un lado para otro sin saber lo que hacer, cuando el reloj devora la duración del tiempo. A veces permanece mirando perplejo el reloj y en su creciente aflicción imagina que tiene siempre un tiempo de más, proporcional a éste, que poco a poco se desvanece De este modo, en el inicio del tratamiento, C se muestra bastante puntual. Sin embargo, a medida que las sesiones se encadenan, los retrasos se vuelven cada vez más frecuentes, llegando incluso a retrasarse cerca de dos horas. El analista cuenta la gran dificultad para dar por terminadas las sesiones ya que, cuando llegaba no quería irse. En esos momentos, se refería casi siempre de manera quejosa a la experiencia pasada del análisis, experiencia que fuera interrumpida por él mismo en razón del tiempo reducido de las sesiones. Por lo tanto, además de dejar al analista esperando, acababa por provocar una gran desorganización en su agenda. Cada tanto llamaba para disculparse y decir que aún no había conseguido salir de casa. Como esto se había vuelto rutinario en su vida, C relata un episodio que parece bastante sugerente de su erótica con el tiempo. Una vez encontró una dentista que adoptó con él una estrategia capciosa para luchar contra su síntoma de los retrasos. Le daba siempre el horario de inicio de las consultas, dos horas antes del verdadero inicio. O sea que había un horario para la agenda del dentista y un horario para él. El tratamiento dental transcurrió de modo satisfactorio, hasta el día que la dentista le contó el secreto. De ahí en adelante, volvió a retrasarse. ¿Qué hacer ante una dificultad tal? Es evidente que el principio temporal de la práctica lacaniana, impide que el analista lo pueda tratar de la misma forma que el dentista. Entonces, el analista interviene de la siguiente manera: " De ahora en adelante usted no tendrá un horario fijo, venga el día y a la hora que usted quiera". De este modo, pasó a estar siempre entre dos pacientes. Como sabía que no tenía un horario fijo y que podría estar ocupando el horario de otro, pasó a aceptar, con el transcurrir de las sesiones, la introducción de otro tiempo: el tiempo de la urgencia. Se ve que el analista, en este caso, hizo posible introducir una dimensión temporal que permitió al sujeto confrontarse con la erótica de la procastinación, cuya finalidad es aprisionar el tiempo en cuanto pura cantidad, cantidad al servicio de su falicismo obsesivo. Es corriente encontrarse con sujetos obsesivos que ya llegan a la sesión con el pensamiento vuelto hacia el momento en que el analista lo interrumpirá. Si el analista está, de entrada, colocado en la posición de quien va a dividirlo, el sujeto, a su vez, se vale de la duración del tiempo como un medio de evitar el encuentro angustiante, para él, con el analista. Como efecto, la estrategia del sujeto para evitar ese encuentro e instalar al analista en la posición de espera, devolviéndole así lo que es, para el sujeto, el precio exorbitante de la castración. El retraso asume, por lo tanto, el sentido de la espera y del no- encuentro que , de alguna manera, contrabandea , a su favor, el valor fálico inscrito en su relación erótica con la duración. No es preciso profundizar esta construcción para concluir que el manejo estándar del tiempo , sea en la forma de la sesión de tiempo fijo, sea en la interrupción exigida por el retraso del paciente, no operan los efectos esperados para un trabajo analítico sólido con el obsesivo. Lo que me parece interesante en la solución encontrada por el analista que conduce el caso, es introducir el principio de reducción de la sesión analítica que haga extraer el tiempo de su duración. En el fondo, se puede decir que la fantasía del obsesivo, en su falicismo, es tornar infinita la duración del tiempo. Todas sus peripecias sinuosas y astutas con la duración del tiempo es contrabandearlo según el sentido de su síntoma obsesivo, a saber: el tiempo vale por su cantidad pasible de ser contabilizada y manipulada según la estrategia de sus juegos de engaño con el Otro de la castración. Tal vez podríamos resumir su erótica para con el tiempo en los siguientes términos: el tiempo sin duración no tiene ningún sentido. De otro modo, él siempre supone que podría producir algún sentido si la duración del tiempo fuera infinita. Si el tiempo no tiene duración, luego no tiene sentido alguno continuar hablándole al analista. En suma, lo que el deseo del analista ocasionó, en los términos de su intervención, es reabrir el encuentro con el lado traumático del analista en posición de objeto, forzando la reducción rigurosa de la duración y, por tanto, la reducción del sentido. El tiempo y su sucesión realLa tesis clínica de que el tiempo no es su duración , tesis capital para comprender la erótica del tiempo en este caso de neurosis obsesiva, está ampliamente presente en la elaboración lacaniana del tiempo lógico. Ella se refiere a los momentos en que Lacan se enfrenta a la concepción bergsoniana del tiempo. J-A Miller, en "les us du laps" observa que el escrito de Lacan fue redactado con una preocupación por hacer un uso lo más económico posible del término "duración" [5]. Para explicitar la noción de duración en Bergson, Miller cita un momento de su obra que se tornó célebre para entender ese punto: "¿ Porque debo esperar que el azúcar se disuelva en mi café? Si la duración del fenómeno es relativa para el físico , en tanto ella se reduce a un cierto número de unidades de tiempo y que estas unidades son tantas como se quieran, esta duración es absoluta para mi conciencia, puesto que coincide con un cierto grado de impaciencia " [6] La idea que está presente en este pasaje de la obra de Bergson, es que la medida matemática y puntual del tiempo suprime el tiempo y su transcurrir, que se presume medir, restableciendo el espacio. Los números utilizados como medida del tiempo son , naturalmente, relativos a la unidad de medida escogida y relativos entre sí. El tiempo de duración, aquello que hace que una cosa sea esperada con más o menos impaciencia o ansiedad, , no es verdaderamente valorable por el pasaje simultáneo de los minutos de espera que observo en la esfera de mi reloj ; constituye una realidad absoluta más allá de toda medida. El tiempo numerado o geométrico no es más aprehendido en su realidad temporal efectiva orientada hacia el futuro desconocido; es colocado dentro del espacio, delante de nosotros, pasado y futuro, siendo simultáneamente presentes para la conciencia. Para Bergson, el carácter de simultaneidad propio de ese tiempo matematizado no es más el tiempo. En ese sentido, el único tiempo que existe, para él, es la duración, aquél que yo experimento, muy concreta y realmente, como pura sucesión, por medio de la conciencia aguda de que el presente no es idéntico al pasado y el futuro no será igual al presente. Se puede decir que, en un primer abordaje, Lacan estaría de acuerdo con Bergson ya que tampoco para él se capta el tiempo por medio de la simultaneidad, vía por la cual se torna absolutamente homogéneo al tiempo espacializado. Y si, en este caso, el tiempo aparece como sucesión, no se trata de una sucesión concerniente a un tiempo, designado como "concreto", porque equivale a una realidad susceptible de asumir diferentes cualidades psicológicas. Para Lacan, si el tiempo es sucesión, se trata de una "sucesión real" capaz de desvelar diferencias que están más allá de las intensidades y cualidades psicológicas, diferencias que, en último análisis, se remontan a las estructuras lógicas y subjetivas del tiempo que son heterogéneas y distintas entre sí. Como intento de alcanzar esa sucesión real, es necesario al mismo tiempo hacer prevalecer el valor sofístico de la experiencia con el tiempo, valor que se expresa por la condición del sujeto para transformar la "insolubilidad" del problema con un factor de cálculo lógico que viabiliza su "solubilidad". Así, este punto sofístico aparece cuando el problema insoluble se vuelve soluble porque el sujeto autorizó introducir en los datos del problema la propia insolubilidad. A ese propósito, importa reafirmar que, al contrario de la perspectiva de Bergson, una diferencia se impone, para Lacan, entre el tiempo y la duración psicológica. En su escrito de 1945, se asiste a la emergencia de una nueva identidad del tiempo, un tiempo que naturalizado por la lógica ocasiona el pasaje de una etapa en que un problema insoluble se torna, en una segunda etapa, un dato para la solubilidad del mismo problema. No es en forma alguna la idea de la concretud del tiempo, marcada por la intensidad de la angustia y de la palpitación, explicitada en tanto experiencia de espera del azúcar que se disuelve en la taza de Bergson o de la espera de la hora del inicio de la sesión para el sujeto C. Decir que es necesario extraer el tiempo de su duración, en el caso C, es buscar introducir el valor sofístico del tiempo; es, por tanto, hacer valer otra materialidad- distinta de la llamada concretud de los estados de conciencia- es la materialidad del significante que, además, posee la misma consistencia del sujeto del habla. Se concluye , así, que la sucesión real con la cual el analista tiene que vérselas, es el tiempo tomado como efecto de a estructura significante. O sea que lo que se designa como estructuras temporales es el hecho de que " el tiempo es él mismo un efecto de la estructura significante"[7]. Es, exactamente, lo que permite afirmar que si la estructura significante determina la posición subjetiva de la espera, esencial en la erótica del tiempo en ese sujeto, ella exige, igualmente, del lado del analista, la modulación temporal de la urgencia. Es la urgencia la que abre la posibilidad del sujeto de encontrarse con la procastinación del tiempo entendida como la suspención del goce, sin que con esto haya anulación del goce. En la erótica de la espera no hay negativo del goce, o sea, en la espera hay siempre un goce específico de la suspensión del goce que fue suficientemente tratado por la llamada experiencia anal [8]. Es sabido que Lacan establece una lectura innovadora de esta experiencia por medio de la dimensión de la demanda del Otro: la demanda de obtener el objeto anal. Sin embargo, lo que más llama la atención en esta lectura, es que en esta estrategia de transformar la demanda del Otro en objeto, prevalece una maniobra con el tiempo que se vale de la espera. Es por medio de la espera que el Otro demanda al sujeto el objeto anal, al mismo tiempo que el sujeto obtiene de él el objeto de la demanda. Si la espera es una categoría temporal crucial para la erótica del tiempo en la obsesión, es porque ella mantiene al Otro en suspenso, para hacer con él, que le dé su objeto. |
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Notas 1- Lacan, J: El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Escritos. Siglo XXI 2- Bergson, H. : Durée et simultaneité . PUF, 1968, p.41. 3- Si en muchos momentos Lacan había dado pruebas de un cierto desprecio respecto a la reflexión humanista en torno a la libertad, en otros, se vale de esta discusión para abrir una vía de acceso a la cuestión de qué es el acto analítico. Ver a este respecto: VASALLO, S: Sartre y Lacan. Le verbe être: entre concpt e fantasme . L' Harmattan. París 2003. 4- Campos, S. Relato de Caso Clínico. Conversación de la EBP- MG, Belo Horizonte, 18 de octubre de 2003. 5- Miller J-A. Les us du laps. Orientación Lacaniana. Clñase del 10 de mayo de 2000. 6- Bergson, H. L´évolution créatrice (1907). PUF, París 1962, p.338-339. 7- Miller J-A. Les us du laps . Clase del 17 de mayo del 2000. 8- Miller, J-A: A erótica do tempo (2000), Latusa-EBP/RJ, Río de Janeiro, 2000. 9- Miller , J-A. Idem. |
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Los caminos de la decisión | ||||||||||||
Ricardo Seldes 1. Decisión y certidumbre Tanto en la indicación como en la contraindicación se produce lo que llamamos una decisión. ¿De que decisión se trata? No se trata de una mera decisión diagnóstica ya que no nos alcanza con las clasificaciones de estructura para dar una automática indicación de análisis. Hemos partido de la premisa, ya muy comentada, de que no hay contraindicaciones a priori al encuentro con un analista. Repetirlo permanentemente tiene algunos riesgos - como suele suceder con algunas ideas que verdaderamente tocan por su precisión- y es que se transforme en una especie de slogan, en el grito de guerra de un clan. El problema de los slogans es que se les otorga un sentido tan pleno que entonces nos haría decir, por ejemplo, ya que no hay contraindicaciones al análisis para qué investigar sobre esto. O al contrario, podría transformarse en un puro sinsentido, una máxima totalizante que tendría como consecuencia un empuje universal al análisis. No hablaríamos de contraindicaciones si no tuviésemos en cuenta tal caso o tal otro de nuestra práctica o de la de nuestros colegas, en donde podamos mostrar si indicar un análisis fue o no un problema, fue o no lo que convenía hacerse y, dar cuenta en lo posible del por qué. Son los ejemplos los que nos permiten captar mejor los principios y, por supuesto, recordar que no estamos solamente hablando entre nosotros sino que intentamos entrar en diálogo con la sociedad y con el otro psicoanálisis, y que al demostrar nuestras diferencias con las psicoterapias, podamos probar qué se puede esperar de un psicoanálisis lacaniano. En un artículo titulado Lacan y la salvaguarda de las certidumbres en la clínica [3], François Leguil ha señalado que la clínica implica que el saber está del lado del agente, porque con esta condición, la responsabilidad de lo que será elaborado, transformado, decidido, puede ser asumido. La certeza que se desprende a partir del discurso analítico se diferencia notablemente de la que surge del discurso universitario, el que reina en la clínica médica contemporánea. El planteo del discurso analítico es que la certeza depende de un acto y que no hay acto sin que un sujeto quede implicado. Subrayamos entonces la implicación del sujeto. La primera certeza que tenemos en nuestra práctica y que concierne en especial a las indicaciones y contraindicaciones, es que no respondemos por la puesta en función de un saber que vale para todos, lo que daría una certidumbre sin sujeto. Sostenemos que hay una ignorancia en juego de parte del analista (docta seguramente), que le dice que cada caso es un nuevo caso, y que si el analista ocupa la función de un supuesto saber, lo es en tanto vale para uno. La contrapartida la tenemos en las clasificaciones del DSM IV, un saber englobante que se desentiende de que se capte o no la naturaleza de la certeza del sujeto que nos habla, de su goce, que desconoce el efecto subjetivo, es decir, homogeneiza el sufrimiento de cada uno. 2. El arte del diagnóstico La aporía de la aplicación es la que designa al conjunto de dificultades que se generan a causa de la necesidad de aplicar normas generales a situaciones individuales y concretas, y que el acto nunca estará en libertad para desentenderse de la singularidad del caso concreto. Tal como lo plantea Wolfang Wieland, la idea de que lo singular no puede nunca ser captado exhaustivamente en el plano del concepto pertenece al legado básico de la tradición ontológica. Finalmente señala que en el obrar (en la resolución práctica) no se puede estar jamás seguro de si es lícito aplicar la norma: "los sistemas de normas, tomados como un todo, prácticamente no resultan funcionales cuando se trata de regular hechos de la vida". [5] J-A. Miller propone pensar el diagnóstico como un arte, más exactamente como un arte de juzgar un caso sin regla y sin clase ya establecida. [6] Sabemos del artificio de las categorías que tienen como fundamento la práctica lingüística de los que tienen que ver con lo que tratamos. No hay clases naturales, sino que en tanto son semblantes, deben ser muy conversadas, reina el artificialismo y se exige un constante pragmatismo, del cual nosotros no escapamos. Sin embargo contamos con el elemento esencial que nos permite afrontar este problema y es estar advertidos que lo universal de la clase, nunca está completamente presente en un individuo. El individuo puede ser ejemplo de una clase pero siempre lo será con una laguna, nunca será un ejemplar perfecto. Nuestro campeón en este certamen es el sujeto, ya que hay sujeto cada vez que el individuo se aparta de la especie, del género, de lo universal. Tratamos entonces de no aplastar al sujeto con las clases que utilizamos, ya que es lo que nosotros denominamos *el caso* el que hará surgir al sujeto en el apartamiento de la regla. La fórmula universal para el psicoanálisis lacaniano es que sólo hay excepciones a la regla, y el caso particular no es nunca el caso de una regla o de una clase. La práctica no será la aplicación de la teoría, aunque precise de ella. Es la práctica la que descubre o redescubre en cada caso los principios que podrán dominarlo. Se trata de redescubrir los principios del caso en cada caso. [7] Tenemos entonces que entre lo universal y el caso particular debemos insertar el acto de juzgar, es decir una decisión. Nada automático. [8] 3. El decisionismo de Schmitt y el de Lacan El problema crucial del derecho, para Carl Schmitt, no es la validez de un sistema jurídico sino su eficacia en una situación concreta. A esta conclusión lo conduce la existencia de "estados de excepción" o situaciones de peligro concreto para la vida del Estado. Dado que ninguna norma resulta aplicable a una situación normal, en el caso de extrema necesidad, el elemento decisional de lo jurídico "se libera de toda atadura normativa y deviene en este sentido algo absoluto" La decisión sobre la excepción, dice Schmitt, "es una decisión en el verdadero sentido de la palabra". [10] En tanto el pensamiento constitucionalista liberal busca enmascarar el elemento personal de la soberanía bajo la ficción de que son leyes objetivas y no voluntades humanas las que gobiernan, Schmitt señala que esta ilusión se desvanece ante la emergencia del estado de excepción. El caso crítico destruye la norma revelando que "aquel que decide sobre la excepción" es el soberano dentro del estado. Según Schmitt, la relación entre soberanía y decisión es típica de lo que él llama una filosofía decisionista del derecho. El representante clásico de este tipo de pensamiento legal es Thomas Hobbes para quien el derecho -contrariamente a la tradición aristotélico-escolástica- no es razón sino voluntad. En su interpretación de Hobbes, Schmitt sugiere que la existencia del Estado podría fundarse en cierta verdad o valor trascendental. Esta verdad o valor, no obstante, sólo puede ser interpretada por el soberano. Lo que interesa entonces no es la existencia de una verdad que funde el Estado sino que alguien se halle investido de la autoridad suficiente para determinar lo que esa verdad es o significa. ¿Quién interpreta? sería así la pregunta esencial acerca de los fundamentos normativos del Estado. Schmitt hace de la guerra una amenaza permanente para la autoridad del Estado. En términos jurídicos, esto significa que la relación entre decisión soberana y excepción también se halla invertida. En Hobbes, el estado de guerra -la excepción por excelencia- es parte de una existencia prepolítica y, por lo tanto, prejurídica. Para Schmitt, por el contrario, la excepción, siendo diferente de la anarquía o el caos, "permanece dentro del esquema de lo jurídico". En otras palabras, Schmitt incorpora la excepción dentro del orden político y legal. De la misma manera en que para el normativista la excepción nada prueba dentro de un orden legal, Schmitt busca demostrar que la excepción, no la norma, revela la naturaleza real del derecho. Lo que generalmente ocurre carece de interés. "La regla", dice Schmitt, "nada prueba; la excepción todo: confirma no sólo la regla sino también su existencia, la cual sólo deriva de la excepción". [11] Schmitt diferencia legalidad de legitimidad, la legalidad es lo que surge de la ley como la misma para todos. Mientras que la legitimidad resulta del hecho de hacer coexistir las dos fórmulas del régimen edípico, es decir que tenemos el para todos, los que debemos cumplir con las leyes, y la excepción, el al menos uno que no. En la lógica edípica, la del lado izquierdo de las fórmulas de la sexuación, cuanto más se apunte a la norma, más se pagará el precio del retorno al amo. Las indicaciones y contraindicaciones nos permiten tratar de entender algunos principios del psicoanálisis, o mejor dicho cómo la práctica lacaniana es sin standards, es decir sin la normatividad llevada a su cenit, ya que eso sólo conduce a lo uniano. Nuestra norma dice que todos los casos son diferentes. Miller ha planteado que existe una solidaridad entre la homogeneidad y el surgimiento de lo heterogéneo de una excepción compacta, lo cual nos da el Edipo. Si nos planteamos una clínica que vaya más allá del Edipo apuntamos entonces a lo que se le opone, al lado derecho de las fórmulas, el no hay que no, lo femenino, lo que abre la serie, lo múltiple, la serie de los analistas inclusive. Lo interesante es que este lado no forma un todo y es a la vez cada uno para sí y precisa verificación. En la lógica edípica si algo falta o sobra se señala el agujero, la castración que depende del Uno y hasta las enseñanzas de Lacan, eso condicionaba la teoría y la clínica analítica. Lo que Lacan plantea es que la decisión, la verdadera decisión, no se refiera al Todos y al menos uno (o el más uno) sino lo que el lado femenino mismo, aparece como lo verdaderamente no excepcional en tanto cada mujer es excepcional, lo que apunta a la serie, en tanto se trata de un conjunto abierto al que se le sustrajo la medida justa, el límite, la excepción y que empuja a perseverar, a enumerar sin fin, a inventar. En tanto no estandarizada ubicaremos a la función deseo del analista, como el ingenio del analista. 4. Decisión y responsabilidad La responsabilidad va de la mano de la culpabilidad, y esta es ceder al deseo o sea a la responsabilidad, que es la aptitud de responder al caso, a la contingencia. Lo que cuenta no es sólo la responsabilidad subjetiva, principio freudiano, sino la responsabilidad del analista, que no es sujeto en el discurso analítico pero debe dar una respuesta. Entre los lacanianos, una de las constantes es pensar que no se debe analizar a un canalla, que eso lo hace un tonto. Y no hay nada más peligroso que un canalla atontado, no mide nada. Lacan alertó sobre esta posibilidad especialmente en el caso de que se trate de un canalla-analista. Tampoco se analiza a un débil. Sin embargo constatamos que hay débiles en tratamiento con un psicoanalista. El mismo Lacan lo plantea, "cuando por inadvertencias, tomé en psicoanálisis, lo que Freud, no habría tenido el derecho sino, parecería, el deber de descartar de él, a saber un débil mental"....Concluye con una ironía: "...no hay psicoanálisis, debo decir, que marche mejor, si se entiende por eso la alegría del psicoanalista."[13] Ajustemos un poco más los términos. Eric Laurent ha precisado cómo la función de la decisión es crucial con relación a la repetición neurótica que se anuda en la necesidad de culpabilidad. La guía de acción del neurótico no es la decisión sino la inercia. Es culpable y recomenzará todo el tiempo, la inercia es la guía de la elección. Mientras que, en el sentido contrario, Lacan ha realzado la acción analítica de provocar la decisión [14]. Lo cual ya nos conduce a la idea de que no se trata exclusivamente de la decisión del psicoanalista para arribar a la indicación o a la contraindicación al análisis. El espíritu del psicoanálisis es el de provocar la decisión en el sujeto. La decisión concierne al acto y a la prisa por concluir, funciona tanto del lado del analista como del paciente. Como ha escrito Silvia Tendlarz del lado del analista expresa una política de la dirección de la cura, del lado del analizante no opera sólo al final sino que también involucra los distintos momentos de atravesamiento del fantasma que se traducen en cambios de posiciones subjetivas.[15] Las indicaciones y contraindicaciones de la práctica lacaniana, sin standards implica entonces aceptar y promover la decisión del tacto, el que depende de un acto que no es automatizable, en tanto la razón, la gran razón que nos guía, es que cada analizante debe inventar la manera según la cual él subsume su caso bajo la regla universal de la especie de los sujetos: cada uno tiene en su síntoma su sentido particular, producto incesante de la universal negativa que echa a andar al inconciente como máquina de discurrir, en tanto la relación entre los sexos no puede escribirse. |
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Notas 1- Caroz, Gil - Quatre portes d’entrée à la question des Indications et contre-indications au traitement psychanalytique - (Compte-rendu du 1er intercartel électronique de la NLS) 2- Lacan, Jacques – El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Escritos I – Siglo XXI - Pág. 196 3- Leguil, François - Lacan et la sauvegarde des certitudes dans la clinique – en Rivages N° 8 Bulletin de l’Association de la cause freudienne Estérel-Côte d’Azur 4- Wieland, Wolfang, Aporías de la Razón práctica en La razón y su praxis – Editorial Biblos- Pág. 23 y sig. 5- Idem, pág. 28 6- Miller, Jacques-Alain. El ruiseñor de Lacan en Del Edipo a la sexuación- Paidós/Icba - Págs. 245 a 265 7- ídem - Pág. 259 8- Interesa en este punto ver El arte del diagnóstico, trabajo del Colegio Epistemológico y Experimental en http://www.eamericano.com.ar/simultaneas/colegioepistem/textos/elarte.rtf 9- Miller, J-A. De la Naturaleza de los semblantes – Paidós – págs. 55 a 84 10- Schmitt, Carl. Teología Política – en Carl Schmitt, Teólogo de la Política por Héctor Orestes Aguilar – Fondo de Cultura Económica págs 43 a 53 11- ver también Carl Schmitt, su época y su pensamiento, Eudeba (compiladores: Jorge Dotti y Julio Pinto) 12- Lacan, J. Seminario Problemas Cruciales para el psicoanálisis – inédito - Clase del 5/5/65 13- Lacan, J. Seminario De un Otro al otro – inédito - Clase del 12/2/69 14- Laurent, Eric en el curso con J-A.Miller Del Otro que no existe y sus comités de ética, clase del 28/5/97 15- Tendlarz, Silvia La objeción del tiempo a la neutralidad |
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El materialismo (motérialisme) de la sesión corta | ||||||||||||
Esthela Solano Suarez "Tú sabes lo que es el lenguaje: no hay nada que siempre no signifique, no se acomode, no se reacomode; y él es doble, verdadero tanto como falso" I) El punto de capitón Volver legible el más allá de la palabra en la experiencia analítica, trae aparejado que se estudie "la función del significante en el inconsciente" [2]. Esta proposición será el eje del programa de trabajo del seminario "Las formaciones del inconsciente", cuyo argumento da Lacan en el curso de la primera lección. Por esta razón, Lacan retoma la distinción introducida por la lingüística entre el Significante y el significado, que evoca en consecuencia el esquema dado por Saussure en su Curso, donde se ve la doble onda paralela del significante y del significado, ambos distintos y que deslizan sin cesar el uno sobre el otro. Sin embargo, Lacan introducirá allí un aporte fundamental, cuando plantea que entre la cadena significante y la corriente del significado hay un deslizamiento recíproco, pero también una ligazón, la que se cumple por un punto de abrochamiento que hace nudo entre el tejido de uno y el tejido del otro. Este punto de abrochamiento recibe de Lacan el nombre de punto de capitón cuya representación consiste en el entrecruzamiento en sentido inverso de dos líneas: IMAGEN A través del entrecruzamiento de estas dos líneas en sentido inverso, Lacan vuelve sensible la dimensión temporal inherente a la experiencia de la palabra y a la constitución de los efectos de sentido. A propósito de esto, J.-A. Miller [3] señala que el punto de capitón vuelve sensible la doble temporalidad que sale a la luz en la experiencia de la palabra, que viene a contradecir la simple temporalidad lineal. Esta doble dimensión temporal comporta una primera dimensión temporal, T1, representada por el vector que va de izquierda a derecha, la que marca el trazo del tiempo que pasa, siempre abierto a lo posible. Este tiempo T1 es redoblado por una segunda dimensión temporal, T2, la que presentifica el funcionamiento de una temporalidad retroactiva, que se dirige hacia el pasado. Este vector retrógrado es constitutivo del efecto de significación anudándose en el punto de capitón. El entrecruzamiento en sentido inverso de estas dos líneas, a través de las cuales Lacan construye el grafo del deseo, comporta según J.-A. Miller una estratificación del tiempo. El primer vector temporal es el de la cadena significante. Está caracterizado por el despliegue de elementos fonológicos diferenciales, de los que Lacan recuerda que en tanto significantes, son fundadores del retruécano y de los juegos de palabras. Así, esta línea incluye todas las posibilidades de reinterpretación, de resonancias, de efectos metafóricos y metonímicos. El vector retrógrado es según Lacan, aquel donde se despliega lo que da cuenta de los empleos del significante en el uso del discurso, constituido, dice él, desde puntos semánticos fijos. Acá, la puesta en juego de los elementos, cuyo sentido es definido por el uso, contribuye a que haya menos creación de sentido, lo cual según Lacan es característico del discurso vacío. Estos dos vectores, de los cuales uno va en sentido contrario del otro, se cortan en dos puntos: El primer punto es anotado A. La letra designa acá un lugar y se lee "lugar del Otro", como lugar del tesoro del significante. En este lugar se aloja el código, el cual debe ser respetado para que haya audición del discurso. El segundo punto no caracteriza un lugar, sino un momento. En este punto de encuentro anotado s (A ) se cierra el bucle, que constituye a partir del código que ha cruzado, el sentido. En este momento, llamado de escansión temporal adviene, en la constitución del mensaje, el sentido. Como es fácil de concebir, sin la línea de retorno, y sin el punto de capitón, no habría efectos de sentido, incluso de verdad. Estos dos puntos constituyen el nudo mínimo del discurso, nos recuerda Lacan, y este nudo introduce la distinción del plano del enunciado del de la enunciación. La creación de sentido es lo propio del chiste. El inconsciente, a través de sus formaciones diversas testimonia que guarda una relación estructural con el Witz en tanto éste se caracteriza por la emergencia de un sentido nuevo, violando el código. La experiencia del Witz permite captar que es en la escansión temporal, incluso en el punto de capitón, que surge en el lugar del oyente que da su consentimiento a la creación de sentido inédito, rompiendo y violando el código, se produce el surgimiento de un sentido nuevo. Por esto, J.-A. Miller indica que el punto de capitón no tiene una estructura homogénea con relación a los otros puntos de la línea. Es sobre este punto que se produce una reversión del vector temporal. La duración de la sesión analítica, tal como ha sido concebida por Lacan, responde a la lógica de la escansión temporal del discurso. La sesión analítica lacaniana está a la hora de la fulgurancia del Witz, y "del salto del león" freudiano, ambos antinómicos de la duración cuantitativa, fija, inmutable. Por este hecho, J.-A. Miller concibe la sesión analítica como siendo un lapso de tiempo en el curso del cual el sujeto es llevado a hacer la experiencia pura de la reversión temporal, la que determina la significación del inconsciente como respondiendo a la ilusión estructural del Sujeto supuesto saber. Por esto, lo que es dicho en la sesión analítica es experimentado por el sujeto como teniendo la significación del inconsciente, y por esto, lo que es dicho toma el sentido de haber sido ya escrito. Dicho de otra manera, la escansión temporal de la sesión analítica, transforma la puntuación del texto del analizante y hace emerger un sentido nuevo. Este sentido, en tanto efecto de creación, en el momento que toma el sentido de ser inconsciente, emerge como siendo ya escrito. Lacan dirá algunos años más tarde de su grafo "que él soporta una dinámica temporal" [4]. Nos recuerda entonces que dio una dimensión temporal del funcionamiento de la cadena significante, en la sucesión, introduciendo a través de la escansión un elemento heterogéneo, un elemento de más. Este punto que se agrega a la sucesión, que está "fuera de línea" con relación a la sucesión de elementos da cuenta del funcionamiento de la prisa lógica. Este elemento heterogéneo es lo propio de la interpretación para J.-A. Miller. En efecto, pone en evidencia que si la interpretación se inscribe en el tiempo, ella lo hace bajo la forma de la sorpresa. Esta caracteriza un tiempo específico, un momento que no es homogéneo con relación al tiempo de la palabra, porque se trata de un acontecimiento imprevisto y no regular. Concebimos entonces que la sorpresa, bajo la forma de la prisa, viene a hacer corte en la temporalidad de la sucesión característica de la palabra. |
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Traducción: María Inés Negri Notas |
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El principio de reducción (o como comerse un caracol) [1] | ||||||||||||
Graciela Brodsky Hace algunos años J.-A. Miller dio un seminario en Bahía sobre El hueso de un análisis. El tema fue retomado luego en Paris, en su curso (inédito) El partenaire síntoma. La presente contribución retoma lo esencial de ese recorrido. Miller propone allí que en le camino de la palabra analizante lo que se pone de manifiesto es que ésta gira alrededor de un punto fijo, aproximándose a un núcleo central. Cuando esto no se produce provoca el sentimiento de estar en falta respecto de la lógica de la cura. Esto lo lleva entonces a proponer como concepto general, que no tiene afinidades con tal o cual período de la enseñanza de Lacan, la existencia en el análisis de una operación de reducción. Mi idea actual es intentar hacer de esta operación un principio de la práctica lacaniana, a pesar de que todo en la práctica psicoanalítica va en el sentido contrario y tiende a la amplificación, en especial la amplificación del sentido. La ampliación semántica acompaña necesariamente el despliegue de la cadena significante porque un significante sólo adquiere significación por su conexión, ya sea metafórica, ya sea metonímica, con otro significante. Y así hasta el infinito. Pero también hay una amplificación producto de la homofonía, añade Miller, una ampliación por el sonido, y no por el sentido, que por ejemplo se manifiesta especialmente en la esquizofrenia, pero del que hay otros ejemplos, como el de Joyce, que han hecho proliferar la lengua a partir de la homofonía interlingüística. Por último, Miller evoca la proliferación de la referencia. Entonces, sentido, sonido y referencia son los recursos, inagotables en cierto modo, que se explotan cuando se hacen resonar los poderes de la palabra. Esta proliferación, que es congruente con la estructura del lenguaje, tiene sobre la práctica analítica un efecto de prolongación sin que se vea de donde podría venir una detención, ni de la sesión ni del análisis. Cuando se dice que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, lo primero que hay que ubicar es que la consecuencia es el análisis interminable. Eso conduce a la necesidad de recurrir a algo exterior a la sesión misma -el reloj, por ejemplo- que libera al analista de tener que quedarse durante un tiempo infinito siguiendo la proliferación de la cadena significante. Parece extremo, pero la lógica del significante conduce a la Biblioteca total. Se comprende entonces que si se hace de la reducción de la proliferación significante un principio, se trata de esos principios de la práctica que van contra otro principio, en este caso, contra el principio diacrítico se Saussure, así como en otra ocasión mencionamos que para Lacan la regla fundamental iba contra el principio de placer, o que la interpretación iba contra el Inconsciente. Se trata del principio como regla de acción que contradice el principio como axioma (fantasmático) o como ley (del lenguaje, por ejemplo). O, para decirlo de otro modo, se trata de la tensión entre el discurso del Icc, equiparado por Lacan al discurso del Amo, y el discurso del analista, que quiere ser su revés. De todos modos, habría que hilar mas fino. La amplificación significante del lenguaje no es exactamente equivalente en la sesión analítica y en el diccionario, o en la narrativa, por ejemplo. El descubrimiento freudiano no fue tanto demostrar que una palabra trae a la otra porque existe entre ambas una conexión oculta, un enlace inconsciente, sino poner de relieve que si se deja hablar lo suficiente a alguien la sorpresa es que siempre dice más o menos lo mismo, que se trata, como en la música, de variaciones sobre un mismo tema donde siempre se puede identificar el mismo estribillo como telón de fondo. Es lo que llamamos repetición. Sin embargo esta repetición no prolonga una cadena significante en línea recta hacia el infinito sino que va delineando un recorrido circular en torno a un punto fijo, recorrido que en el seminario 7 Lacan equipara con el principio de placer. La contra cara de esta repetición en redondo en torno a un centro es la evitación del encuentro con este núcleo que en dicho seminario es presentado como la Cosa (Das Ding). En este sentido, repetición de un mismo circuito y evitación de un mismo núcleo introducen ya un límite a la proliferación en la medida en que hacen presente “lo mismo”. Es lo que le permite a Miller indicar a la repetición y a la evitación como dos modos de reducción que acotan la proliferación significante. La pregunta que se plantea entonces es qué es lo propio de la sesión analítica que transforma la amplificación significante propia de las leyes del lenguaje en una repetición y en una evitación de lo mismo. La búsqueda de una respuesta es lo que lleva a Lacan a agregar a la escritura de la cadena significante y su efecto subjetivo, un elemento exterior al lenguaje que se segrega cuando el inconsciente se pone en ejercicio. Pienso que esta alteración del lenguaje en el dispositivo analítico es necesariamente producto de la presencia misma del analista. Que es el propio analista, en tanto consienta a encarnar ese objeto que fuerza a la repetición y a la evitación, el que impide la proliferación indefinida del lenguaje. Retomo en este punto la indicación preciosa de Marco Focchi en Papers 6, cuando propone que la única regla del encuadre lacaniano es que analista y analizante compartan el espacio de la sesión, independientemente de dónde esta se realice. A la repetición y la evitación hay que sumarle ahora la convergencia. La convergencia, a diferencia de la repetición, no es circular. En cada vuelta dicha (le tour dit- l' etourdit) hay una distancia que se acorta. La convergencia es, entre otras cosas, la referencia latente del caracol que sirve de emblema para el próximo congreso de la AMP. Lacan trabajó la convergencia especialmente en sus seminarios de los años 67, 68, 69 y 70. Allí se dedicó reiteradamente a explorar las propiedades de la serie de Fibonacci ( 1775 ? –1240) de la que se deduce una serie convergente hacia el célebre número de oro que fascinó primero a los artistas y luego a los naturalistas, que la descubrieron, por ejemplo, en los alcauciles (alcachofas), en los coliflores , en las flores, en las piñas de los pinos, en las familias de abejas y también en los caracoles. (puede consultarse en internet). Sin embargo, lo que interesó a Lacan no fue tanto la divina proporción como el carácter de número irracional en el que desemboca la serie convergente. En tanto que número irracional es imposible reducirlo a 1, lo que lo hace apto para representar la imposibilidad de alcanzar el objeto a a través de los significantes, que se aproximan a él sin conseguir atraparlo. Solo es posible capturarlo en el infinito, lo que da lugar a dos concepciones del final del análisis, o bien el análisis es indefinido (si no se quiere decir infinito) o bien el final se alcanza por el salto al límite, única manera de hincar el diente en el cuerpo vivo que la caparazón significante protege. Lacan explota diversas propiedades específicas del número de oro que le sirven para alejar toda creencia en una complementariedad entre el sujeto y el objeto, lo que daría acceso a la unidad, a un Uno ilusorio sostenido en el fantasma (véase Natalie Charraud, en Qui sont vos analystes?) Para decirlo en otros términos, la repetición del trazo puede o bien evitar o bien converger hacia a. En este “o bien o bien “se abre el espacio del acto analítico y se perfila que nuestro empleo del tiempo y nuestro uso de la interpretación como corte son subsidiarios, o se deducen del principio de reducción que orienta nuestra práctica. La reducción significante, con sus tres variantes enunciadas por Miller (repetición, evitación y convergencia) ponen de manifiesto tanto lo que no cesa en su aspecto positivo, lo que no cesa de sí (la repetición) como lo que no cesa de no (la evitación), la conexión necesaria y la conexión imposible. Eso le lleva a indicar que se trata de una reducción simbólica y a proponer al mismo tiempo una segunda reducción, ya no significante, sino de lo que podría llamarse el factor cuantitativo. Esto pertenece a otro registro, no se trata ya de lo posible o de lo imposible sino de lo contingente y lo posible. Puede producirse... o no. Y no es seguro que lo reducción significante desemboque necesariamente en la reducción cuantitativa, libidinal, pulsional. ¿Cesará de escribirse no el trazo, no el S1, sino el goce? Cesará de no escribirse? Es allí donde se juega la eficacia del acto analítico. Como indicación final diré que la reducción significante y la reducción de goce se intersectan en la reducción del sentido. Los Papers escritos por Esthela Solano exploran este punto. La contribución de Leonardo Gorostiza que se publica en este número va en la misma dirección. ¿Qué nombre dar a la reducción “cuantitativa”? Miller propone: caída de las identificaciones, atravesamiento del fantasma. Tal vez sea posible agregar separación. ¿Podríamos considerar la separación un principio de la práctica lacaniana? Continuará. |
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Notas 1- Extracto de la intervención en las Jornadas de la EBP- Río de Janeiro el 7 y 8 de Noviembre de 2003. |
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