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La Escuela
Asamblea y Congresos Ordinarios

XX Congreso Ordinario de la EOL
 

Palabras de Adriana Testa con motivo de su asunción como Presidente de la EOL el 9 de diciembre de 2011

Que hoy me encuentre aquí asumiendo la presidencia de la Escuela de la Orientación Lacaniana, fue en particular una decisión compartida con Mauricio Tarrab, quien hoy da por terminada su función. Sobre la marcha de los cambios estatutarios que el Consejo en su conjunto elaboró durante este año, consideramos oportuno comenzar de este modo el nuevo régimen que seguirá la Escuela: las permutaciones se realizarán en cada Asamblea general de miembros que realizaremos, de ahora en más, a fin de año antes de la realización de las Jornadas anuales.

El año en curso, ha sido especialmente productivo. Los primeros resultados ya están a la vista. El impulso fue dado por la Conversación que nos encontró reunidos, fuera de nuestras actividades habituales, en agosto pasado.

Los primeros resultados son estatutarios y siguen un claro objetivo: que la institución que es también la Escuela no aplaste a la Escuela en la realización de su objeto que es hacer existir el psicoanálisis en la ciudad, en cada ciudad, y en una relación continua con las otras Escuelas que forman parte de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Son también un modo efectivo de ir contra una de las figuras del Otro burocrático desde donde retorna el mensaje cansino de una rutina que día a día desalienta un poco más. Y no digo burocracia a secas porque como tal es inocua e inobjetable, una forma mínima de acuerdos con la que toda institución se pone en movimiento.

¿A quién respondemos? ¿A qué estado de cosas? ¿Cómo respondemos? Son preguntas que se ordenan en relación al fin de nuestras acciones. La política del psicoanálisis, en primer lugar, es el capítulo de los fines, de las finalidades que conciernen a la práctica analítica de cada uno y del conjunto de la Escuela. ¿Para qué? ¿Para obtener qué? Son las mismas preguntas que ordenan la política del pase y su clínica y que definen la Escuela del pase, que es la Escuela Una.

La pregunta por la finalidad es también la pregunta por la causa. Debo decir que hace un tiempo me produce cierta inquietud mencionarla: ¿la causa analítica? ¿La de cada uno que no es común a otras? ¿Cuál es el elemento común cuando decimos la causa analítica? En estos últimos días, pensé con insistencia como plantear que hay cosas de nuestra Escuela que no me gustan. Simplemente así, no sin pasar por alto que es Roland Barthes, quien en su libro El placer del texto, escribe lo que Germán García ha llamado un texto sobre el gusto. Sobre la construcción del texto, Barthes conjuga de un modo fragmentario pero continuo al mismo tiempo, la relación entre deseo, placer y goce. El texto del goce es intransitivo, pero no es ajeno al placer que quiere el lugar de la fractura, el fading que se apodera del sujeto en el centro del goce. No es éste el placer del adormecimiento, es el placer extensivo al goce tanto como le es opuesto. La oposición entre placer y goce es opaca, incierta porque el hilo de su continuidad encuentra su límite en la conquista del Wo Es war, soll Ich werden.

¿Qué aloja nuestra Escuela de esa conquista que encuentra en cada uno su propia causa? Dirijo esta pregunta a nuestra Escuela a 20 años de su fundación, a 30 años de la ausencia de Jacques Lacan. Ingresé al psicoanálisis unos pocos años después. Me cuento entre sus lectores. Y puedo decir que hoy nuestro problema es la enunciación colectiva (Germán García hace este planteo en su último libro sobre el psicoanálisis y las vanguardias) que tras el nombre propio borra, olvida el decir fundante. Suele ser su deriva. Jacques-Alain Miller lo dice de otro modo, poniendo en evidencia el oxímoron "enunciación colectiva". En el año 1995, comenta sobre la École de la Cause freudienne: ¿No habrá llegado el momento de escribir en su frontón la divisa, retomada de Lacan: "No hay enunciación colectiva"? Hoy, esa pregunta también es aleccionadora para nuestra Escuela. Vuelvo sobre la cuestión del gusto. Me valdré de dos referencias inmediatas: la Jornada de carteles en noviembre pasado y el trabajo en la Comisión científica de las Jornadas anuales que comenzarán mañana mismo. En una reunión reciente que tuve con Mauricio Tarrab, a quien le agradezco la interlocución que allí tuvimos, le dije mientras me sentaba, estoy bajo la vorágine y la prisa de las ideas que me han provocado estas dos Jornadas. Con cierto desaliento. Lo prefiero al sentimiento de entusiasmo, un poco despreocupado, que viví en otros momentos. Es el tiempo de volver a estudiar, a investigar el amplísimo espectro de temas que involucran nuestra práctica. Recordé una reunión del Consejo con Éric Laurent, hace unos pocos años atrás, dónde él enfatizó como parte del trabajo a realizar en la Escuela: el ejercicio de la investigación, del estudio, de la escritura. No olvidemos que el matema que orienta nuestra práctica es el significante de la falta en el Otro [S(Ⱥ)], es decir el modo en que cada uno está concernido por la castración.

¿Cómo hacemos posible la enseñanza y la transmisión en la Escuela? ¿Qué de la formación de los analistas a 20 años de la Escuela? Propongo a los miembros de la Escuela, a los que ya están hace 20 años, a los que fueron llegando durante ese lapso y a los recién llegados (si se mezclan mejor), recuperar el instrumento de Escuela que es el cartel. Es un modo de reclutamiento que abre listas, las listas son importantes para la vida de la Escuela. Sabemos que el cartel es un grupo que se da unas reglas de acción que reabsorben o transforman al grupo en otra cosa. Cuatro miembros, más uno en esa función tan peculiar que llamamos "Más uno" (fue el título de una revista preciosa de la Escuela, sobre las lógicas colectivas). Una función extraña a la transmisión del saber porque lo hace posible pero no lo produce por los otros. Leí, esta vez sí con aliento, el texto escrito a partir del trabajo realizado en un cartel (que formará parte de las mesas simultáneas de mañana) una correlación precisa entre la función del más uno en el cartel y la posición del analista. Es ese el ámbito desde donde inducir y legitimar la producción de un saber que autorice a cada uno a proseguir las huellas de su deseo en relación a una formación que esté en consonancia con los avatares de un análisis.

La exposición del cartel del pase, el año pasado, bien puede ser la apertura de una serie. Está publicada en la revista de la Escuela, Lacaniana. A eso me remito, quiero decir, que nuestras actividades deben ser, bajo distintas formas, la vía de exposición de saberes producidos en ese marco de legitimación del saber que es el cartel en la Escuela. No hay voz de Escuela. No hay concilio para decidir la doctrina, no hay consenso que haga ley de pensamiento. Es una forma de transmisión que va a contrapelo del discurso universitario. También propongo la invención de un espacios mínimos de interlocución para la preparación de los trabajos de las jornadas anuales (sobre la marcha tendremos que ver qué forma darle), espacios que creen un movimiento interno de preparación que no se reduzca a las mesas preparatorias.

Hay una diferencia sutil que por sutil no podemos dejar pasar de lado porque juega su partida en el centro mismo de la Escuela. La asociación dispone de mecanismos estatutarios para producir un sujeto supuesto saber, una voluntad, una voz. La Escuela tiene que valerse de esa voluntad hacia adentro y hacia afuera. Otra vez más el Dios Jano de las dos caras muestra su rostro. Hacia afuera, hacia el campo del Otro, que es el campo donde la Escuela valida su autoridad analítica, ¿desde dónde respondemos al Otro contemporáneo que golpea la puerta? La respuesta a esta pregunta es crucial hacia el interior de nuestra Escuela. No podemos responder desde el discurso universitario. Sí podemos hacer uso de él. La relación que la Escuela puede tener con la Universidad no se reduce al uso que podemos hacer del discurso universitario. No estoy hablando de instituciones, de ámbitos de enunciación. Estoy hablando de discursos. La respuesta que cada uno puede dar a esa pregunta es crucial porque no se puede responder desde la institución de un Otro burocrático es decir, desde un código también cansino que dice lo que se debe decir y cómo se debe decir con jirones de jerga. Si respondemos con el "se" dice quedaremos subsumidos en la impotencia de un discurso que se fosiliza como los objetos de descarte y que se doblega ante los imperativos que vienen de otro lado que no es el de un deseo que ha ganado algún saber sobre la opacidad de su propio goce. El psicoanálisis lo hacemos todos en la Escuela, pero a condición que ese Todos no haga precisamente Uno. [Sigo, aquí, la lectura de "El olvido de la interpretación" de Jacques- Alain Miller].

Hace veinte años, la Escuela de la Orientación Lacaniana fue fundada tras un movimiento que vectorizó las fuerzas posibles que dieron lugar a su creación. La fuerza material que compuso ese campo (al modo de un campo magnético) fue el empuje del deseo de los que estuvieron dispuestos a hacer existir el psicoanálisis en nuestra ciudad y en el conjunto del país de un modo diferente, consintiendo al deseo y la decisión de Jacques- Alain Miller de crear una Escuela que acompañara a la École de la Cause Freudienne y a las otras Escuelas que se fueron fundando en el marco de la AMP. Quisiera que podamos recobrar la potencia de ese acto que incidió de manera decisiva en el campo del psicoanálisis de esta ciudad y del país en general.

En marzo completaremos las permutaciones, en esa ocasión podremos presentar algunas ideas más con la forma de un programa a seguir que antes quiero discutir con el Consejo de la Escuela y con quien será nuestro próximo director, Daniel Millas. Agradecezco muy especialmente a los miembros del Consejo, Flory Kruger, Gerardo Maeso, Ana Ruth Najles, Ricardo Nepomiachi, Luis Salamone, Ana Simonetti, Mauricio Tarrab y Luis Tudanca, la confianza que cada uno me ha otorgado y que hace posible que pase a ejercer esta función.

Me encuentro en un lugar que de pronto, casi por imposición, nombré: un lugar inesperado. Gracias.