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El pase
Testimonios

Hasta el colmo del sentido [*]
Gabriela Dargenton
 

1- El dictamen del cartel y la nominación
A casi un año de haber realizado la entrevista con el miembro del Secretariado del Pase, recibí su llamado. Dos consecuencias:

a) experimenté que nos enseña Lacan cuando sitúa al habitante del lenguaje al que le asesta el golpe de un Real. Un nuevo nombre, A.E., con el que habrá que "saber hacerse una conducta".

b) Poder leer lo que pasa de un decir, que no queda ya olvidado en lo dichos y vuelve bajo el modo de la precisión de una escritura de cuatro significantes cruciales en la vida de la sujeto, en la experiencia analítica pero también para el porvenir de la transmisión de sus consecuencias. Estas cuatro palabras fueron: "Esperamos", "encontrar", "decir" y "Real".

Si el dictamen (como lo trabajáramos en las Jornadas Anuales) implica una orientación, reproduciendo algo del pasante, también en mi caso produjo una apertura, algo de lo que llamaré una empuje a la transmisión. El Otro que la escuela constituye en su esencial vacío se escribió allí como reverso del Otro de la "fixión" del fantasma, en el que la sujeto estaba cautiva encarnando, como lo expresa J.A. Miller, el "ser-para-el-goce", dicho: arrojada – Un sueño infantil de angustia muy temprano, repetitivo, cifra aquella posición: una escalera altísima sin peldaños, un abismo adelante y la niña parada en puntas de pie en su extremo, frente al imperativo de bajarla.

Hoy la escuela aloja en su agujero central las vías que hacen posible esperar encontrar un decir sobre lo real de la experiencia analítica. Es también hoy mi apuesta.

La nominación: el A.E. y la Escuela
Decía antes, un nuevo nombre A. E. Dos letras que son marca indeleble, más allá de los tres años que dura su función propiamente dicha, ya que se trata de una nominación con una doble dirección: por un lado liga al A.E. al incurable que el fin de la cura dedujo al punto de su demostración, al modo de hacerlo un saber transmisible para otros, para la escuela; pero por ello mismo, esta garantía demandada, lo liga al mismo tiempo a lo más íntimo de la escuela, ser analista de la experiencia de la escuela, poder testimoniar sobre los puntos candentes para el psicoanálisis. Es decir otro pasaje, otro tiempo se abre en donde apreciamos el estricto anudamiento entre política y clínica, el pase de analista de la propia experiencia, a analista de la experiencia de la escuela: A.E.

Pienso hoy que el pasaje de lo privado a lo público no se consagra solamente al paso que hay desde el testimonio a los pasadores, al testimonio conceptual a la comunidad que por cierto lo implica, sino también a este otro que ubica al A.E. en cada espacio en el que cumple una función como aquel al que le cabe la responsabilidad institucional de tomar posición en tanto analista de la experiencia de la escuela. Por cierto es necesario para ello, como lo recordara J. A. Miller, una comunidad sensible a esto, es decir, capaz de deponer su impostura correlativa a la inercia cómoda de los sabios, que sólo produce atascamiento, y es solidaria, como ya lo denunciaba Lacan, con las desviaciones producidas en la carrera del poder de las jerarquías ...que conjuga la pregnancia narcisista con la astucia competitiva.

La nominación, su realismo, está justamente situado en que ella no se apoya en ningún ser, en ningún estándar, sino justamente su reverso: la verificación de que allí donde no hay relación sexual posible de ser escrita "hay del analista", es su correlato. Podemos pensar con Lacan que el pase, al verificar cada vez que no hay ser del analista, salvaguarda el refugio de lo real inscribiendo con la nominación que "hay del analista".

De allí que a esas "almas en pena" (A.E. lacaniano), le entrega sin embargo el destino de la escuela.

2- El pase institucional: la demanda de pase y encuentros en el dispositivo.
Pedí el pase habiendo concluido, dos meses antes, un análisis que se extendió por once años y medio, que fue antecedido por una experiencia analítica de dos años a la que me referiré más adelante.

Empezar por el fin fue también la forma lógica que tomó mi discurso tanto en la entrevista con el miembro del secretariado, como con los pasadores.

La primera y única entrevista que en mi caso hubo con el miembro del secretariado transcurrió en un marco de cordialidad y buen encuentro ubicando la pregunta directriz "¿por qué el pase?" como la que abriría mi decir en el testimonio a los pasadores. En aquella primera se puso ya en forma la temporalidad lógica que hubo entre la certeza obtenida en el momento de concluir la transferencia analítica y la decisión de pedir el pase. Asimismo, trasmití ya allí los tiempos lógicos en que se desplegó la experiencia pasada, precisando también los acontecimientos que así la ordenaron.

El primer tiempo que siguió inmediatamente a la conclusión del análisis tuvo como signo el entusiasmo, la alegría y un gran alivio que opera a partir del saber constituido, pero un segundo momento se segregó de aquél –lo llamaré de "ensimismamiento", que mezclaba lo que percibía como estupidez de existencia con una suerte de resignación. Al auxilio del tercer momento, el de la decisión, vino el dictado de un Seminario en el Hospital Neuropsiquiátrico Provincial, en el que dediqué uno de sus módulos a desarrollar las relaciones existentes entre el pasaje al acto, el acting-out y el síntoma con la angustia. Allí se produjeron dos efectos: 1) El retorno del mensaje como "entusiasmo y transmisión"; 2) Darme cuenta que hablaba de mi experiencia.

Del anudamiento entre esto y captar que en ese momento de escepticismo, lo que había en su base era el síntoma como resto incurable del análisis, que se ubicaba entonces como saber asegurado, supe que era preciso "hacer-allí" otra cosa. Puedo decir que en mi caso la elección del pase se presentó como la opción de poner a prueba otro modo de vivir la pulsión. El punto exacto del instante final del último encuentro con mi analista, que fue la experiencia "en cuerpo" del nuevo nombre que yo tenía (analista de mi propia experiencia), junto a la elección que ponía de manifiesto ¿lo toma o sigue?, se inscribió en ese momento de decisión de idéntica manera. Al día siguiente envié la carta al Secretariado. Es decir que del pase clínico al pase institucional hay, en este caso, la escansión que va del entusiasmo al síntoma, no sin lo deducido por la transferencia analítica (pase clínico) que se hace por un lado certeza y, en mi caso, intención de transmisión. El "no sin", como relación de implicación ("esto no anda sin aquello") dice que, como lo señala Germán García, "aquello", el pase clínico es lo que aún queda por definir. Les propongo entonces pensar que el arribar al real más singular de cada uno hace posible su demostración a partir de querer verificarlo, llevando entonces al dispositivo que oferta la escuela: el pase, el reverso del universal del Ideal, que es demostrar aquel imposible por las contingencias que así permitieron su deducción.

A los treinta días de aquella entrevista ya habían sido designados los pasadores, con quienes me comuniqué al día siguiente. Acordamos que en diez días comenzaríamos a trabajar, que viajaría quedándome una semana. Luego de cuatro días de intenso trabajo, nos despedimos, acordando que a la vuelta de mis vacaciones de verano pasaría por Buenos Aires y me quedaría otra semana si fuera necesario.

De estos gratísimos encuentros con lo pasadores, que realizaba a razón de dos por día, sucesivos, con uno y otro, pude experimentar con cada uno, y de modo completamente distinto, el grado cero de suposición de saber y la inmediata instalación de la dirección inversa de la transferencia analítica: el saber que la experiencia había depositado lo suponían en el pasante y era mi misión transmitirlo, porque el pasador nada sabía.

De ello tomaba fuerza mi formalización, como también de sus preguntas que siempre se asentaban en una posición que nombraría como de atento interés, particularizado en cada pasador por alguno de los aspectos de la lógica del caso. De cada encuentro, lo que restaba era fecundo y de allí partía la vez siguiente, incluyendo la orientación de su pregunta en el orden lógico que yo había trazado.

Quiero transmitirles también que el rasgo fundamental de esta experiencia fue el pasaje instantáneo de la tragedia a la comedia: ni una sola entrevista dejó de estar marcada por el chiste ... Nos encontrábamos, -de pronto-, riéndonos.

3- La lógica de la cura y sus acontecimientos
Voy a situar el trazado de mi experiencia analítica a partir de las precipitaciones conclusivas temporales que ubicaron, por sus discontinuidades, un cambio de posición en la tarea analizante con respeto a la relación de la pareja analista-analizante. El eje de esta elaboración de hoy, quizás pueda aproximar una respuesta singular a la pregunta lacaniana siguiente: "Cómo es que un analizante puede tener alguna vez ganas de volverse psicoanalista. Es impensable, llegan a eso como las bolitas de juegos (...) Finalmente, una vez que está allí (...) hay en ese momento algo que se despierta, por eso propuse su estudio". [1]

A. La entrada
Había realizado una experiencia analítica anterior que tuvo el valor de lo que llamaré "un encuentro con la palabra". De esos dos años rescato dos palabras que produjeron una gran conmoción y un tenue principio de detención de la ferocidad superyoica a la que el sujeto se hacía someter. Esas palabras fueron: "¿por qué?" Una demanda de sentido por fuera de la certeza de un imperativo superyoico cuya pendiente implacable había llevado la vida a serios riesgos. Ese pedido de análisis fue solicitado inmediatamente después del nacimiento de la primera hija. Esa primera experiencia culmina por una decisión del analista. Cuatro años más tarde vuelvo a llamarla, habiéndome recibido de Psicomotricista, inmediatamente después del nacimiento de la segunda hija. Me responde dos cosas: que no puede recibirme y que no estudie Lacan, que esa es una teoría incompleta, que un tal J. A. Miller se queda con seminarios y que en Argentina nadie sabe la totalidad de su obra, que mi interés por el cuerpo merece que estudie a Klein.

Inmediatamente, no sólo elegí comenzar mi formación en la institución psicoanalítica lacaniana que dio origen luego a la E.O.L. en Córdoba, sino que allí elegí a quien fue mi analista. Podríamos decir: orientada por el no.

Un hueso duro de roer
Pedí ese segundo análisis porque me había recibido de "psi" y atendía pacientes: el psicoanálisis personal se ubicaba como un ideal de buena conducta, eso que en esas prácticas se llama "una línea más", es decir, cero implicación subjetiva. Dos respuestas en acto del analista, conmueven esta posición discursiva:

I) las citas aumentaban o disminuían su frecuencia cada semana, en un proceso muy prolongado.

II) No las pagaba (aun cuando esto había sido solicitado desde la primera).

El anudamiento entre I) y II) produjeron, en esa baraunda de sentido que la sujeto proponía, la presencia más radical de un vacío de pregunta que se transformaba en: ¿y qué más quiere? Así, el inconsciente hizo su aparición en un lapsus que capta la interpretación y ubica en su sin-sentido una doble vertiente, la relación sintomática del sujeto a su hija mayor que es resto intacto de la demanda anterior de análisis: su ser-madre, y la dirección al Otro.

La entrada se produce luego de ser interrogada por las razones que llevaron a su elección como analista. Fueron tres: 1- que sea mujer; 2- que sea lacaniana, 3- que no me conozca.

Podríamos decir que la elaboración de estas tres condiciones, al punto de su imposibilidad llevó once años y medio. Sólo hago notar en ellas, el modo en que se envolvía un rechazo, un "no", al mismo tiempo en que constituían la pregunta ignorada. En la primera, la condición que ubicaba al analista como la vía posible de encarnar la pregunta femenina por excelencia que existía como rechazo a lo femenino por la vía de la madre, "ama de casa", ama del goce. La segunda responde al "no" del análisis anterior, que toma la forma de desafío al Otro (arrojada en sus dos vertientes), y la tercera que, sabemos, debe negar lo que afirma.

B- La cura
Tres tiempos dividen claramente la experiencia después de la entrada: I- rechazo de todo saber; II- "el cable a tierra", o del inconsciente freudiano al nuestro; III- los tiempos del fin y el advenimiento del analista.

I) El primero se ordena a partir del acontecimiento de la cura que abre el segundo tiempo y que, permitiendo su elaboración, hace girar 180º el trabajo analizante con respecto a la relación al saber y, por esto mismo, al analista. Es solamente entonces, por las consecuencias que tuvo el acontecimiento en el corazón de la relación analítica, que puede aprehenderse algo de la paradoja que implica ubicar en el seno mismo de la transferencia, entendida como amor que se dirige al saber, ubicar, decía, en este caso su rechazo. Y digo paradoja porque éste fue un caso que permite preguntarse: ¿a qué va cinco años ininterrumpidamente un analizante a lo de su analista si lo que queda de eso es su rechazo? El psicoanálisis, desde Freud, nos ha dado más de una respuesta, la clínica de la transferencia negativa podría ejemplificarse con ese caso y situar cómo un sujeto puede dejar de analizarse sin dejar a su analista. Lacan lo denunciaba ya en La dirección de la cura: "(...) que se confunda esa necesidad física de la presencia del paciente en la cita, con la relación analítica, es engañarse...".[2] Más acá, en el tiempo, J. A. Miller[3] nos habla de la transferencia-separación, solidaria del analista como objeto tapón, obturador. A mi juicio, y en lo singular del caso, se opera a partir del aplastamiento del deseo del analista como x, supuesto vacío y del desplazamiento de la presencia del analista a la persona del analista bajo una fórmula que va de la sospecha a la certeza. La fórmula que soporta el lazo transferencial de ese tiempo no es sino el pasaje de una investidura brutal del fantasma del padre gozador que querría la castración de la sujeto, al precio de no ceder el goce pegado a la perversión materna. El fantasma que así se hace consistente en la transferencia es "ella quiere que yo...". Subrayo el "ella" y el "quiere" como la forma sintáctica que inscribe la traslación antes situada. El cese de las asociaciones, el despegue del S.s.S. y con ello el rechazo total a la determinación inconsciente allí en juego, ubican lo que Lacan destaca en el Seminario XXIV, la diferencia entre lo simbólicamente real, de lo realmente simbólico, del que dice: "(...) o sea que lo que de lo Real se connota en el interior de lo simbólico, es la angustia. El síntoma es Real. (...) la única cosa verdaderamente real...".[4] En ese caso, el goce no elaborado que anuda el sujeto al padre y al cuerpo lo encarna el analista, se produce el efecto imaginario que obstaculiza la apertura al Otro y la analizante cesa de decir, o no cesa de decir no, ¿no qué?, no-querer-decir, lo que es contrario a la asociación libre, es un separarse por esta vía, correlato de no pasar a la palabra y con ello la elisión, el rechazo del saber, como saber gozado, que sustrajo, enmudeció y con ello la suposición de saber, necesaria para la transferencia. Graciela Brodsky señalaba en su conferencia de apertura de las Jornadas Nacionales: "el mutismo aterrado", las vestiduras de amor que revelan sólo la satisfacción solitaria del síntoma. ¿Y cuál era allí el síntoma? Era la transferencia propiamente, cuyo sentido era ni más ni menos que seguir tenaz y puntualmente aún así.

II) Me refiero entonces ahora a esta escansión, a este salto que interrumpió el primer tiempo y que permite la apertura del segundo. Un pasaje al acto que tiene dos saldos: una marca indeleble sobre el cuerpo al modo de una privación real en el nivel de la madre; y la muerte del hijo que allí nacía.

Pero, lo que les propongo situar como el "acontecimiento imprevisto" no es ese, del que bien se podría hacer su crónica anunciada, sino el encuentro con el deseo del analista que opera a partir de una interpretación: la analizante llega a su primer encuentro después del verano, totalmente vendada (literalmente), el saber de la ciencia médica se había ocupado bien de eso, salvo un cabo: la "causa súbita" diagnosticada. Antes de comenzar a relatar las circunstancias de lo sucedido, apenas habiendo enunciado sus consecuencias, sorpresivamente el analista dice: "¡¿Qué cosa se cayó de mi mirada?!".

¿Qué tiene esto de acontecimiento imprevisto? No se trata, por supuesto, del significado, del contenido de esa interpretación, sino de las consecuencias que ese decir hasta ese momento completamente exterior, tenía para la relación analítica:

a) Pasar del cuerpo tratado por la ciencia y su saber, al cuerpo del psicoanálisis y su saber.

b) Como un flechazo hacer entrar en el circuito un elemento inexistente hasta allí, la mirada como causa, ir de un real a otro.

c) La inclusión del analista ("mi") en ese contexto del que estaba completamente fuera y por el cual reorienta ese anudamiento enfermo de la transferencia, partiendo de ubicarlo como el agente renovado de lo que no sabe ("qué cosa"), de su falla ("se cayó") y de su certeza, de lo que sabe: se trata de la pulsión (la mirada).

Por supuesto esta elaboración llevó casi cinco años ya que, como podrán pensar, el primer efecto de esas palabras fueron: "esta mujer se volvió completamente loca, cómo se le va a ocurrir que el cuerpo tiene que ver con un psicoanálisis".

Primero el duelo y luego la elaboración misma de esta relación, fue el tiempo que siguió. Esto permitió el pasaje por las coordenadas del fantasma al punto de situar la elección de goce sacrificial al padre, que encuentra su lugar en un grito de la joven dirigido a él: "En esta casa sólo es mirado el que está más loco", con la respuesta de un asentimiento sonriente y el apasionamiento por correr esa carrera por parte del sujeto.

III) ¿Qué abre lo que llamé los tiempos del fin?, ¿qué se pone en juego allí que no hace suficiente quedarse con el alivio producido por aquella elaboración? A la primer pregunta la detallaré, a la segunda respondo diciendo que fue la experiencia más vívida, la más reveladora de que el saber en tanto interpretación del inconsciente no alcanza para captar algo de lo que a partir de allí se pondrá en juego: la relación medular de la cura, la del síntoma que la transferencia constituía para el analizante, la de la relación analizante-analista.

Intento ahora trasmitirles esta modulación y su desenlace. Un sueño y dos interpretaciones en acto abren los casi dos años que siguieron, que se podría resumir en la frase de Lacan: "hay que querer lo que se desea". El sueño ubica al analista muerto y la analizante en un largo pasillo vacío con una bebé en brazos que, por la equivocidad del texto ordena la demanda de análisis a la analista como formalización de la falta en ser. Un importante aumento de honorarios y una pregunta: "¿Cuándo quiere usted volver?", constituyen los tres cabos que abren este tercer tiempo. Mientras que el saber obtenido por el sueño cifraba el vacío del Otro, la pregunta con que implacablemente cada encuentro se cerraba hacía más intenso el sentido gozado de la transferencia. La analizante se decía: "A mí que me importa ese sueño, si yo necesito analizarme". Dispuesta la analizante a convencer a la analista de la gravedad del caso que la ocupaba, las citas se concertaban en tiempo y hora según la "apreciación diagnóstica" de la analizante, y allí se encontraba con: 1- El lugar hecho; 2- el silencio absoluto de la analista a partir de aquel sueño; 3- la modulación cada vez más ínfima de la pregunta por la próxima cita, tornada equívoca: "¿vuelve usted?".

Así se instaló primero un largo duelo, como lo dice Lacan "más vale maníaco-depresivamente", y luego pasar nuevamente por cada uno de los tiempos del análisis ya un poco más chistosamente al tiempo que cada conquista en el saber recibía una sanción de exactitud (interjecciones, monosílabos, alguna tos si el sentido era dramático).

La última sesión
"...Están ahí y algo se despierta" (J. Lacan)

Relataba la imagen final de una película asociándola a un fenómeno experimentado que había nombrado de dehiscencia del lenguaje, las palabras no eran necesarias. La imagen final mostraba un padre que sentía un fuerte dolor, se sentaba debajo de un árbol, se relajaba y se moría apaciblemente –aclaró la analizante- describiendo al mismo tiempo un fenómeno corporal de liviandad que en ese instante había vivido. La imagen finaliza, había omitido decirlo cuando el hijo le lleva al padre muerto un niño recién nacido para mostrárselo creyendo que dormía -explica la analizante-. El analista interrumpe el discurso y en un tono tranquilizador dice: "sí, sí"; con la agenda cerrada dice: "¿Sí?". Apenas alcanza a citarse la analizante a la misma hora y día de la siguiente semana y antes de que pueda pagarle y tomar sus cosas, el analista se va con un semblante de marcada tranquilidad, mirando el techo, con sus brazos cruzados. La analizante allí parada con el dinero en la mano, atentamente, la ve alejarse. La huella entrevista del vacío dejado, la súbita desinvestidura del analista reducida a un cuerpo cansado y tranquilo y la analizante sola en el consultorio, con el dinero en la mano frente a un diván arrugadísimo y a un sillón vacío en un instantánea, casi inaprensible, se dice por fin: "¿Qué hago aquí?". Un efecto de ironía, casi de ridiculez, se inscribió allí. Ya en la puerta final, esperaba el analista: la mano tendida, una sonrisa y una firme mirada. Absolutamente todo en el marco de un discurso sin una sola palabra.

Consecuencias y conclusión
Algo que jamás había estado ya allí se había producido, y un efecto de anonadamiento fue lo que hizo que la analista que acababa de advenir proceda a la escritura de lo que había allí ocurrido. ¿Qué era? Un semblante exactamente ubicado en el desconocimiento de las vueltas dichas, ese del lugar del padre muerto con el que la analizante no consentía o, mejor, con tal de sostener el goce del padre muerto a través de la ofrenda eterna -la misma del sacrificio que había creído tramitado-, seguir también muerta, seguir atentamente pagándole, haciéndolo así padre de lo que ya la aventura analítica había hecho nacer. Una ofrenda infinita de seguir, atenta a sus signos, frente a lo que a todas luces estaba delante: no hay quien cobre un goce que es pura impotencia de sostener la propia elección de ser esa nada, no hay quien diga que se debe seguir, ni quien diga que no, no hay la escalera tan buscada (gozada), simplemente no hay. Hubo la confrontación más radical al colmo del sentido gozado que confrontaba a la cobardía mayúscula de asumir, de responsabilizarse de lo que allí se inscribía hacía ya casi dos años, analista de mi experiencia: citas, tiempo y ahora dinero también, moduladas por el saber que la analizante al fin se decidía a dejar de ignorar. No había más nada que decir, allí había una elección que hacer, la causa frente a mí, la tomo o la dejo. Se produjo a partir de ese acontecimiento al modo de deducción instantánea la invariante de goce apoyada en dos escenas infantiles.

El saber constituido a partir de ese trozo de real que intenté formalizar deducido de aquella contingencia produjeron la alegría y el deseo de saber que aún no cesa y del que ya les hablé. Volví el día y la hora pactada a decir a mi analista lo acontecido. Dos graciosos lapsus terminaron de interpretar la torsión producida: cuando estaba por leer lo que había escrito en el muro de su consultorio, dije "mi" consultorio; y el otro es haberle pedido, ni bien entramos, que por favor tome asiento, siendo que no había hecho otra cosa desde casi doce años, era yo quien se sentaría. Tras consentir en cada punto, busqué el dinero para pagarle; sonriendo y sin recibírmelo dijo: "nuestras cuentas están saldadas, sólo espero de usted ese escrito, ¡lo espero!", afirmó.

El destino de ese deseo y de esa escritura, ya lo conocen, fue al único lugar posible que estaba en espera de ese modo nuevo de relación a la pulsión: la Escuela.

Espero haberles podido transmitir algo de lo que Lacan nos dice cuando pone en valor el saldo de una experiencia analítica situada a partir de lo que ella revela, más que de lo que ella ordena como saber articulado, lo dice así: "Un análisis implica por cierto la conquista de un saber que está ahí, antes que lo sepamos, esto es, el inconsciente (...) Pero si el sujeto no ha hecho más que aprender a aprender, a pulsar los botones adecuados para que eso se abra en el inconsciente, permítanme decirlo, no ha aprendido gran cosa (...) esto es poco frente a lo que se reveló ante él en la experiencia analítica. (...) eso el sujeto no lo aprendió en absoluto, pero eso se reveló ante él".[5]

Córdoba (Argentina), noviembre de 1999.

 
 
Notas
* Testimonio publicado en El Caldero de la Escuela Nº 78, julio de 2000, pp. 40-47.
1- Lacan, J. "El saber del analista", clase del 6/1/72. Inédito.
2- Lacan, J. "La dirección de la cura y los principios de su poder", Escritos II. Buenos Aires, Siglo XXI, pág. 576.
3- Miller, J. A., "Lo real de la experiencia analítica" en El caldero de la Escuela nº 70, pp. 17-18.
4- Lacan, J. "L’insu que sait...", clase del 15/3/77. Inédito.
5- Lacan, J. "Sobre la experiencia del Pase" en Ornicar nº 1, 1981.